Bom yeoreum gaeul gyeoul geurigo bom
Dir. Kim Ki-duk | 103 min. | Corea del Sur
Intérpretes:
Yeong-su Oh (Monje anciano)
Ki-duk Kim (Monje adulto)
Young-min Kim (Monje joven)
Jae-kyeong Seo (Monje niño)
Yeo-jin Ha (Chica)
Jung-young Kim (Madre de la chica)
Estreno en Perú: 19 de octubre del 2006
Kim Ki-duk ha sido el realizador más notorio dentro del reciente boom del cine coreano y esta es una de las películas que han labrado su fama ya como autor exigente dentro de ese panorama expansivo. Un relato de aparente sosiego pero en el cual las mismas fuerzas de la naturaleza y su ciclo vital se sacuden en necesario y sabio trance. La sencilla historia de un monje y su alumno se convierte ante nuestra hipnotizada mirada en una cosmovisión absoluta y el pequeño lago sobre el cual el santuario sobrevive al paso del tiempo es el escenario ínfimo, minúsculo en el mundo y donde la paz solo puede ser encontrada a través del arduo y difícil camino de la expiación, del sacudimiento de las impurezas (como el más bullicioso y superpoblado lugar). Filosofía y disciplina del budismo zen que es la esencia misma de esta bella película.
Las puertas de este aparente limbo se abren ante nuestros ojos de acuerdo a como avanzan las estaciones. El director tiene en claro la construcción del film que transcurre en marcados y decisivos momentos alrededor de sus dos personajes principales. El viejo monje paciente y silencioso se contrapone (tal y como la misma naturaleza ha previsto) al inquieto y curioso compañero en busca de la vida abierta y colorida a su alrededor (el acentuado cromatismo es uno de los aspectos más característicos). Pero el límite está definido para que los asuma como retos a su preparación espiritual. El período primaveral del pequeño es el más desconcertante y más rico del film. Basta contemplar aquella secuencia de descubrimientos primarios en la cual el niño pone como cruel penitencia las piedras amarradas a los pequeños animales. Falta mayor en la búsqueda de la pureza (no deseada aún por él) y que de acuerdo a la inquietante filosofía que se erige por sobre todas las cosas habrá de marcar su destino.
Kim Ki-duk se esmera en ser cuidadoso y darle apariencia simple a su film al mismo tiempo. Nada se sacude notoriamente en este episodio hasta que la inocente alma comienza a llorar, caemos en cuenta que la lección ha logrado su objetivo para que entonces las nubes continúen su camino hasta la explosión del sol en su apogeo. Ha llegado la edad del fortalecimiento y la mayor de las pruebas. El conocimiento del amor y sus consecuencias nos transportan al momento más envolvente del film pero sin la ambigüedad del episodio primaveral. Pero nos trae las sentimentales y hermosas notas musicales de Ji-woong Park, expresión misma del momento de las decisiones en las que el destino ya trazado comenzará a cumplirse ante la vista siempre serena del maestro dejando que el mundo le dé forma al espíritu inquieto por su propia cuenta. La puerta de bienvenida se cierra dos veces para no volver a abrirse como desprecio a la madre siempre paciente.
Tránsito que lleva al encuentro con las estaciones difíciles en las que el trance hacia la inevitable madurez y definición son primero sometidas y luego asumidas por el alumno atento y cada vez más sabio (aunque sea a través de la mayor de las ofensas). Es el momento de asumir que el hombre hecho y derecho debe seguir el camino solo, y que tras la última lección (casi como verdadera tarea escolar) no queda más que la despedida (poderoso momento visual), que es presentada también como ceremonia de purificación. Así por momentos la película asume de manera más convencional el reto por alcanzar la paz. El propio Kim Ki-duk asume su papel y edad para simbolizar este momento de rumbo encontrado de cumplimiento al desafío asumido al dejar aquel hogar sobreviviente (junto con el orden natural) de cualquier cataclismo o sacudón natural o vital. Como deuda esperada por el tiempo irá en viaje penitente por la tranquilidad, la sabiduría absoluta la cima desde donde puede contemplar el horizonte completamente recorrido.
La mirada hacia el perfecto e incomprensible absoluto es lograda en manos de este realizador aficionado a la extraña calma que se cierne sobre el delirante ritmo y agitación del ser humano. Qué mejor escenario para mostrarlo tal cual que la añeja naturaleza que ha visto caer y emerger entes, sus historias y quimeras tanto como las más grandes civilizaciones. Incluso donde ella reposa silenciosa siempre permanecerá atenta ante la vida que nace y muere para cumplir con su ritmo cíclico imperceptible a nuestra distancia y cada vez con mayor velocidad. Alguien como Kim Ki-duk nos llega a transmitir la gran idea sin ser altisonante y lo que se crea como pretencioso. La cada vez más desarrollada Corea se haya convertido para una sensibilidad como la suya en lugar del olvido para la esencia contemplativa y armoniosa del mundo. La cada vez más creciente necesidad de huir del bullicio al que llegamos paradójicamente siempre atraídos por su promesa de efervescencia y frenetismo. Ni más ni menos que el gran plan al cual solo la disciplina le puede encontrar el equilibrio. Camino ya preparado para terminar e iniciarse una vez más como las estaciones de este film de estructura ejemplar aún en su aparente sencillez.
Jorge Esponda
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