Platoon
Dir. Oliver stone | 120 min. | EE.UU.
Intérpretes:
Tom Berenger (Sargento Bob Barnes)
Willem Dafoe (Sargento Elias Grodin)
Charlie Sheen (Chris Taylor)
Forest Whitaker (Big Harold)
Francesco Quinn (Rhah)
John C. McGinley (Sargento Red O’Neill)
La guerra de Vietnam se convirtió en el episodio más traumático de la nación americana de las últimas décadas y el cine habría de retratarlo de manera muy distinta a la de otros conflictos en los que la poderosa y conquistadora mano del norte había intervenido. Acaso como síntoma de la amarga derrota, se convirtieron en películas sumamente cuestionadoras y desencantadas. Dentro de este grupo resaltan varias genialidades de algunos de los mayores talentos del cine norteamericano, pero ninguna tan vívida y potente como esta realización de Oliver Stone, en la cual se lanza a la difícil tarea de dar cuenta de aquel episodio que él mismo vivió en carne propia, y convertirla en una vibrante cinta bélica a la vez que una crítica contundente a este operativo militar que concluyó en el revés de la nación de las barras y estrellas. Como alter ego confesional nos presenta las vivencias del soldado Taylor quien nos ofrece testimonio in situ de las maniobras ejecutadas en tierra desconocida a la cual su entusiasmo patriótico le ha conducido solo para darse con la incómoda y desoladora verdad.
Estamos en primer lugar ante una gran película de guerra de un nervio y garra tan logrados como su extrema planificación. Taylor nos presenta la cinta como una historia ejemplar de aprendizaje, pero todo el tiempo la desazón y la tragedia estarán siempre impregnando el transcurrir de esta crónica. Los minutos iniciales ya nos definen el terreno de combate donde el alma del protagonista entablará duelo decisivo contra lo desconocido (su propia conciencia), mucho más que contra los ignotos y escurridizos enemigos a los cuales se mira por encima del hombro como a insignificantes entes fáciles de liquidar. Los jóvenes y deslumbrados reclutas llegan para ocupar el lugar de los que dejan el campo en bolsas. La realidad se hace presente de golpe para solo lanzar una advertencia, así, serenamente en un soldado con la experiencia marcada en el rostro. La primera de tantas imágenes que quedarán grabadas indeleblemente en esta excursión que resulta ser más complicada de lo que parecía.
Como mano maestra presenciamos la presentación del grupo y sus individualidades. Toda la nación se ve representada en su diversidad y segmentación a la vez. Cada reflexión de Taylor, en voz del presentado por todo lo alto Charlie Sheen (como antes lo hiciera su padre Martín para darse de cara con el horror de la guerra), resulta precisa y envolvente. Son sus pesares, inquietudes, asombros y temores ante la casi rutina impuesta las que nos colocan en el llano, en el difícil campo de batalla junto con los combatientes. Lejos de la mirada por encima y extravagante de la no menos notable Apocalypse Now!, estamos aquí presenciando un filme confiado más en el poder de la gran tradición clásica antes que la pirotecnia barroca de los postmodernos creadores, aunque coincida con ellos en la autoconciencia de sus métodos. Así encontramos al filme como una reflexión misma de los móviles de tan descomunal movimiento que para el autor fue un rotundo desperdicio (lo cual en plena era de Reagan y Rambo no fue solo osado sino motivo del mayor desprecio del ala republicana).
Taylor entonces se convierte en representante de la generación que vio dividirse la nación en dos secciones como irreconciliable conflicto fraternal. Ambas partes se representan en Barnes y Elias (notables Berenger y Dafoe) convertidos en líderes y rivales, que convulsionan a sus soldados como la conciencia y espíritu del joven protagonista que sufre (como sus compañeros) la ausencia de una auténtica unidad del pelotón (nación), como tal vez en alguna época la tuvieran sus antecesores movidos por causas quien sabe si más nobles. Una nueva guerra civil es la que se desata ante la desesperación, la frustración, la sensación de que todas las acciones resultan inoperantes ante un enemigo extraño, los vietnamitas y su misma tierra que parecen rechazarlos con la fuerza.
La mirada de Stone (como haciendo honor a su nombre) es de la más dura al respecto. Acaso si la lucha a falta de un enemigo visible y colocado cómodamente a punto de fuego se transforma en una lucha intrínseca por mantener la escasa línea de mando, la amistad, la camaradería, la cordura. Pero las brechas, o más bien trincheras, ya han sido cavadas muy a fondo, la desmotivación y la impotencia los reducen a maléficos y abusivos trances de desquite ante aquellos ininteligibles locales en cuyos rostros no son capaces de reconocer al inocente o al rival, como ellos mismos no saben si verse como victimarios o víctimas. Tal caos es representado con tal contundencia que se graba eternamente en la memoria. Momentos desgarradores en los que la fuerza del filme supera cualquier panfleto o didactismo.
La desolación ante esta revelación transcurre a partir de entonces en episodios cada vez más infernales en los que poco a poco los inflados guerreros bajados del cielo irán tomando conciencia de que la dirección de la victoria está en contra de su bandera. La inoperancia de sus líderes se convierte en un enemigo más, capaz de bombardearlos con la contundencia de un misil, despedazándolos o por lo menos desmoralizándolos (la contundente y antológica secuencia del sacrificio de Elias). Diezmado el pelotón, sólo queda la triste y desesperada lucha por la supervivencia en la que cada cual hará relucir sus diversos métodos. La notable secuencia de la gran batalla final nos trasluce toda la idea de retirada vergonzosa e incontenible como pocas veces se ha visto. La gloria tradicional de la nación del águila sobrevolando los aires se reduce a una montaña de cuerpos reducidos como inútil sacrificio. Ante éste el rencor y la revancha se dejarán sentir con todo su peso, el padre de malsanas doctrinas (y políticas de estado) habrá de recibir el tiro de gracia proporcionado por su propio hijo maduro y descreído.
Taylor (Stone y muchos más), ya con la marca de guerra en su rostro, habrá de separarse del ala paterna para seguir su propio camino. Es la perdida de la inocencia, aquella gran tragedia acompañada por los dramáticos acordes de Barber. El equipaje de regreso será la sabiduría ganada de manera tal vez no deseada pero vista a la distancia, como una experiencia enriquecedora, como lo es la visión de este filme excepcional, manifestación de esa autenticidad que sigue la línea de los mayores ejemplos del cine bélico del cual forma parte.
Jorge Esponda
Deja una respuesta