The Departed
Dir. Martin Scorsese | 152 min. | EE.UU.
Fotografía: Michael Ballhaus
Música: Howard Shore
Intérpretes:
Leonardo DiCaprio (Billy Costigan), Matt Damon (Colin Sullivan), Jack Nicholson (Frank Costello), Mark Wahlberg (Dignam), Martin Sheen (Oliver Queenan), Ray Winstone (Mr. French), Vera Farmiga (Madolyn), Anthony Anderson (Brown), Alec Baldwin (Ellerby)
Estreno en Perú: 23 de noviembre del 2006
Esta cinta de Scorsese se plantea a sí misma como una recapitulación de todo el cine criminal, el de antes, el que pasó por su particular filtro y el que siguió después de él. Ahí donde la parodia y la autoconciencia ya se había posado desde Goodfellas, el director sabe extraerle una última gota de sorpresa o desconcierto. Aquí como nunca asume el cine de género para convertirlo en catálogo de todas sus señas de identidad, como para identificarlas en una leyenda a pie de página. Es una película asumida por un talento de varios trajines y ello se hace más que notorio en la sabia narración de esta intriga extraída de un exitoso filme hongkonés, y reprocesada en las disímiles y conflictivas idiosincrasias que habitan la tierra del águila. En este caso es el bastión irlandés de Boston en el cual retumba esta mirada poco complaciente a los mecanismos de ascenso al poder, y los intercambios entre ambos bandos de la moral, a su vez separados (en apariencia) por lo institucionalizado y lo marginal, pues en los dos la carrera de ratas se desarrolla con semejante urgencia.
Scorsese ha sabido asumir riesgos, tanto para llegar a convertirse en el autor admirado, como mantenerse en los difíciles momentos en los que la industria implacable le exige pagar su cuota. Este proyecto asume la apariencia de un encargo, un remake de un filme apreciado, como lo hiciera antes con Cape Fear, o incluso con su especial secuela de la magistral The Hustler en The Color of Money. La mano maestra se hace notar acá, desde ese traspaso de toda la carga y color del original hacia las calles mucho más publicitadas y hasta banalizadas que fueron escenario de varias de las mejores películas de Marty. Labor que de por sí implica que mucha de la riqueza de una historia se pierda en intentos similares. Posibilidades ganadas por su estatus que le permiten desarrollar una intriga policial con ritmo brioso de principio a fin. Pero no sin tener que pagar algunas cuotas como para ser asumida como el gran proyecto comercial que recibe un visto bueno antes de salir. The Departed es un filme de acción ante todo, pero no sólo eso, como podría aparentar su empaque vistoso.
Su mirada a los mecanismos del poder es una de las más lúcidas que hayamos visto en mucho tiempo, aunque aparente ligereza, impresión que dejan su velocidad y la precisión de las réplicas de sus personajes. La convivencia eterna entre la ley y el orden impuestas bajo las sagradas instituciones del estado y las otras que se desenvuelven un poco más abajo llega al extremo del mimetismo. Tanto como que un joven se prepare para servir al ideal y la ética inculcada en la escuela, lo puede estar otro para servir a otra causa más parcial y que también le fuera enseñada de niño en la escuela dirigida por Frank Costello. Reyezuelo sobreviviente de eras pasadas y más románticas (como el mismo Nicholson y su colección de tics), épocas en las que las brechas y rivalidades se acrecentaron tanto como más culturas y razas plantaron su bandera en la tierra de las oportunidades, para marcar su territorio a punta de puñetes y patadas. Bajo su ala en el trono irlandés es que el pequeño Colin mira deslumbrado las inmensas posibilidades que se abren ante él como las relucientes puertas que se le abrieron a Henry Hill en Goodfellas, ya no con fondo italiano sino con el “Gimme Shelter” de los Stones (titulo preciso).
La línea divisoria entre los ideales y la corrupción es representada por la misión que emprenderán Colin y el ignoto Billy Costigan, casi al mismo tiempo. La notable secuencia de la entrevista de entrada al servicio marca el camino para ambos en el que, como diría Cristo, “mucho son los llamados pero pocos los escogidos”. Colin saborea las mieles del rápido y soñado ascenso a base de su contrato de por vida con el Mefistófeles que fungió de su tutor. Mientras que el bien intencionado Billy tendrá que pasar por los sinsabores de un vía crucis que corresponde a la dura lucha de la honestidad por sobrevivir en las aguas turbias, enviado al riesgo de ocupar un lugar en la tropa de Costello.
Intercambio de papeles en el que impiadosamente se ve representada la injusticia propia de este mundo. La historia entonces se convierte en scorsesiana, visión totalizadora de los demonios del pecado y el castigo que esta vez se divide en dos. Y la película alterna impecablemente ambos itinerarios como hemisferios de un mismo planeta en el que la impunidad por parte de un lado y el servicio de lo establecido por parte del otro se consiguen a base de transacciones, acuerdos o hasta alianzas.
En el transcurso de la misión es que se suscitan episodios que no están lejanos a la parodia. Las fuerzas de la ley se ven paralizadas por su inoperancia o el sabotaje, mientras que las oscuras manos del otro poder se ven obligadas a patear el tablero, lo que rápidamente hará enfurecer más a los aún impotentes miembros del escuadrón del orden. Ahí donde no parecía que habría cabida para novedades, Scorsese se las arregla para retorcer más la delgada línea del género.
Es en este clima de sospechas y correteo de propias colas que la gran tragedia de la rebeldía contra los designios supremos se cierne sobre sus criaturas, no sólo en el sacrificado Billy, sino ya también en el cada vez más ensuciado y enclaustrado Colin, pagando las caras cuentas de su ascenso social (los elevadores y los celulares tienen presencia como representación de esto más que en ninguna otra película). El camino por la cuerda floja se volverá cada vez más insostenible a causa de tantas piruetas como las que vemos en algunas extraordinarias secuencias como la frustrada redada en el intercambio con los chinos, la persecución del infiltrado Billy tras el rostro del infiltrado Colin (que nos lleva hasta un cine porno de los que tanto visitaba Travis Bickle), o la violenta interrupción del encuentro de Billy y el capitán Queenan en el edificio abandonado.
La fatigante misión concluye de manera implacable: el premio a la integridad será siempre y únicamente el sacrificio, dejando a la nación en manos del oportunismo total y sus propias verdades que serán asumidas como las oficiales, siempre redactadas por los triunfadores (no necesariamente los mejores). Aquellos que partieron para no volver se llevaron al menos la dignidad de morir en su propia ley,. Los deliciosos y pecaminosos premios finalmente se quedarán ahí esperando a un nuevo viajero en el tren de la ambición. La imagen final de la brillante cúpula frente la cual se pasea la rata (¿del gobierno?) es más que elocuente. Mirada dura y no tan disimulada dentro de un filme que tiene más de la personalidad de su autor de lo que puede aparentar en un primer instante.
Jorge Esponda
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