«Mis relaciones con el cine son las de un matrimonio mal avenido, que no pueden vivir juntos ni separados» (GGM).
En su juventud, Gabriel García Márquez se mudó a Bogotá con la intención de estudiar derecho y ciencias políticas, carrera de la que desertó, para dedicarse al periodismo. Su pasión por el periodismo, lo llevó a desempeñarse como reportero de El Universal, El Espectador, y columnista de El Heraldo en su país. Paralelamente, su creciente interés por el cine lo llevó a escribir no sólo críticas -como lo cuenta aquí– sino además sabrosas notas y crónicas sobre directores y actrices de aquellos años, cuando las películas neorrealistas y las divas italianas como Sofia Loren y Gina Lollobrigida encandilaban las pantallas.
En 1964 se animó a aparecer unos segundos frente a la cámara del mexicano Alberto Isaac en En este pueblo no hay ladrones al lado de luminarias de la literatura y el cine como Juan Rulfo, Carlos Monsiváis, Luis Buñuel, Arturo Ripstein, Alfonso Arau y José Luis Cuevas. La película es una adaptación del cuento homónimo de García Márquez y en ella el creador de Macondo interpreta al boletero de un cine, mientras Rulfo y Monsiváis juegan al dominó en un bar y Buñuel encarna al cura del pueblo. El film fue reconocido en el Festival de Locarno con el Leopardo de Plata.
Inclusive en momentos difíciles de su carrera, el cine ha estado presente en la vida del escritor. Cuando terminó ‘Cien años de soledad’, tras soportar él y su familia un tiempo de penurias económicas, calculó que tenían que venderse doce ejemplares de su novela para que sus dos hijos pudieran ir al cine.
Seguimos citando algunos fragmentos de sus escritos relacionados al tema, extraídos en esta ocasión de la antología Crónicas y reportajes editada en 1985.
El verdadero cineísta
Es difícil definir al verdadero cineísta. Existe el especializado que devora dos horas de proyección en persecución de un detalle, de un ángulo fotográfico o de un acierto de dirección, y presencia la proyección con el mismo sentido con que un erudito descifra un pergamino antiguo. Es bastante discutible que ese sea el verdadero cineísta. Y sin embargo, también el matinée es la función más adecuada para el especialista. Los teatros donde se exhiben películas antiguas están llenos de ellos a las tres de la tarde. El verdadero cineísta asiste al teatro casi siempre solo. Se sienta invariablemente en los sectores laterales. No mastica chicle ni come ninguna clase de golosinas. No lee periódicos ni revistas, sino que permanece en las nebulosas, contemplando la pantalla con cierto aire de concentrada estupidez, hasta cuando comienza la proyección. Entonces se desabrocha el cinturón, se desajusta los cordones de los zapatos y el nudo de la corbata, y trata de apoyar las rodillas o de trepar los pies en el asiento delantero. Cinco minutos después de comenzada la proyección, puede estallar una bomba en el teatro, en que el verdadero cineísta no caerá en la cuenta. La película puede ser excelente o puede ser un mamarracho, eso no importa. Si a un verdadero cineísta se le dice en la calle que una película es insoportablemente mala, asistirá entusiasmado a la próxima exhibición, para convencerse de que es mala en realidad.
Rossellini va a dormir
No todo el que sabe de cine es buen espectador. Roberto Rossellini, el gran realizador italiano, se duerme profundamente y ronca como un oso durante la proyección. El mismo ha declarado que se ha dormido incluso durante la exhibición de sus propias películas. René Clair, el insuperable director francés, ha manifestado que para entender la mayoría de las películas, debe serle explicado el argumento después de la proyección. De André Gide se ha dicho que en sus últimos años tenía por costumbre encerrarse desde las primeras horas de la tarde en los cines continuos, envuelto bufandas y frazadas, que se iba quitando de encima a medida que progresaba la función. Azorín asistía a toda clase de películas y las veía y entendía a su manera. No como un cineísta, sino como un literato. En sus prolongados matinées tuvo origen un libro que nada tiene que ver con el cine: “El cine y el momento”, en el que Azorín hace interesantes comentarios literarios sobre High Noon, la extraordinaria película de Fred Zinnemann, y descubre que Gary Cooper es un caballero manchego, como Don Quijote. Su actor favorito, al parecer, era Gregory Peck.
La terapéutica del matinée
En Bogotá, el personaje más curioso que asiste a los teatros de estreno, a las tres de la tarde, es el anciano escrupulosamente vestido, cuyo automóvil lo aguarda a la puerta hasta cuando termina la exhibición. Casi a diario, el redactor cinematográfico de este periódico lo ha visto entrar y acomodarse silenciosamente en uno de los asientos de la zona lateral. Su comportamiento es el de un cineísta perfecto; no mastica chicle, no come golosinas, no lee los periódicos ni se pone en pie hasta el instante preciso en que aparece en la pantalla la palabra “Fin”. Sin embargo, según su propia declaración, ese inveterado asistente a matinée ni siquiera recuerda el nombre de los actores. Es propietario de un almacén de víveres, y no tiene sino una sola explicación para su encantadora costumbre:
– Desde hace nueve años vengo a matinée todos los días, por recomendación del médico.
Historia de una casualidad
En realidad el método de escoger actores callejeros se le ocurrió a De Sica porque su situación económica no le permitía hacer otra cosa. Cuando Cesare Zavattini escribió la historia de Ladrón de bicicletas, De Sica se dispuso a realizarla recurriendo a sus ahorros, y a los ahorros de sus amigos. La guerra había terminado tres años antes. En Italia no había nadie dispuesto a gastarse en películas el dinero que no tenía. Pero De Sica estaba dispuesto a hacer su película, y ya tenía todo listo. Sólo le faltaba la aceptación del protagonista central: Henry Fonda. Según el director, ningún otro actor habría podido desempeñar ese papel mejor que el norteamericano. Y le escribió una carta. Pocas semanas después, cuando se adelantaban los preparativos de la película, se recibió la respuesta. Henry Fonda cobraba por su participación exactamente el doble del dinero que se tenía para hacer todo el filme.
Así empezaron las cosas. Entre los actores italianos de esa época no se encontró ninguno apropiado. Pero como De Sica no estaba dispuesto a archivar su proyecto por una cosa secundaria, como lo era la falta de actor, salió a buscar un hombre en la calle. Y lo encontró pegando en el sector de San Giovanni. Todo el mundo sabe lo que ese albañil hizo en Ladrones de bicicletas. Pero o todos saben que un empresario de Hollywood se apresuró a contratarlo, cuando vio el filme, y el negocio le resultó un clavo. Ya fuera de la influencia de De Sica, el albañil no sirvió para interpretar ni un metro de película.
No es tan fiera Sofía
Hace un mes, el Pontífice conoció personalmente a una mujer que ha hecho pensar en el diablo a media humanidad: Sofía Loren. Fue una audiencia especial, que los empresarios de la actriz, dentro de su negocio, trataron de capitalizar. Pio XII vino expresamente de Castelgandolfo a la sala de audiencias del palacio del Vaticano. Sofía Loren tuvo que mandar a hacer expresamente un vestido negro, sin un milímetro de descote, y se presentó a la audiencia sin maquillaje en medio de un atronador bombardeo de bombillas fotográficas. Los periodistas que asistieron a la audiencia habrían dado cualquier cosa por una opinión del Pontífice sobre la actriz. Pero ni siquiera pudieron publicar la fotografía: los corresponsales de los noticieros, que se esmeraron en filmar hasta la última gota del brevísimo instante, tuvieron que echar al cajón de la basura ese precioso trozo de actualidad, porque no fue permitida su divulgación. Esa hubiera sido no sólo la única oportunidad en que los admiradores de Su Santidad y los admiradores de Sofía Loren hubieran podido verlos juntos, sino también la primera y la última en que habrían podido ver a la actriz vestida hasta el cuello.
Actualización [17 abril 2014]: Con motivo del fallecimiento de GGM, renovamos el post con más enlaces del romance que mantuvo con el mundo del cine.
Un post de Gabriel Quispe sobre la única película que el escritor dirigió: “La langosta azul”.
La Unión de Cineastas Peruanos (UCP) expresó sus condolencias por la partida del admirado Gabo y valoró su aporte al cine latinoamericano.
García Márquez envió dedicada a Luis Buñuel una sinopsis de una comedia titulada ‘Es tan fácil que hasta los hombres pueden’, que nunca llegaron a rodarla.
Una crónica de lo que hizo Woody Allen para que le otorgaran el Premio Príncipe de Asturias de Las Letras 2012 al Nobel colombiano.
Un artículo que analiza los amores difìciles de García Márquez con las adaptaciones cinematográficas de sus obras, en su mayoría irregulares y fallidas.
Un recuento de algunos de sus trabajos y colaboraciones como crítico, guionista y promotor.
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