Dir. Julio Medem | 118 min. | España
Intérpretes:
Manuela Vellés (Ana), Charlotte Rampling (Justine), Bebe (Linda), Asier Newman (Anglo), Nicolas Cazalé (Said), Matthias Habich (Klaus), Leslie Charles (Jovoskaya), Giacomo Gonnella (Guardaespalda), Gerrit Graham (Sr. H), Lluís Homar (Ismael)
Estreno en España: 24 de agosto de 2007
Ana, feliz joven criada libremente por su padre en una cueva de Ibiza, cuyas pinturas atraen a Justine, una mecenas buscadora de talentos. Ésta invita a Ana a formarse en Madrid, junto a un numeroso grupo de artistas en un centro muy particular, donde emana la creación artística. Así comienza un viaje estético y ascético en el que no faltan los lugares comunes de Julio Medem: el amor fou, la muerte, el azar, el sexo como fuente de vida, los agujeros negros de la mente, la naturaleza, y su circular y misterioso recorrido vital. Pero todos estos temas son demasiado espesos para la ligereza con la que los trata, por lo que Caótica Ana adolece de algo que pretende, profundidad, y el espectador no consigue dejarse llevar hasta el hipnotismo intencionado de la historia.
Buffet libre a discreción
Después de Lucia y el sexo llega “Ana y el caos”, otro añadido a los mundos femeninos, fuertes y resistentes -con su extraordinaria capacidad de amar- percibidos por un soñador, el director vasco Julio Medem. Caótica Ana es la séptima criatura de un cineasta que sobresale por su particular sello mágico, dotando al cine español de las últimas dos décadas de apertura multidireccional, cuando ya abriera camino Almodóvar. Y se adentra con ganas en los oscuros rincones de la mente humana, disecciona y explora lo que el cuerpo le pide, no por nada es licenciado en medicina y cirugía. Vacas fue su comienzo, al que seguirían títulos como La ardilla roja, Tierra, Los amantes del Círculo Polar, o su polémico documental La pelota vasca. La piel contra la piedra, entre largos y cortos, documentales o producciones como la mirada especial que le dedicó a una mal conocida enfermedad, la esquizofrenia.
En este su último estreno, Caótica Ana, el cineasta vasco compone todo un banquete visual, trasmutado en museo contemporáneo, collage de acciones artísticas, performances en vivo, videoarte, arte cinético, happenings…y demás improvisaciones creadas con el beneplácito de innovar. Todas sus marcas de agua, su universo Medemniano, están aquí. El problema, quizá, esté en que sobrepasa lo fílmico, convirtiendo a su criatura en pura pieza de Centro Cultural, de esos de los que los ayuntamientos están tan orgullosos con sus arquitecturas epatantes.
Julio Medem homenajea a su hermana fallecida en la figura de Ana, feliz joven criada libremente por su padre en una cueva de Ibiza, cuyas pinturas atraen a Justine, una mecenas buscadora de talentos. Ésta invita a Ana a formarse en Madrid, junto a un numeroso grupo de artistas en un centro muy particular, donde emana la creación artística. Así comienza un viaje estético y ascético en el que no faltan los lugares comunes del cineasta: el amor fou, la muerte, el azar (excesivamente fantasioso), el sexo como fuente de vida, los agujeros negros de la mente, la naturaleza (las queridas islas mediterráneas de Medem), y su circular y misterioso recorrido vital. Pero, además, Medem ha querido ir más allá dotando a Ana de una sensibilidad sobrenatural, que traspasa épocas, en representación de la mujer diosa, madre tierra.
Hay que reconocer que esta vez se le ha ido pelín la mano a este vasco habitante de reinos oníricos. El caótico cosmos de Ana, que pretende ser llenado con demasiadas cosas para una, hasta el momento, ingenua y virginal muchacha, deviene en caótico filme, en el que se cuecen, todo en la misma salsa, la creación artística, su mecenazgo, los conflictos sociales actuales y pasados, la agresión a la naturaleza, los genocidios de culturas milenarias o las guerras actuales, como la de Irak, todo aderezado con la reencarnación. ¿Mucho para digerir de una sentada?. Bueno, Medem se ha servido de la sencillez, algo de espectáculo, y mucha magia, haciendo honor a su habitual formato. Pero son demasiado espesos todos estos temas para tal ligereza, por lo que Caótica Ana adolece de algo que pretende, profundidad, y el espectador no consigue dejarse llevar hasta el hipnotismo intencionado de la historia.
«Caótica Ana es una historia contra la tragedia, conducida por la fuerza del optimismo y la necesidad de ser feliz de su protagonista», dice Medem de un trabajo estructurado en un descenso numérico del 10 al 0, que aspira a hipnotizar al espectador. Por momentos lo consigue, pero en el descenso final el espectáculo decae irremisiblemente a pesar de, o tal vez por la frescura y espontaneidad de la actriz protagonista, Manuela Vellés, que no consigue dar potencia suficiente al invento y resulta muy evidente su falta de experiencia.
A pesar de los tropiezos en algunos recodos, a Medem siempre le quedará la música, (por la que el cineasta se ha llevado varios premios Goya a casa) calmando el trauma que podrían causar los irregulares cambios narrativos de la película. Esta vez a recurrido a la colaboración de Jocelyn Pook, experimentada compositora británica cuyo currículo luce con la música de Eyes Wide Shut o El Mercader de Venecia y que aquí ha creado una magnifica banda sonora, (absolutamente recomendable). Tampoco ha prescindido Medem de la colaboración del músico autor, Nat King Cole (La ardilla roja), Caetano Veloso (Tierra), o Mala Rodríguez (Lucía y el sexo) siendo el elegido, esta vez, el mítico Antonio Vega.
En cuanto a los actores, Medem ha dado luz divina a sus mujeres en detrimento de los hombres. No ha escatimado en fichar a luciérnagas como Bebe, (tal ella misma), o leyendas como Charlotte Rampling, mientras que por el lado masculino ha rellenado con meros figurantes-acompañantes, entre el hombre que se desvanece incapaz de asumir compromisos, y el violador versus la mujer puta, en una categórica afirmación todas son putas, puesta en boca de uno de los personajes (Linda), con que Medem gusta crear polémica. Si bien hay veteranos para degustar en sus cortos lucimientos: Gerrit Graham, Lluis Homar, o el alemán Matthias Habich.
Pura estética que habita en las nubes.
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