Anoche, en el Centro Cultural CAFAE-SE «José María Arguedas», ante regular concurrencia y con la presentación de nuestro amigo Jaime Luna Victoria, pudimos ver por primera vez una película de Héctor Marreros, el director cajamarquino que sorprende por su prolífica filmografía. Al parecer a veces retomando las mismas historias, Marreros ha realizado siete películas en cuatro años, a saber Justicia santa (2003), Coraje (2004), Los rebeldes (2004), Los taitas (2005), Zapatos nuevos (2005), Los caciques (2006) y la que motiva este texto, Milagroso Udilberto Vásquez (2006). Y Jaime cuenta que ya se viene la octava producción, que Héctor ya tiene el guión hecho.
Milagroso Udilberto Vásquez, todo un suceso que ha permitido a su autor recuperar su inversión en unas semanas, rescata un episodio de la historia de Cajamarca que con el transcurrir de las décadas ha adquirido ribetes históricos e incluso míticos. Se trata, nada menos, del proceso de acusación, enjuiciamiento y pena capital a un joven campesino por supuestamente violar y asesinar a una niña –¿recuerdan cierto tema de coyuntura política?–, que avanza inexorable hasta que se consuma la ejecución, una de las últimas cometidas en el Perú, antes de su eliminación constitucional en 1979.
Marreros empieza la trama en nuestros días, en los que Vásquez es objeto de un extraño culto, y despliega un largo flashback que constituye predominantemente el relato. En realidad, ese tiempo presente desde el cual se mira no aporta mucho y hubiera sido mejor situar la historia en su época correspondiente desde el inicio y luego añadir una coda. Además, en esas breves escenas contemporáneas, la aparente santidad de Vásquez, una suerte de minúscula Sarita Colonia, no llega a convertirse en un factor dramático y por eso mismo casi no justifica su presencia. Lo que sí hay es un interés en mostrar paso a paso la odisea del personaje por las distintas etapas del calvario que la ligereza de las habladurías y la actuación de la justicia le provocan. Marreros apuesta en todo momento por su inocencia, incluso al punto de mostrar al personaje excesivamente pasivo y sobrepasado por los acontecimientos. Esa mirada contemplativa, que parece compadecerse cristianamente de la desgracia del paisano atrapado por las circunstancias, es lo que mejor queda parado en una realización de actuaciones desiguales y puesta en escena demasiado tenue para las resonancias dramáticas de la historia, que hubieran justificado un tratamiento más cargado e intenso.
Sin embargo, creemos que la constancia de Marreros, inusual en el cine peruano, le permitirá a mediano plazo un mayor desarrollo de la dramaturgia, la dirección actoral y el tratamiento audiovisual. Y por supuesto, esperamos ver próximamente más películas suyas. Sin ir muy lejos, este jueves 1 de marzo, CAFAE-SE exhibirá su segundo filme, Coraje, cuya duración –58 minutos– es más propia de un mediometraje, a diferencia de la casi hora y media de Milagroso Udilberto Vásquez.
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