The Elephant Man
El Hombre Elefante fue nominada a ocho premios Oscar el año 1980. No se llevó ninguno. Prueba inequívoca que la Academia falla. Y feo. Pasados veinticinco años ya nadie se acuerda de la ganadora de esa noche, Ordinary People de Robert Redford, mientras que de la película de David Lynch se sigue hablando, escribiendo, discutiendo y su visionado es obligatorio cuando se habla de clásicos del cine.
La película a veces fantástica paradójicamente está basada en un hecho real. John Merrick (John Hurt), conocido como el hombre elefante, vivió en Londres entre los años 1862 y 1883. Producto de una enfermedad degenerativa, que llenó su cuerpo de tumores y deformó sus extremidades, se convirtió en una de las atracciones principales de circos londinenses. Un freak de exhibición explotado por Bytes (Freddie Jones), oscuro personaje, que tenía como única fuente de ingreso a Merrick y que no dudaba en castigarlo con la misma dureza con la que un amo trata a una fiera.
Frederick Treves (Anthony Hopkins), joven médico en busca de reconocimiento se hace cargo del hombre elefante, convenciendo a su dueño de que si no entraba al hospital moriría. Y con él también moriría su negocio. Treves, de un primer acercamiento casi mórbido pasa a una preocupación paternal y decide curarlo, cuidarlo e incorporarlo a la sociedad sin darse cuenta que también él lo vuelve un espectáculo mediático -ya no para la clase popular sino para la élite-.
La película es un manotazo inesperado contra la espalda. La esperanza de una solución siempre es interpelada por la realidad. La música circense sólo es la mórbida melodía de la negación. Y a veces todo se vuelve una farsa. Un circo escabroso. Rostros deformados contra la luna, trajes elegantes, monedas, negación del otro, sublimación del yo.
Las categorías se confunden a cada instante. Treves en una escena clave de la película le pregunta a su esposa si no es igual que el amo anterior de Merrick que lo maltrataba y lo explotaba. Quién es bueno, quién es malo. ¿Acaso él no se aprovecha también para lograr fama?
Mientras tanto Merrick construye edificios, se recrea como humano, recibe personajes de la aristocracia londinense que encuentran en la excentricidad de la visita una manera de aceptación. Mención aparte merece la actriz de teatro, la señorita Kendall (Anne Bancroft) que lo visita por primera vez y con quien interpreta una parte de Romeo y Julieta. La frescura del encuentro es interpelada otra vez por la realidad. Por una realidad que no permite que el otro se asimile, que encuentra en la burla y el aprovechamiento la única manera de hacerlo encajar en el orden del mundo.
Y lamentablemente Merrick nació condenado. Tal como el Segismundo de La Vida es sueño, Merrick re-construye una realidad paralela que lo aleja de los espejos y lo acerca a la felicidad. Se tapa los ojos y sueña. Y es feliz dentro del sueño sin duda. Baila. Fuma. Conquista chicas. Sin embargo, de pronto la escena se vuelve ridícula. La realidad otra vez interpela a Merrick, a su sueño, a todos dentro de la película, a todos dentro de la sala. Y salimos todos tristes con una expresión de pena pero también de aceptación. Cómplice aceptación. Dura aceptación.
Miguel Sánchez Flores
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