Además de sus imprescindibles filmes, el maestro sueco dejó para la posteridad su notable libro de memorias Linterna mágica, del que extraemos algunos fragmentos en los que el cineasta reflexiona con conmovedora sensibilidad sobre su dilatada vida y obra.
La linterna mágica
Cine como sueño, cine como música. No hay arte que, como el cine, se dirija a través de nuestra conciencia diurna directamente a nuestros sentimientos, hasta lo más profundo de la oscuridad del alma. Un pequeño defecto del nervio óptico, un efecto traumático: 24 fotogramas iluminados por segundo, entre ellos oscuridad, el nervio óptico no registra la oscuridad. Cuando yo, en la moviola, paso la película cuadro por cuadro siento todavía la vertiginosa sensación de magia de mi infancia: allí en la oscuridad del armario ropero daba yo vueltas lentamente a la manivela pasando las imágenes una por una y veía así los cambios apenas perceptibles. Aceleraba: un movimiento.
El rodaje
El ritmo de mis películas lo concibo en el guión, en el escritorio, y nace ante la cámara. La improvisación en cualquiera de sus formas me es ajena. Si alguna vez me veo obligado a tomar una decisión improvisada, el miedo me hace sudar y me paraliza. El hacer cine es para mí una ilusión planeada con todo detalle, el reflejo de una realidad que, cuanto mayor me voy haciendo, me parece cada vez más ilusoria.
La felicidad
A veces hay una especial felicidad en ser director de cine. Una expresión no ensayada nace en un instante y la cámara la registra. Eso ocurrió hoy. Sin ensayarlo ni prepararlo, Alexander se queda muy pálido, una expresión de puro dolor se dibuja en su rostro. La cámara registra el instante. El dolor, el inasible, pasó unos segundos por su rostro y nunca volvió, tampoco había estado allí antes, pero la película captó el instante preciso. Entonces me parece que todos esos días y meses de minuciosa planificación han valido la pena. Tal vez yo viva para esos cortos instantes. Como un pescador de perlas.
Imitación de la vida
El trabajo cinematográfico es una actividad fuertemente erótica. La proximidad a los actores no tiene reservas, la entrega mutua es total. La intimidad, el afecto, la dependencia, la ternura, la confianza, la fe ante el mágico ojo de la cámara, nos dan una seguridad cálida, posiblemente ilusoria. Tensión, relajamiento, respiración común, momentos de triunfo, momentos de fracaso. La atmósfera está irresistiblemente cargada de sexualidad. Tardé muchos años en aprender finalmente que un día la cámara se para, los focos se apagan.
Tarkovsky
Cuando el cine no es documento, es sueño. Por eso Tarkovsky es el más grande de todos. Se mueve con una naturalidad absoluta en el espacio de los sueños; él no explica, y además ¿qué iba a explicar? Es un visionario que ha conseguido poner en escena sus visiones en el más pesado, pero también en el más solícito de todos los medios. Yo me he pasado la vida golpeando la puerta de ese espacio donde él se mueve como pez en el agua. Sólo algunas veces he logrado penetrar furtivamente. La mayoría de mis esfuerzos más conscientes han terminado en penosos fracasos.
Fellini, Kurosawa y Buñuel se mueven en los mismos barrios que Tarkovsky. Antonioni iba por ese camino, pero se mató, ahogado en su propio aburrimiento. Mélies estuvo siempre allí sin pararse a reflexionar en ello. Es que él era mago de profesión.
Sven Nykvist
Lo que más echo en falta es la colaboración con Sven Nykvist. Posiblemente se debe a que ambos estamos totalmente fascinados por la problemática y la magia de la luz. De la luz suave, peligrosa, onírica, viva, muerta, clara, brumosa, cálida, violenta, fría, repentina, oscura, primaveral, vertical, lineal, oblicua, sensual, domeñada, limitadora, serena, venenosa, luminosa. La luz.
Hollywood
Otra cena, otra noche: mi agente Paul Kohner, veterano de Hollywood, había invitado a algunos ancianos directores a su mesa. William Wyler, Billy Wilder, William Wellman. El ambiente fue cálido y cordial, casi jovial. Hablamos de la directa y soberana dramaturgia del cine norteamericano. William Wellman contó como él, a principios de los años 20, aprendió el oficio dirigiendo cortos de dos actos. Se trataba sobre todo, de establecer la situación rápidamente: la escena representa una calle polvorienta fuera de un “saloon”. En la escalera hay un perrito. El héroe sale por la puerta, acaricia al perro, monta a caballo y se va. El malo sale por la puerta, le da una patada al perro, monta a caballo y se va. El drama puede empezar. El espectador ha distribuido en un minuto sus simpatías y antipatías.
Hitler
El día de mi cumpleaños la familia me hizo un regalo. Era una fotografía de Hitler. Hannes la colgó encima de mi cama para que “tuviera siempre a ese hombre delante de mis ojos”, para que aprendiera a amarle como le amaban Hannes, y toda la familia Haid. Yo también le amé. Durante muchos años estuve de parte de Hitler, alegrándome de sus éxitos y lamentando sus derrotas. (…) Cuando los testimonios de los campos de concentración se abatieron sobre mí, mi entendimiento no fue capaz, en un primer momento, de aceptar lo que veían mis ojos. Al igual que muchos otros, yo decía que las fotos estaban trucadas, que eran infundios propagandísticos. Al vencer, finalmente, la verdad a mi resistencia, fui presa de la desesperación y el desprecio de mí mismo, que era ya una carga grave, se acentuó hasta rebasar el límite de lo soportable. No me di cuenta hasta mucho más tarde de que, a pesar de todo, yo era bastante inocente.
Isla de Farö
Mi cine de Farö me proporciona un placer inextinguible. Gracias a la generosa deferencia de la filmoteca tengo la posibilidad de conseguir prestadas películas viejas de su inagotable almacén. La butaca es cómoda, la habitación acogedora, se hace la oscuridad y las primeras imágenes se dibujan en la pantalla blanca. Todo está en calma. El proyector susurra suavemente en la sala de máquinas bien insonorizada. Las sombras se mueven, vuelven sus rostros hacia mí, quieren que me preocupe de sus destinos. Han pasado 60 años pero la excitación sigue siendo la misma.
The end
Me retiro antes de que mis actores o mis colaboradores vislumbren al monstruo y los invada el asco o la compasión. He visto a demasiados colegas morir en la pista del circo como payasos cansados, aburridos de su propio aburrimiento, silbados o abucheados, o cortésmente silenciados, apartados de los focos por bondadosos y despectivos mozos de pista. Cojo mi sombrero porque aún llego a la percha, y me voy andando solito, aunque me duela la cadera. La creatividad de la vejez no es, en verdad, un axioma. Es periódica y está condicionada, aproximadamente como la sexualidad, que se va extinguiendo suavemente.
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