The Pursuit of Happyness
Dir. Gabriele Muccino | 117 min. | EE.UU.
Intérpretes:
Will Smith (Chris Gardner)
Jaden Smith (Christopher)
Thandie Newton (Linda)
Brian Howe (Jay Twistle)
James Karen (Martin Frohm)
Dan Castellaneta (Alan Frakesh)
Kurt Fuller (Walter Ribbon)
Estreno en Perú: 15 de febrero de 2007
En la declaración de independencia de Estados Unidos, Thomas Jefferson incluyó como una de sus sentencias más contundentes «el derecho del hombre a la vida, la libertad y a la búsqueda de la felicidad», frase que resumió la democracia en su sentido más liberal. Esta película la convoca para narrarnos una pequeña historia de superación en esa búsqueda tan difícil y soñada por los demás, los restantes entre los cuales se encuentra Chris Gardner, cabeza de una familia al borde de la crisis en plena era de Reagan. Tiempos difíciles como reza el poema a los que regresa este film, en obvias intenciones, casi como queriendo ser panfleto de las minorías desoídas, como la de los negros o extranjeros (el actor Smith y el director Muccino) que a pesar de tener todo en contra pueden ser capaces de remontar el muro de concreto que se comienza a levantar ante la vista del respetable y bienpensante pueblo norteamericano.
Gabriele Muccino se hizo conocido en su Italia natal con L’ultimo bacio, una película que más que tener de referencias a las comedias dramáticas norteamericanas era ya un pedido de atención al cine internacional y sus grandes casas, lo cual ha conseguido a cabalidad. A pesar de ello resulta curioso que haya dado el salto al otro lado del océano con este proyecto bastante más tirado para premios que para taquilla (si consideramos la tendencia actual). Intenta ser un homenaje al tipo de melodrama que a partir de fines de los 70’s ocupó cierto espacio en el mainstream. La cita ineludible es a Kramer vs Kramer pues nos presenta los mecanismos bien remachados y coloreados que habrían de definir a los films familiares a partir de entonces. Las aventuras y desventuras de Chris se suceden en correrías por las limpias calles de San Francisco en la ardua labor de ganarse la vida y evitar la fragmentación de su familia. La inevitable comparación con el film de Robert Benton se da lugar cuando el afanado Chris se convierta en el padre-madre coraje que asume con torpeza y menos ventajas los dilemas que trastornaban la vida de Ted Kramer.
Si hay un aspecto que en un primer momento se puede agradecer en esta película es ofrecernos dentro del Hollywood actual una mirada no tan siniestra que otras, pero por lo menos más explicita al revés de la fortuna, al mundo del desempleo y la precariedad material. Pero la impresión es fugaz, subyugada por otras luces reveladoras que surgen en esta historia de todos los días. La película juega con la corrección política casi todo el tiempo y de ello se encarga de sentarlo la casi instantánea aparición de la consabida y vendedora frase “inspirada en una historia verdadera”. Estamos ubicados casi al inicio del régimen de Reagan, esperanza impuesta tras la crisis y convulsión de años previos. Es en esa crisis en la que supervive el hombre promedio (y si es de las minorías mejor). Chris es acaso sobreviviente de una época de sueños e ideales perdidos en quién sabe qué punto del camino, que en medio de sacrificios y desconsuelo habrá de hallar la tierra prometida, las puertas del paraíso vueltas a abrir con otro nombre y otro patrocinador: es el mundo de los corredores de bolsa.
El empeñoso Chris asumirá desde ese momento la mayor prueba por ser aceptado en el mundo útil y de la “felicidad”. La búsqueda tomará para él por fin un norte claro del cual no se dejará mover, como tampoco soltará la mano de su pequeño hijo (en ficción y realidad) a pesar de que el mundo se le derrumbe en cada instancia a la que el guión lo lleve. Estamos acaso ante la representación misma del progresivo orden conseguido tras la época de juegos, flower power, paz y amor, no más guerra y demás frases ilusionadas (o ilusas) con un mundo mejor. Los jóvenes de aquella época han asumido el rostro del fracaso y mucho más. Los pocos sobrevivientes están acaso reducidos por la aplanadora del poder o seducidos por los lobbies de ambientes pulcros y asépticos, y es ahí donde debe buscarse la felicidad a toda costa. Ante nuestros ojos y oídos la fantasía liberal del éxito devela su rostro reaccionario.
Alrededor de Chris se desarrolla otra transformación de la cual el mismo es la representación ideal, una transformación más sutil que las que intentaron en antaño los chicos de cabellos largos y frases anarquistas por moda o convicción. La declaración sobre la búsqueda de la felicidad se somete a ciertas condiciones que de ser asumidas, acogen a cualquiera sea su raza, color y etc (sino vean a los bonachones tiburones financieros que nos presenta Muccino). Aquellos intransigentes se verán empujados a los márgenes de manera progresiva y la película nos los muestra como hippies ladrones, vagabundos y orates que intentan regresar a la época y ardores de Hendrix, las drogas y el sexo fácil. El bien pensante Chris se convertirá en cambio en un ejemplo para exhibir, un negro que como diría Reagan y sus sucesores «es aceptado sin ningún problema y asume sus derechos tal y como hubiera querido el honorable Jefferson». El líder liberal que es convocado por los representantes de la democracia actual para darle un sentido mañosamente invertido a su sentencia. Lectura verdaderamente inquietante dentro de una film que no tiene más virtudes que asumir su lugar en las pantallas televisivas de un domingo a las tres de la tarde en compañía de toda la familia. O pensándolo bien, sería mejor alejarla de la vista influenciable de los niños.
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