Escena Cero: Primer plano en off, pantalla negra. Plano de cara de testigo, detalle de ojos asustadizos, imagen de manos nerviosas, sudorosas, coleta roja en la mano. Mira con actitud de pérdida y desorientación a la cámara. Sensación de vacío en el espacio. Oscuridad, cámara nerviosa, leve detalle de paisaje (bosque oscuro) en cuadro:
Yo corría, corría, a veces me he caído, incluso con sus manos como garras de loro me agarró un rato en el brazo y me hizo un cortado, mira ve, bien profundo es. Estaba de miedo que me dejara embrujado y me raptara por su telepatía, igualito, ni hey podido dormir por eso, todo el día pensando que iba a volver a llevarme.
Jueves 4 de enero; 11.30 a.m.: A las primeras 100 entradas vendidas para el estreno de Chullachaqui, se le suma una cola de entusiastas esperando que se abra la boletería del Multicines Star para adquirir una de las preciadas entradas. La expectativa ha desbordado todos los pronósticos que se habían manejado en Audiovisual Films.
Pero la tensión es mucho más fuerte que las ilusiones. A escasas cuatro horas del primer estreno, el dato incierto y lúgubre recorre la epidermis de Dorian Fernández, Chichi Fernández y yo: una aparente copia pirata, de baja calidad y con cortes abruptos de edición, se estaría distribuyendo clandestinamente en algunos mercados negros de la ciudad. Lo que habíamos pensado podía pasar en algún momento como divertida anécdota, tomaba forma y existencia amenazadoras. No habíamos previsto que los del ojo tuerto y la pata de palo pudieran laborar con tanta premura y efectividad (¡ese es mi Perú pujante y emprendedor!).
Pero no era la única premura con que nos enfrentábamos. Los protocolos de seguridad de Audiovisual Films se habían activado desde las 06 de la mañana del 2 de enero, cuando un extraño virus inoculado en todas las computadoras de la productora inició su demencial misión de aniquilar diálogos, distorsionar cuadros de imágenes, cambiar arbitrariamente el orden de las escenas. Confieso que en aquel momento, el equipo de post producción (que incluía al director y el productor asociado –Dorian y Chichi–, el editor senior -Gino Guevara–, el encargado de efectos especiales –Kenny Reátegui- y el editor asistente –este escriba–) entró en una suerte de trance producto del temor de ser objeto de una amenaza no contemplada. Las copias de apoyo, así como el demo principal se encontraban a salvo, pero se habían realizado varios insertos que, como un suspiro, se perdieron en el torbellino caníbal del inesperado alien cibernético.
Desde el mismo día de Navidad, la productora había sido puesta de cabeza, para lo cual se había improvisado una suerte de isla de edición paralela. En el fragor de la adrenalina, sería muy común para gran parte del staff no dormir más de dos o tres horas diarias (la noche de Año Nuevo 2007 nos encontramos celebrando con una copa de champaña en la mano dentro y nuestro cuaderno de apuntes en la otra, sin detenernos toda la madrugada). Era muy difícil confiar en las PC infectadas. El técnico que se encargó de revisar todas las máquinas diagnosticó una invasión en toda aquella anatomía de chips y bytes. Eran las nueve de la noche de aquél día. 24 horas más tarde, se iba a realizar el gran avant premiere, ante autoridades y personalidades, con ocasión del aniversario de la ciudad. La paranoia empezó a rondar nuestras cabezas. Ante ello, eran necesarios, más que nunca, temple y capacidad para trabajar sobre presión.
¿En qué momento el Chullachaqui se convirtió en un torbellino que cambió los hábitos y costumbres de quienes participamos en él? Cuando Dorian Fernández me mostró las primeras escenas de Chullachaqui, en agosto, se me paró la oreja y esbocé una mueca de escéptica admiración. ¿Industria de cine en Iquitos? No fucking way…
Ya anteriormente, el también director de la empresa de publicidad Audiovisual había mantenido sendas incursiones en el siempre movedizo pantano, sea como actor del corto «A Lima» –dirigido por los hermanos Juan Carlos y Marco Palacios– y como flamante director en «Del otro lado», amasijo experimental de inquietante resolución. Pero, de allí a este nuevo proyecto existía un considerable trecho de diferencia, tanto por el empeño, los recursos humanos y el presupuesto invertidos, a pesar de todas las dificultades que supone realizar un filme de estas características en nuestra región. Puro corazón y ganas de hacer las cosas bien, de ir aprendiendo en el camino, de hacer concesiones para lograr algo más, de aquietarse para poder pensar con mayor frialdad el panorama que se iba presentando. Chullachaqui iba tomando forma, tanto como posibles fechas de estreno (22 de setiembre, 31 de octubre y 22 de diciembre, respectivamente).
Para los casi treinta minutos de duración de Chullachaqui, habían participado aproximadamente sesenta personas, entre actores y producción, sin contar con todos los amigos que se habían puesto la camiseta. Además, siempre según Dorian Fernández, la inversión realizada bordea los cincuenta mil soles, tanto en inversión como en servicios y apoyo logístico que algunas empresas y personalidades generosamente habían puesto al servicio de Audiovisual Films.
Además, un atractivo adicional eran una serie de innovaciones tecnológicas para el medio usadas aquí, tales como el uso de cámaras HDV de cine digital, el uso de boom de audio y sonido dolby digital, el registro digital de imágenes, claquetas para el control de codecs, iluminación artificial apoyada por grupos electrógenos (con todas las dificultades que significa cargar un equipo de dos toneladas de peso en el infernalmente indomable monte loretano).
No fue fácil seguir, pues muchas veces, luego de cerrados los plazos de grabación, luego de haber logrado que los amigos nos prestarán medios de transporte o algunos otros detalles propios de su concepción solidaria, en medio de las instalaciones del fundo España, en el río Momón o en la huerta espectacularmente claustrofóbica de la familia de nuestro jefe logístico Jorge Macedo, uno se preguntaba constantemente hasta dónde llegaría todo, si valía la pena estar sin un centavo en el bolsillo –una vez más– por embarcarnos en proyectos alucinantes pero suicidas para la mesa familiar. Todas esas dudas fueron cediendo ante las ganas de soñar en hacer algo más por el cine amazónico. Y mi natural recelo fue cediendo ante el indomable optimismo de Dorian y ante las ganas del equipo en pleno de Audiovisual.
Nada de ello, obviamente, pasaba por nuestra mente a la medianoche del 3 de enero, fecha programada para el gran estreno. La adrenalina fluía instantáneamente tratando de corregir todos los posibles detalles que el virus había maltratado. Caía la mañana del 3, fría y extraña. El insomnio era moneda corriente. Había que luchar contra las PC, contra la amenaza de los piratas y contra la fiebre, que había atacado como plaga a los editores. Las gigantografías de publicidad estaban colocadas en los puntos estratégicos de la ciudad. La portada de la revista Katenere, generosa con el cortometraje, era detalle inspirador. Había que afrontar los problemas y ganarle la partida a la adversidad. Iquitos esperaba con ansias al Chullachaqui.
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