Dir. Rodrigo Moreno | 93 min. | Argentina – Francia – Alemania
Guión: Rodrigo Moreno
Fotografía: Bárbara Alvarez
Intérpretes:
Julio Chávez (Rubén, el custodio)
Osmar Núñez (Artemio, el ministro de Planificación)
Marcelo D’Andrea (Andrea, colaborador)
Elvira Onetto (Delia, esposa del ministro)
Cristina Villamor (Beatriz)
Luciana Lifschitz (Sobrina de Rubén)
Julieta Vallina (Ángela, amante del ministro)
Estreno en Perú: 5 de agosto del 2006 (10º Festival ElCine)
Si el Ministro de Planeamiento sale del auto, Rubén sale del suyo. Si el Ministro de Planeamiento gira hacia la izquierda, Rubén gira a la izquierda. Si el Ministro de Planeamiento decide tomar un descanso y dormir un rato, Rubén tiene que vigilar a un hombre dormido. El custodio es una película sobre un trabajo que consiste en reemplazar la vida de uno por la de otro, la presión que implica y cómo esa presión finalmente estalla.
El custodio fue una de las justas ganadoras del reciente 10º Festival ElCine (Primer premio del jurado y Mejor actuación masculina) y marca el debut cinematográfico de un nuevo talento argentino: el director y guionista Rodrigo Moreno. Su película es un retrato austero e implacable del guardaespaldas de un ministro. Un notable Julio Chávez lo encarna en una actuación memorable, de una violencia contenida al milímetro. La trama va perfilando sus costados oscuros: una hermana internada en un centro siquiátrico, una familia disfuncional, una incapacidad de relacionarse con los demás. También revela la indolencia de un círculo exclusivo de poder y privilegio al que Rubén solamente puede acceder desde la periferia, como si fuera la sombra de aquellos que debe vigilar. Como sostiene el realizador, es el protagonista de un universo en el que siempre participa como un extra, hasta el momento del irreversible quiebre.
Escapando de todo rasgo de localismo, la cinta transcurre en espacios urbanos que podemos identificar en cualquier ciudad del mundo globalizado. Se respira una contemporaneidad agobiante en las tonalidades azules y frías que bañan el despacho ministerial, las oficinas o el interior del vehículo de seguridad donde el protagonista desarrolla inalterable su rutina, aunque la procesión la lleve por dentro. En otros momentos, Rubén observa su entorno (y lo observamos) como si fuera el pez de un acuario, a través de los cristales de ventanas, vitrinas y espejos retrovisores que lo aíslan y distancian. Ni siquiera en los exteriores, como en una secuencia abierta que remite al Hana-bi de Kitano, se avista un horizonte de liberación.
A la manera de Laurent Cantet en El empleo del tiempo, Moreno estudia un personaje domesticado por el sistema hasta el límite de la cordura y descubre en él la alienación y enajenación de una sociedad y de tantos individuos que no son dueños sino empleados de sus vidas. El vacío existencial corrompe.
Rodrigo Portales
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