Dir. Rodrigo Moreno | 97 min | Argentina – Francia – Alemania
Intérpretes:
Julio Chávez (Rubén, el custodio)
Osmar Núñez (Artemio, el ministro de Planificación)
Marcelo D’Andrea (Andrea, colaborador)
Elvira Onetto (Delia, esposa del ministro)
Cristina Villamor (Beatriz)
Luciana Lifschitz (Sobrina de Rubén)
Julieta Vallina (Ángela, amante del ministro)
Estreno en Perú: 5 de agosto de 2006
Rubén, el custodio del título, y todo su pequeño mundo dentro y fuera de su labor es la razón de ser de este filme austero, minimalista, despojado de la mayor posibilidad de una intriga. El director Moreno introduce su obsesiva mirada a la rutina de este personaje rugiendo internamente un malestar que parece eterno. Julio Chávez le da vida al protagonista de manera impecable siempre como una presencia misteriosa acaso fantasmal que emplea su tiempo para contemplar a la distancia (más allá del umbral de la puerta o a las espaldas de su protegido ministro) la vida que se desarrolla casi como ignorando su propia existencia, regla esencial de su profesión más no de su humanidad.
Es realmente arriesgado lo que hace el director en esta película pero la seguridad con la que enfrenta su proyecto nos dan la talla de un cineasta de proyección (y sigue causándonos asombro la continuidad y renovación del cine argentino). Nos encontramos ante un ejercicio absolutamente riguroso de puesta en escena a partir de la sola idea de la contemplación, la observación aparentemente ajena (entomológica como se dice), casi proyección misma del quehacer diario de Rubén lleno más de tiempos muertos que de vivos. Es todo ese trabajo desde las sombras el que asume el protagonismo de cada plano (estáticos en gran mayoría como para ver con comodidad y detalle lo cual la emparenta en cierto modo con Caché). Vemos a Rubén dedicado escrupulosamente a la preparación, coordinación y ejecución del resguardo al funcionario a quien sirve en un inicio con apariencia de maquina insensible y perfecta, impresión que rápidamente se irá transformando en la sutil actuación del estupendo actor que es Julio Chávez.
Rubén luce el reconocible síndrome de la insatisfacción a través de sus miradas y modales aparentemente discretos y sus paseos a uno y otro lado de los corredores (como fiera enjaulada) tanto como cada ida y venida en el automóvil. Testigo silencioso de la intimidad del funcionario de sus alardes ante la pequeña corte que tiene danzando alrededor como en sus aspectos más mezquinos y frívolos. Él se encuentra vedado de opinión o de urgencias no sólo por la jerarquía laboral sino por imposición propia. Pero detrás de esa máscara se esconde a duras penas un alma no resignada todavía al destino en el cual ha sido encajonado como pieza de un tablero de ajedrez. Mucha inspiración de Dostoievski se encuentra en este filme hermético y existencial.
Rodrigo Moreno consigue momentos verdaderamente notables dentro de su recorrido al lado del personaje como aquel viaje a la casa de campo del ministro en el cual se definen con habilidad las distancias entre Rubén y su entorno: el dibujante improvisado es objeto de miradas curiosas y distantes hasta volverse rápidamente borroso a la distancia como abstraído o más bien desarraigado de esta realidad a la cual regresa sólo como espíritu en pena, protector de ambiguas intenciones que asume el control ante la ausencia de vida a su alrededor. Mientras los viajes (entre ellos la oteada a la coqueta hija de la familia), caminatas y eventos de todo tipo se suceden una tras otro, también el círculo asfixiante se le va cerrando cada vez más pero siempre dominado por su propia lógica tan secreta como se obliga a ser. Más bien son los momentos en los que se encuentra fuera de este recorrido los que enfatizan tal vez innecesariamente lo ya visto: su típica familia con la que parece tan desconectado como con los extraños en la secuencia del cumpleaños en el restaurante chino (que a pesar de ellos luce una solvente dirección de actores) o su visita a la prostituta de magro entusiasmo.
Pero lo logrado del conjunto evita desbalances mayores. Donde no parece que sucediera nada hierven una enigmática mezcla de frustración y cansancio. Es entonces cuando el hilo que siempre se mantuvo entero se rompe, la sobriedad y circularidad del filme de pronto se ven cortadas acaso como estallido esperado. Probablemente se trate de un cambo abrupto del rumbo de la película pero no deja de ser hasta consecuente con toda esa acumulación a lo largo del metraje. Disposición caprichosa tal vez y aún así válida, claro que este (a su modo) heredero de Raskolnikov no se dedique a revelarnos todo lo que el tiempo y sus demonios internos le permiten pensar. El ejercicio aún así mantiene su sobrio estilo visual no se permite ni en esta especie de clímax el ingreso de algún elemento distorsionante de su pretendido autismo. Solo contemplamos algunos planos que alejan a Rubén como la sombra que siempre fue para llegar hasta el paisaje primario, el mar al cual nunca llegó a entrar (dice en algún momento) y que se convierte en su revelación del paraíso espiritual. Plano final que le basta al director para que su larga observación adquiera una cualidad entrañable y tercamente oscura. Aún es temprano para determinar ya constantes en la obra de su director, pero esta sorprendente película nos deja más que interesados por lo que vendrá, mientras tanto nos quedamos con la contradictoria presencia de Rubén rumiando en el áspero bosque de la Latinoamérica de nuestros días.
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