Dir. Jared Hess | 100 min. | EE.UU.
Intérpretes:
Jack Black (Nacho)
Ana de la Reguera (Hermana Encarnación)
Héctor Jiménez (Esqueleto)
Darius Rose (Chancho)
Moises Arias (Juan Pablo)
Estreno en Perú: 12 de octubre del 2006
Ignacio es un muchacho algo torpe el cual ha pasado toda su vida en una iglesia de algún ignoto pueblo mexicano, de esos que cultivan su apariencia en el imaginario gringo como restos de las aventuras westerianas. En ellos la mayor gloria se concentra en el mundo de la lucha libre tan tradicional como en el norte. Pero el imaginario que nos presenta este film del norteamericano Hess está atravesado insólitamente por el recuerdo de aquellas estrafalarias y macizas figuras que tuvieron como símbolo a El Santo, el héroe de lengua hispana no sólo en el ring sino en cualquier terreno y ante cualquier enemigo mortal sea hombre, mujer, animal o cosa. La película se presenta a sí misma como una parodia absoluta a estas seriales que el público latino disfrutara a rabiar hace varias décadas y que parecen haberle causado gran curiosidad a su realizador quien cuenta con el apoyo total de su estrella, el gordito Jack Black. Él se manda a esta estrafalaria aventura con la vehemencia de su personaje por la lucha cuerpo a cuerpo. Casi como paralelo a su poco digna carrera en el ring, este Nacho resulta todo un disparate.
Sensación extraña la que produce esta cinta. Al principio la contemplamos acaso como una variación de tantas comedias para lucimiento de sus estrellas, esperamos encontrar nuevamente el vehículo de desenfreno para Jack Black (como en la divertida The School of Rock) y aunque lo es, por momentos intenta abrirse hacia un camino distinto. El inicio es llamativo y promete un film de cierto espíritu independiente. El solitario Nacho parece por un momento concebido a la sombra de esos inclasificables personajes que navegan en el universo marginal de algún cineasta como Wes Anderson y toda su acidez.
El proyecto del director Hess proviene de alguna manera de esas influencias. Se nos presenta como una prolongación de la estirpe quijotesca que a su vez fue una parodia de alguna leyenda sobre épocas de grandes hazañas y espíritus nobles. A Nacho le toca vivir su fantasía de superhéroe castigada por su realidad de absoluto loser. Idea sobre un niño grande y marciano que lamentablemente termina deshaciéndose rápidamente.
Es cuando Nacho intenta seguir los pasos de cuanto superhéroe que se precie de serlo es que la parodia cae en la más obvia chacota. Da la sensación de convertirse a medio camino en uno de esos proyectos hasta cierto punto personales pero que terminan avasallados por los requerimientos de los productores. Después de todo ¿qué tan cercana para el público norteamericano podría ser el rocambolesco imaginario de estos encapuchados del sur? Muy poca probablemente y no hay que correr riesgos así que las burlas y los más insulsos clichés se apoderan de la escena. Ahí tenemos a Nacho uniendo fuerzas con Esqueleto (auténtico escarnio a la idea de los “muertos de hambre” fuera de sus fronteras) insuficiente ayuda tanto en el ring como en la posible hilaridad del film. O a la bellísima hermana Encarnación quien funge de la Dulcinea de turno. Y por supuesto el molino de viento, o Bluto de turno: Ramsés el inalcanzable ídolo por cuyo encuentro el buen Nacho se someterá a un vía crucis contra otros no menos desconcertantes profesionales del cuadrilátero.
Lo que finalmente encontramos es una mezcolanza de tonos y aparentes intenciones que se suceden en una comedia indefinida entre lo destartaladamente grueso y lo agridulce. Incoherencia que por lo menos no llega a ser tan grave como para no dejar de ser graciosa en alguno que otro momento, pero que deja con esa sensación de proyecto abortado. Casi como la obsesión de Nacho que finalmente es bendecida por una noble causa, así el corte final recibe el pulgar para arriba luego de transformarse en lo que todos sus auspiciadores esperan de él o lo “mejor” que se pudo hacer con él. Así el lado posiblemente atractivo (como el fraile Ignacio) se debe revestir con las mallas y la mascara habitual de cara al público.
Jorge Esponda
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