Qué nostalgia sentimos el lunes durante la inauguración del 2º Festival Internacional de Cortometrajes, «La noche de los cortos». El lugar escogido fue la sala del Museo de Arte, que durante diecisiete años sirvió de sede a la Filmoteca de Lima, una institución en la que tuvimos el gusto de forjar nuestra cinefilia principalmente en los años noventa. Una inspirada decisión que le devuelve vida, dando inicio a un certamen que emplea diecinueve locales en Lima, Arequipa, Cajamarca, Cuzco, Chimbote, Iquitos, Trujillo y Lambayeque, con una programación de 486 cortometrajes de veintiséis países, además de talleres, seminarios, conferencias y conversatorios, entre los que destacan el Seminario de producción y economía cinematográfica, dictado por el argentino Hugo Castro Fau, productor de importantes películas como El bonaerense y Familia rodante de Pablo Trapero, y coproductor de Dioses, el segundo largometraje de Josué Méndez que próximamente empezará a rodarse.
La actriz y promotora Kathy Serrano, que juntamente con Roberto Barba dirigen incansablemente el festival, presentó en la ceremonia como jugoso aperitivo una serie de cortometrajes ganadores del Oscar de notable originalidad y factura, de los cuales comentamos un par más adelante.
Pero si ya era una velada cargada de recuerdos y diversión, la mayor nota emotiva llegó con el merecido homenaje a los queridos Enrique Victoria y Carlos Gassols, actores que encarnan cada uno más de siete décadas de la escena nacional, en teatro, radio, televisión y cine, símbolos vivos para las nuevas generaciones de intérpretes, y particularmente en el caso de Victoria, todo un ejemplo de activismo gremial en el quehacer artístico y cultural, que es tan necesario para conseguir un trato justo de la sociedad y el Estado. Larga vida a estos paradigmas de la actuación en el Perú.
Dos excelentes cortos para empezar
Harvie Krumpet (2003), animación en plastilina de Adam Elliott, que hace unos meses formó parte de Animagyc 2006, es una biografía concentrada, sintética, de un polaco trashumante, que atraviesa el siglo XX con una visión empírica y minimalista de la vida, mudando de época y entorno pero manteniendo un inconfundible aspecto de freak tierno y apacible. Elliott consigue en veintitrés minutos una lograda alegoría de la diversidad, el resumen exacto de una existencia, a su manera, feliz, entre el trastorno y la calidez.
El caballero negro (Schwarzfahrer, 1993) es un verdadero hallazgo. Rodado en blanco y negro, el corto maneja muy bien una situación cotidiana en un mínimo espacio, con un apropiado tono de rutinaria convivencia pública que prepara una divertida sorpresa. En un ómnibus una anciana comienza a soltar comentarios racistas aparentemente para sí sola, pero en realidad son dirigidos a un joven negro que viaja a su lado, quien tendrá una dulce venganza al momento de tener que mostrar los boletos al controlador. Una muestra de fino humor.
Más fotos de la inauguración:
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