Deep Throat
Dir. Gerard Damiano | 61 min. | EE.UU.
Intérpretes:
Linda Lovelace (Linda Lovelace)
Harry Reems (Dr. Young)
Dolly Sharp (Helen)
Si el menospreciado y vilipendiado cine pornográfico tuvo alguna vez su época dorada fue gracias a esta película, que simbolizó como pocas la era de la contracultura. Obra y gracia de un grupo de personajes que transitaban en los márgenes del show business teniendo como cabecilla creadora a Gerard Damiano, iniciador, a su modo, de esta suerte de reivindicación del subgénero relegado a la clandestinidad desde que el cine es cine y que es, a su modo, otro luchador más de los derechos civiles en la Norteamérica de Nixon.
De pronto, como corolario al extendido malestar de la nación, surgió en los carteles de todo el país este boom picaresco casi como parodia de un mundo abstraído de mayores mortificaciones que conseguir la plenitud en el sexo, el orgasmo nunca alcanzado en medio de rutinas similares a la de un gato lamiéndose. Si la violencia en el cine ya había avanzado varios escalones tan rápidamente ¿por qué no podía hacerlo el sexo? Casi con la misma urgencia que otro clásico irrespetuoso como fue Pink Flamingos, la garganta profunda de Linda Lovelace habría de estampar su éxtasis en los rostros impávidos de la buena familia americana, como un eructo sorpresivo en la mesa de Tricky Dick.
Durante varias décadas el cine pornográfico se limitó a su función habitual en la que, incluso desde largas distancias, se apreciaba solamente las contorsiones del acto sexual. Su carrera, a pesar de ello, no deja de tener similitud con la historia misma del cine straight. Sus inicios como ese tímido teatro de entradas y salidas habrían de ser algo más largos, cierto, tal vez como conformismo de los señores satisfechos de clase alta que las encargaban rodar. Pero la audacia (como en los calentamientos previos al asunto) se habría de acrecentar. Las distancias de los cuerpos habrían de hacerse más cortas y, finalmente, llegarían las primeras expresiones del llamado hardcore, como permanece hasta ahora, con muy pocas variantes, a excepción de las tecnológicas. Detallismo en la presentación del acto y una edición cada vez más elaborada hasta el momento en que comenzarían a adoptar a su narrativa la ficción. Extravagantes, desaforadas, aunque también pequeñas historias renovarían el ilícito arte como lo hacía ya el un poco más admitido softcore que ganó con Russ Meyer a su primer maestro declarado, aunque esa es otra historia.
Lo que vemos en el filme es una gracia, una travesura que apenas si llega al largo pero que le bastó para conquistar a las más diversas audiencias e intenciones. Linda Lovelace asumiendo su propia identidad (casi ya regla de las pornstars) encarna la muchas veces real pesadilla femenina de no poder alcanzar el clímax sexual. Intentos de todo tipo la llevarán hasta el Dr. Young (Harry Remes, otra celebridad de la época de oro), una parodia andando que dará en el clavo al descubrir que su paciente posee el clítoris en el fondo de la garganta (como burla genial al mito de la frigidez). Desde ahí arranca toda una exhibición de Linda por darse y dar placer a cuantos pacientes lo soliciten. El Dr. Damiano nos presenta su desfachatada aventura con un sorprendente sentido cinematográfico que muchos aún no pueden admitir. La siempre despreciada estructura de las XXX tildada a menudo enana, sin coherencia y limitada a su objetivo lúbrico, alcanzó su breve momento de despegue en esta obra hasta cierto punto personal. Se sabe que Damiano tuvo un negocio en el cual todo el tiempo podía escuchar a mujeres de todo tipo hablando de todas sus frustraciones, fantasías y sucesos de la vida diaria, lo que le permitió hacerse de más información que un psicoanalista.
El resultado es una obra que gira en torno al universo femenino intentando escapar de sus limitaciones físicas, personales o sociales (¿acaso no como un liberal más de momento?). Vemos un filme construido con un afán y coherencia que resultaron más que sorprendentes. Ya desde un inicio el director nos presenta el universo limitado de Linda encajonado en un rincón desde el cual contempla a Helen, su compañera de habitación, que por el contrario disfruta de los placeres de un cunilinguo sin ningún problema. Personaje que pone en alarma su frustración a pesar de mayores intentos por alcanzar el placer que la rodea y del que todos los “buenos americanos“ disfrutan. Su presentación como elemento disonante en la satisfecha nación no deja de ser efectiva a pesar de las malas actuaciones (punto débil del género). La chacota primaria, a nuestra vista actual, no deja de ser reveladora de un hábil y atento espectador de los más innumerables gags que pueblan la historia del cine. Lo que se sucede entonces alrededor del ejercicio de su profunda garganta hecha vagina es una sucesión de momentos absurdos que condensan ese aire fresco y libertino que iría aumentando rápidamente en la sociedad americana. Linda se somete a los más coquetos caprichos y obtiene a cambio el ansiado campaneo de todo su ser con fuegos artificiales para celebrarlo. A su modo, Damiano le crea su propia estética al cine pornográfico
El caso de Garganta profunda fue acaso el más definitivo en el hard que hubo o tal vez habrá alguna vez. La película que, por despistes o lo que sea de la censura, logró estreno comercial le abrió las puertas a la diversificación, a la posibilidad de convertirse en industria e incluso en pensar en si misma como arte a desarrollar. Damiano, como arriesgado pionero, se propuso extender las posibilidades del porno en todos estos aspectos y más, aunque no haya salido, como se dice, “indemne” del viaje o golpe que le propinó a la moral de su país. Los pornógrafos en ciernes comenzaron a explorar en las posibilidades expansivas de su oficio una vez ganado su lugar en las marquesinas, pero a su vez tuvieron que sufrir la reacción inicial de la ley y el orden. Damiano y su tropa fueron perseguidos por la justicia bajo todo tipo de pretextos, mientras empresarios de todo nivel ya le echaban el ojo a la mina de oro en que se convirtió su filme e incluso la denuncia de la misma Linda de haber sido obligada a rodar a la fuerza sus exhibiciones sexuales. Pero el paso arriesgado ya había sido dado y nada ya impediría la invasión de las XXX a la vida común y corriente de la democracia e, incluso, se dio el gusto de verse involucrado en cierta forma en la caída de Nixon a causa de esa otra garganta profunda infiltrada en el gobierno. El esplendor de esta industria alternativa duró muy poco a causa del video y su masificación que comenzó afines de la década y a partir de entonces los mecanismos del género en cierta manera evolucionaron e involucionaron a la vez sin poder recuperar la apariencia tan única del celuloide y de las especiales fantasías de creadores como Damiano que se dio tiempo para hacer varias películas singulares entre ellos la no menos célebre The Devil in Miss Jones. Pero su pícaro cuento sobre los descubrimientos del placer bucal de Linda sigue siendo el emblema no sólo de sus obsesiones sino también de una era de cambios y renovaciones que el mismo espectador straight puede asumir como auténticos. Un clásico de la moralidad suspendida y a su estilo una pequeña obra maestra.
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