Citizen Kane
Dir. Orson Welles | 119 min. | EE.UU.
Intérpretes:
Orson Welles (Charles Foster Kane)
Joseph Cotten (Jedediah Leland)
Dorothy Comingore (Susan Alexander)
Agnes Moorehead (Mary Kane)
Ruth Warrick (Emily Monroe Norton Kane)
Ray Collins (James W. Gettys)
Everett Sloane (Mr. Bernstein)
Cuando aún corría la expansión del cine clásico como tal, el ciudadano Welles con solo 25 años realizó esta película sorprendente y evolucionada para los ojos de los espectadores de la época. Luego de muchas y diversas producciones a lo largo de décadas de expresión cinematográfica tal vez resulte extraño el porqué (tras un boicoteado estreno y el relativo olvido) esta cinta comenzara a incrementar su culto acaso como la mas brillante creación o una de ellas. Se trata con justicia de la muestra portentosa del inicio de una carrera tan creativa como lamentablemente accidentada. El joven Welles que venía de sacudir el teatro y especialmente la radio con su transmisión de War of the Worlds, hizo de su primera película toda una compleja e innovadora realización. Como otras anómalas creaciones esta cinta se adelantó a su tiempo y tal vez allí está la clave de su fracaso. El tiempo se encargaría de colocarla en su lugar (como a toda la gran obra de este extraño y tal vez por ello genial artista) como una de las cintas más influyentes en la historia el cine, hoy más que nunca.
La figura de Welles es tan compleja que no bastan los estudios ni las visiones que tengamos de su vida y obra. Solo se puede decir lo que llegamos a capturar de todo ello. Y es que como inicio de una carrera breve en títulos y amplia en proyectos, Citizen Kane es una obra maestra realizada con una ambición gigantesca, descomunal como a la que tanto se refiere en sus personajes el mismo Welles acaso incluso con paradójica crítica. Welles hace en sus películas los retratos mas oscuros y casi siempre viles del gran mal de la humanidad. Y para llevarlos a imágenes se valió de toda una gama de recursos surgidos de quien sabe que chispa formidable y que habrían de convertirse en la guía para las imágenes del futuro. Nos presenta ángulos de cámara difíciles y amplios (contrapicados y planos generales), profundiza la atención de la cámara hasta un punto lejano dando la apariencia de una totalidad subyugante, diversifica los puntos de vista y con el los de la cámara, utiliza las elipsis, la irrupción de los tiempos narrativos y así un sin fin de conceptos cinematográficos que habrían de definir a su intransferible y contaminante universo barroco en extremo. La riqueza de la obra de Welles habría de tener ecos desde su aparición pero no sería sino hasta varios años después que sería entendida y expresada por los cineastas que podríamos ya considerar como modernos.
La película nos cuenta la vida de un ficticio magnate de la prensa de la primera etapa del siglo XX (época de cambios rotundos especialmente en Norteamérica). Charles Foster Kane es el protagonista de este falso biopic o más bien falso reportaje que es presentado de manera insólita para la época. Y es que como si literalmente se apegara a las técnicas de investigación periodística en pos de resolver una especie de rompecabezas, así mismo la película esta fragmentada. Su narración se encuentra dispersa como si se tratara de los recuerdos a los cuales acude el único hilo conductor estable el cual es el periodista en pos de la verdadera historia detrás del (aparente todopoderoso) fallecido Kane. Tan sólo el inicio es desconcertante e hipnótico: toda la vida del gran hombre resumida como la del Gengis Khan del siglo XX. Muerto en su propio y vaciado reino de Xanadu al cual gobernó en la última etapa de su vida llena de logros y ascensos, vida sentimental y aspiraciones políticas. Un gran reportaje a la vida de un rico y famoso con todo lo que pudo haber deseado en la vida.
La gran tragedia a la que se refiere Welles y que poco a poco irá descubriendo el reportero es que aunque alcanzó todos esos placeres y fortunas, no hizo mas que perder o nunca encontrar todo aquello que realmente anheló. La gran tragedia a la que se refiere Welles es la de las insatisfacciones profundas del hombre, el ansia de obtener mas, su incapacidad de ser feliz. Hasta cierto punto este instinto es el que nos hace evolucionar pero ¿A qué precio? Es lo que se pregunta Welles quien nos habla del olvido de las satisfacciones sencillas las cuales entenderá Kane demasiado tarde. A su modo Welles como su personaje se asume como un monstruo, hasta un outsider a su manera. El rebelde nato que habita en Kane incluso reniega de su buena fortuna pero sabe manejarla muy bien para sus auténticos y tal vez caprichosos propósitos. El viaje que emprende el reportero en medio de flashbacks lo hará caer en esta conclusión. El gran hombre, todo un emperador de su tiempo, con el poder en sus manos, ha regresado a la fuente de donde provenimos todos, hasta los mas insignificantes.
Por ello ha de comprender que su búsqueda por resolver el misterio de la última palabra del semidiós (“Rosebud”) ya no tiene caso. Pues lo mas posible es que el enloquecido (o iluminado) haya por fin entendido el verdadero sentido del paso del hombre por el mundo, que acaso se resume en algo tan pequeño y breve que el gigante no pudo percatarse de él a su paso en medio de las urgencias, aspiraciones o siquiera alguna vanidad. El Kane que pinta Welles (se dice mucho de su ataque al magnate William Randolph Hearst) resultó después de enérgicas y arrolladoras juventudes, portentosos imperios, megalomanías políticas y de otras índoles, apenas ser un pequeño niño que sueña con algo tan minúsculo como deslizarse en un campo de nieve sin pensar en nada de ello a lo que llaman futuro. Sabiduría que muchos aún en búsqueda de rumbo y triunfos, no podemos entender pero habría que hacer un poco de esfuerzo. Tal vez esa fue la consigna del despreocupado Welles y tal vez por ello irónicamente fue bendecido con el portentoso genio que muchos quisieran tener. Cosas del destino como en el teatro griego.
Jorge Esponda
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