Basic Instinct 2
Dir: Michael Caton-Jones | 114 min. | EE.UU. – Reino Unido
Intérpretes:
Sharon Stone (Catherine Tramell)
David Morrissey (Dr. Michael Glass)
Charlotte Rampling (Dr. Milena Gardosh)
David Thewlis (Detective Roy Washburn)
Hugh Dancy (Adam Towers)
Estreno en Perú: 20 de abril del 2006
Resulta curioso tener que presenciar la muy demorada secuela del calenturiento thriller que impusiera una cierta moda a principios de los noventas. Todo ello probablemente se deba al terco afán de su protagonista Sharon Stone. Luego de haber fallado en el intento de pasar de encendedor de la libido a actriz de carácter. Al parecer aquí se asume con todo lo poco que aún queda de su magnetismo de taquilla para recuperar la presencia pasada. Así que nuevamente la vemos en el papel de la escritora Catherine Tramell dispuesta a crear tanta ambigüedad y sospecha como sus libros y su caricaturesco modelo de femme fatale lo permitan.
La película original a manos de Paul Verhoeven y con el guión del entonces sobrevalorado escritor Joe Eszterhas no tenía nada del otro mundo, pero el gusto del director por el morbo sacaba mucho provecho de esta historia que tomaba muchos de los modelos del film noir adaptados a las libertades de ahora. La historia criminal tenía algunos arranques extasiados alrededor de la idea del sexo y muerte unidas que difícilmente dejaban indiferentes a los espectadores. Además es innegable que Sharon Stone poseía una presencia en pantalla a la cual se podía prestar atención mas allá de alardes y cruces de piernas reveladores. Si hay algo que nos presenta este regreso es que la bella Sharon no ha perdido esta cualidad.
Pues bien la historia de esta secuela estira hasta Londres todos los rastros, homicidios y sexo que nuevamente recurren a sus fuentes hitchcockianas. La pobre víctima de esta aventura será un aparentemente calmo y exitoso psiquiatra (David Morrissey) quien diagnostica a la Tramell como una “adicta al riesgo”, llamando la atención de ésta quien (por esos giros dizque ingeniosos del guión) lo elige como su analista. A partir de ahí lo que encontraremos es todo ese repertorio literal arrancado del cine del maestro Hitch y todas sus odiseas existenciales. El director encargado, Caton-Jones, ejecuta la encomienda con oficio y no se le escapa citar todo lo que pueda hacerse extrañar del original incluyendo lo sucedido en la primera película. El problema como ya se veía venir una vez de instalado el plot es la manera en que los efectismos y el cliché de suspense se apodera de cada secuencia, cada resolución.
Las propias imágenes del inicio ya delatan esta insuficiencia creativa: las imágenes aceradas del túnel por el cual la desenfrenada protagonista hace gala disforzada de su intención de convertirse en la suma de todas aquellas heroínas dispuestas a consumirse a mil por hora. Engaña muchachos que pretende funcionar como la otra vez. La secuencia es tan mala que todo lo que se quiere explosivo a continuación ya carece de punch. La película original al menos tenía un inicio espectacular que generaba auténtica expectativa ante las posibilidades del erotic thiller a pesar de haberla visto en versión censurada. Y por ese lado tampoco encontraremos nada nuevo salvo que Sharon ha bajado revoluciones (y no es de extrañar debido a la edad), todas sus secuencias eróticas son tan convencionales y hasta pacatas que ni por ahí encontramos auténtica transgresión y eso que hablamos de un género bandera en este aspecto.
Es muy difícil que la actriz recupere la estrella de antes y ello lo revela el poco interés que este último destape a generado en su público. O más bien sea este el motivo, ese público calentón que la adoró eran todos los muchachos ahora convertidos en adultos que seguro preferirán el original antes que siquiera darse una vuelta para presenciar su mirada sobreconsciente y sus poses de diva todopoderosa. Título que ya no le pertenece por obra y gracia de los nuevos espectadores quienes se preguntan mas por todo lo último de la vida de J.Lo. Ese es el precio del stardom. Yo en lo personal prefiero quedarme con esa imagen de una linda rubia veinteañera captada por ese absoluto admirador de la belleza que es Woody Allen quien dejó plasmado un pícaro gesto suyo en Stardust Memories.
Jorge Esponda
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