Secrets & Lies
Dir. Mike Leigh | 136 min. | Reino Unido – Francia
Intérpretes:
Timothy Spall (Maurice Purley)
Phyllis Logan (Monica Purley)
Brenda Blethyn (Cynthia Rose Purley)
Claire Rushbrook (Roxanne Purley)
Marianne Jean-Baptiste (Hortense Cumberbatch)
El británico Leigh ha hecho de sus películas contundentes y muy personales crónicas alrededor de su sociedad. Intransferiblemente inglés como muy pocos de sus contemporáneos, ha sabido mantenerse tercamente alrededor de la idiosincrasia que tanto le interesa y que se ha visto reflejada en toda su dimensión a través de su cine. Es por ello que el universo familiar, base de cualquier cultura o nación, se convierte en el escenario más recurrente en el que nos describe las relaciones afectivas y las características de su gente con gran detallismo y esfuerzo, aunque la limpieza con la cual se hace de los mecanismos de géneros como el melodrama o la comedia costumbrista lo disimulen. Esta película registra esa vuelta de tuerca a motivos conocidos de manera brillante. Es la historia de una familia desarraigada a través de los años por diversos motivos, el mal de los raudos tiempos que corren asoman por sus rostros con el gesto de la insatisfacción. Melodrama atípico en el que las caretas impuestas habrán de caer ante una postergada revelación.
Cynthia y Maurice son los hermanos distanciados que han asumido su lugar con la indiferencia propia de dos extraños. Separación en algún punto del camino que pesa sobre ellos como la ausencia vital. La buena y descuidada Cynthia asume su papel de madre, a veces a su pesar, para desaire eterno de la rebelde Roxanne, y Maurice toma el lugar del padre bonachón pero distante de buenos ingresos, incapaz de ocultar su tristeza tras su estoicismo en su labor de fotógrafo, de cazador a sueldo de momentos de celebración o de revelación. Revelaciones que se acercan a ellos como a nosotros las primeras imágenes de la película en un entierro entrevisto a cierta distancia y en un sereno travelling. Conoceremos entonces al personaje desequilibrante de la rutinaria asfixia espiritual de los Purley. Hortense, la chica negra, quien ha perdido a su padres y dará con la primera pista que la llevará a rescatar a su verdadera familia. Historia como ésta que tan sólo hasta acá nos remite, si la miramos con distancia, a los exponente más desenfrenados y espectaculares del género de las lágrimas. Nada más lejano de ello que la película de secretos y mentiras que nos propone Leigh.
Desde el saque nos encontramos en primer lugar ante una impecable cinta costumbrista. El sabor local se siente incluso con toda su hosquedad. Leigh es un retratista notable de cada rito, hasta el más sencillo, como el consabido té en la tarde, ejercido hasta en la distancia por una madre y su hija, o un marido en pugna con su mujer. Todos sus males se orientan y justifican en ese momento de ruptura que desconocemos. Mal asumido de a pocos con el resultado de la debacle en el hogar dividido, al cual habrá de acercarse la tenaz Hortense en busca de respuestas que los jefes de familia intentan mantener en las sombras como eterno e impronunciable pecado. Espacio personal en el que el director nos introduce con talento y siempre esquivando los peligrosos caminos trillados a los que su historia lo acerca. Es ahí que con toda esa órbita contemplativa se instala ante nosotros el argumento más folletinesco o telenovelero si se quiere. Los fantasmas del pasado y las cuantas pendientes se hacen presentes para poner a prueba a la sangre y arriesgarla a la definitiva disolución.
La castigada Cynthia prácticamente abandonada por la distante Roxanne y en cierta manera por el no menos insatisfecho Maurice (capaz solo de un débil y desconcertado abrazo que lo comienza a deshelar, tanto como su encuentro con un fracasado y olvidado camarada) recibirá como regalo a Hortense, rechazada en un comienzo y vuelta aparecer para encarar la terquedad de las vidas conformadas a esconder más que a mostrar. Leigh no opta para nada por saltos y mayores efectismos, es un cineasta que trabaja las sensaciones de manera distinta. Opta por experimentar y sacarle todo el jugo a sus actores, planta la cámara en determinado y crucial momento para que ellos asuman la responsabilidad de alcanzar la extraña alquimia de la emoción. Son varios los momentos de planos secuencia formidablemente manejados en la cinta pero destacan primero la del encuentro entre Cynthia y Hortense en el restaurante, momento de sutil inquietud en la que los secretos comenzarán a ser escarbados por el ángel de la verdad, casi tratamiento del alma asumido con dificultad por la madre interpretada brillantemente por Brenda Blethyn.
Un segundo y aún más complejo momento se desarrollará en el clímax del filme: la fiesta de cumpleaños de Roxanne. Ceremonia en la que caerán las caretas no sin antes una última farsa que se desarrolla alrededor de la mesa. Escenario y momento clásico de la representación familiar absorbido por la mirada inclemente de Leigh, quien observa el aparente gozo como un penoso espectáculo que nadie se cree y que habrá de arrinconarlos sin otra opción que interrumpir la función programada e improvisar. La sola presencia de Hortense funciona como motivadora del estallido, observada de pies a cabeza y dejada entrar por los ojos extrañados de su nueva familia. Momento que sí se permite la licencia de reinsertarse a la pugna melodramática, es que no podemos quedarnos indiferentes ante una crisis de este tipo. Leigh se toma el género y lo reproduce con todo lo espectacular y hasta tremendista que había contenido. La transparencia toma por asalto a los Purley como instante de transformación en el que los llantos y abrazos vuelven a ocupar su lugar como el corolario de esta historia cercana y a la vez lejana de tantos infames parientes cercanos.
La mano maestra de Leigh nos ha llevado por una experiencia distinta, por una película notable. Demás está también decir que mucho de ello es mérito de sus actores aparte de la antológica Blethyn. También destaca Timothy Spall y Marianne Jean-Baptiste. Pero incluso ello nos confirma a su director como uno de los mejores conductores de actores del cine contemporáneo. Acaso esa conjunción nos permite transitar por terreno conocido como si se tratase de uno nuevo. Uno que se forja bajo el riesgo de enfrentarse muy a su estilo con los fantasmas de la tradición, extraer de ellos las mejores enseñanzas y reprocesarlas bajo la particular sensibilidad de uno. Es como el cine se renueva siempre remontándonos a las historias de toda una humanidad.
Jorge Esponda
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