Dir. Matías Bize | 85 min. | Chile
Guión: Julio Rojas
Intérpretes:
Blanca Lewin (Daniela)
Gonzalo Valenzuela (Bruno)
Estreno en Perú:
4 de agosto del 2006 (10º Festival ElCine)
21 de setiembre del 2006 (Estreno comercial)
Insólita cinta la que nos presenta el joven realizador chileno Matias Bize, quien nos presenta casi un juego a partir de algo tan mínimo, pero no por ello menos expresivo, como lo es el acercamiento de una pareja casual encerrada en un cuarto de hotel viviendo algunas horas que más allá del sexo los llevarán a conocerse acaso más de lo debido. Un trabajo de cierto interés aunque prácticamente no pase de una curiosidad que se acerca (con frescura es cierto) al experimento lúdico casi estudiantil en el cual sus intérpretes cobran importancia absoluta. En especial una deliciosa Blanca Lewin.
Esta película se plantea a sí misma casi al juego del descubrimiento. Por parte de su realizador canalizado a través de sus dos personajes. Ejercicio que va tal vez en busca de algún estilo o proyección de éste, a través de un trabajo que busca la inspiración por medio de la absoluta improvisación tanto como la escritura automática. Lo saludable de un proyecto de esta naturaleza esta, como no, en la siempre bienvenida práctica de los conocimientos y teorías que el naciente realizador tenga dando vueltas en su cabeza. Bize se da el lujo (verdadero tratándose de las dificultades para desarrollar un proyecto de largo en esta región) de hacer esta exploración a través de un largo de incluso proyección comercial.
Mucho de esto ya se delata desde las primeras y desconcertantes imágenes en las que oteamos incómodamente a los protagonistas en plena faena entre sábanas. La imagen se abre más clásicamente para dejarnos ver con claridad a Bruno y Daniela, los dos únicos personajes de esta pequeña historia. Ambos comienzan a conocerse solo a partir de ese momento, tanto como nosotros a ellos. Desde ahí la película será laboratorio en el que ambos caracteres interactúan. Las referencias del director son entonces notorias y hasta divertidas. Hace una película de aparente estilo vanguardista interesada en mostrarnos un pedacito de vida y sin mayores intrigas, por otro lado no evita tomar de la estética obvia de la más conocida vertiente del videoclip o la publicidad (especialmente aquel baile a ritmo de alguna cantante al estilo Fey y similares). Hace una película de un solo plot pero en todos los estilos y tonos que se le puedan ocurrir y no tiene reparos en decirlo (la teoría alrededor del cine segmentando tipos de personas).
Mucho de ello deja revelar a un realizador hábil pero aún inexperto. Sus resoluciones, a pesar de lo originales que desean ser, son divertidas en el mejor de los casos y mayormente forzadas y pobres a no ser de que consigue extraer de sí una buena mano para conducir a sus actores: Gonzalo Valenzuela esta correcto pero es Blanca Lewin la que resalta como el alma del show, su frescura y dotes de actriz se liberan por momentos del promedio del metraje. En este punto es que encontramos lo mejor de esta cinta que en mente de su realizador trata de ser un posible reciclaje de Ma nuit chez Maud (1969), los momentos de ocio a cuatro paredes de À bout de souffle (1960) y todo el recorrido de existencial de Before Sunrise (1995) a su vez homenaje al arte rohmeriano. Pretensiones no le faltan, pero entran en crisis cuando se deja llevar por estéticas más manoseadas en un afán por conseguir espacio en la gran cartelera.
Nos quedamos al final con la impresión de haber visto más bien un estiradísimo proyecto de cortometraje que en el intermedio no logra modular o desarrollar a plenitud un posible conflicto sobre las inquietudes de ambos personajes ante la posibilidad del amor, la vida y el futuro en general. Momentos de los pocos que hay para reflexionar y darse la posibilidad de un pequeño cambio de rumbo en la programación diaria (como haciendo zapping siquiera) en la cual incluso una sesión de sexo casual, como diría Cortázar, es lo menos casual de nuestras vidas.
Jorge Esponda
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