Blood Diamond
Dir. Edward Zwick | 143 min. | EE.UU.
Intérpretes:
Leonardo DiCaprio (Danny Archer)
Djimon Hounsou (Solomon Vandy)
Jennifer Connelly (Maddy Bowen)
Kagiso Kuypers (Dia Vandy)
Arnold Vosloo (Colonel Coetzee)
Antony Coleman (Cordell Brown)
Estreno en Perú: 18 de enero de 2007
El director Zwick se ha hecho de un lugar dentro del mainstream hollywoodense trabajando los motivos de la épica más tradicional pero adaptada a las necesidades actuales. Es un cine cuidadosamente manejado para no desmarcarse del gusto mayoritario aunque más que nunca toque un tema controversial: la violencia en Sierra Leona a causa de la explotación de los diamantes. Problemática de la que se vale el film para entregarse a la acción y también dedicarse a un discurso bienpensante. El resultado es disparejo, efectivo en el primer aspecto pero más que convencional hasta el aburrimiento en el segundo. Una película que se ciñe a las reglas específicas de cara a los premios de la academia.
Nos encontramos dentro del contexto de la guerra civil en el castigado país africano donde la demanda exterior por las piedras preciosas ha generado un círculo vicioso de muerte a grandes escalas. Complejas dimensiones las que rodean a este negocio y de las que la cinta intenta dar cuenta con todo el riesgo que ello implica. Ni bien iniciada contemplamos las imágenes del (deliberadamente) bello paisaje africano para dirigirnos rápidamente a las sedes de las grandes organizaciones de derechos humanos esmerándose por dar a conocer el conflicto suscitado en la región del tesoro, pero olvidada de la mano de Dios. Momentos consabidos para descargar ideas llenas de corrección política y comenzar a implantar “el mensaje en la conciencia” al más desprevenido espectador.
Es así que la película define su percepción del asunto a partir de las vivencias de tres personajes, representantes de cada uno de los segmentos involucrados. Salomón Vandy (es un humilde pescador víctima de la violencia a su alrededor, despojado de su familia y arrojado a la necesidad extrema en medio de las balas y machetes, Danny Archer, un ex militar dedicado al tráfico y que intenta sobrellevar más de una culpa; y Maddy Bowen quien en su labor de periodista representa la mirada, desconcertada al menos, del mundo exterior. Los tres confluirán a partir de que el nudo de la historia se asiente con la búsqueda de un valioso diamante rosado del cual Salomón es el único que conoce su ubicación. La película se define entonces con más claridad hacia la aventura y es ahí donde gana.
Edward Zwick es un director más que interesado en el Hollywood clásico al parecer, películas como Glory, The Siege o The Last Samurai aún en su ingenuidad intentan ser continuadoras de las románticas y vibrantes epopeyas de antaño y de ellas se moja con su innegable eficiencia dentro de la acción a gran escala. La huída de Salomón y Danny en medio de la guerra de calle en calle es una muestra contundente del manejo solvente de su director dentro de la dinámica de las imágenes. Es de agradecer intenciones de este tipo, pero el gran problema radica precisamente cuando debe sostener su discurso fuera de la épica. La película tiende a ser enfática y explicativa cuando deja el combate fuera de cuadro, Zwick es un director meramente mecánico o más bien desganado a la hora de abordar el sustento de todo su despliegue espectacular.
Presenciamos entonces un intento por conocer el otro lado de lo que solo exhiben los diarios: Danny justificándose y cada vez más comprometiéndose con la ardorosa búsqueda de Salomón por su hijo (que otorga la visión de los niños reclutados para la masacre) más que por el trofeo de sus sueños. La dualidad del hombre blanco en el continente negro, la disimulada instigación del conflicto por parte de los empresarios elegantemente vestidos de Londres y la insolvencia de la ayuda humanitaria son varios de los hilos de la gran madeja que la película no puede (en parte por el tamiz de los productores) desenvolver más allá de un acercamiento superficial. Y ese es el objetivo final del filme como artefacto de las apariencias del “buen cine” con el que se vende. Se agradecen los intentos por devolverle su cualidad pérdida al cine bélico pero ello no basta para hacer de esta película una cabal expresión de denuncia, mucha ya no sinceridad sino contundencia es lo que le falta a su discurso que se limita a la pompa y circunstancia de los grandes premios de salas con cumplidores aplausos y trajes de etiqueta como los que terminan rodeando a Salomón.
Deja una respuesta