Una vez más el azote de los chupasangres en acción, Blade vuelve a las rutinas que le conocemos tomando la posta al doctor Van Helsing. Blade se adapta a la época, tiene la apariencia y los modales de una ganster de altos vuelos y ha adaptado a su modus operandi las artes marciales y la tecnología de punta. Pero no hay que olvidar el detalle que lo aleja de sus antecesores: el también es un vampiro de extraña gestación y caracteristicas, el daywalker que tanto temen sus congéneres. Personaje salido de las canteras de la Marvel nos llegó, habría que decir en digna forma al cine, ahí donde las fórmulas de adaptación del comic al cine casi siempre fallan la Blade del 98 era ante todo una efectiva cinta de acción sin mayores ambiciones que trasladar el imaginario bidimensional con todas sus caracteristicas al celuloide y lo conseguía, la segunda a cargo del apreciable Guillermo del Toro resaltó la eficacia narrativa de la primera hasta lo restellante además de imprimirle esa atmósfera mórbida y detallista tan característica del director mexicano. Esos discretos pero agradables logros no los encontramos en esta tercera entrega a cargo esta vez del guionista de las anteriores David S. Goyer, con esa ineficiencia tan característica de los más recientes realizadores de cine de acción y horror en Hollywood se encarga de presentar un espectáculo trillado y reiterativo de patadas y mutilaciones sin ton ni son. La anécdota a punta de sacarle enemigos como sea al héroe nos trae al mismísimo Drácula que es encontrado por su pueblo nada menos que en Irak (ja!) y el resto ya se lo imaginarán. Esperemos que después de esto ya dejen tomarse unas vacaciones a Blade, al menos por un rato como pasó con Superman.
Jorge Esponda
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