Dir. Tony Gilroy | 119 min. | EE.UU.
Intérpretes: George Clooney (Michael Clayton), Tom Wilkinson (Arthur Edens), Tilda Swinton (Karen Crowder), Sydney Pollack (Marty Bach), Michael O’Keefe (Barry Grissom), Robert Prescott (Sr. Verne).
Estreno en España: 16 de noviembre de 2007
George Clooney hace aquí de un mensajero muy particular. Es una rara avis que trabaja para una prestigiosa firma de abogados de Nueva York a punto de unirse con otra gran firma londinense. Es un conserje que limpia y teledirige los problemas, un mensajero de ambigüedades morales. Y le han rodeado de actores de arcilla, los mejores moldes: Un Tom Wilkinson que mastica a la perfección todo lo que le echen en su carrera, o una Tilda Swinton perfecta en su fría pero insegura personalidad, que no descarta cualquier método para suprimir todo obstáculo en su escalada al poder empresarial. Clooney vence y convence desde ese brillo oscuro de su astuta y madura mirada donde nunca ha tenido mejores líneas.
El guión como estrella
Como llevo diciendo estas últimas semanas, entramos en el círculo acotado de los privilegiados que van a lucir una -o varias- estatuillas del próximo Oscar en sus estanterías. No cabe duda -quizá sea intuición femenina, esa que me dió tan buen resultado con las apuestas por las mafias de Scorsese la edición anterior- que Tony Gilroy tiene muchas papeletas para entrar dentro de los nominados con su opera prima Michael Clayton. Pese a que aún falta la inmersión en sus rivales cercanas: In the Valley of Elah (Paul Haggis) o la dedicada al gangsterismo afroamericano de la década de los setenta.
Heredera de las tramas Grisham, Michael Clayton va picando aquí y allá de la gran familia de películas de conciencia en las que un personaje se hace más que molesto para las todopoderosas e intocables multinacionales. Ya lo vimos con El dilema (El informante, The Insider) de Michael Mann, Erin Brockovich de Steven Soderbergh -productor ejecutivo, junto al mismo Clooney, de la cinta de Gilroy-, El cliente de Joel Schumacher o la más lejana en el tiempo, La viuda negra (1947) de Bennet & Brannon. Gilroy, quien exhibe una larga y fructífera carrera como guionista, compuso esta historia (que se desarrolla en el mundo de extrema presión de los bufetes neoyorquinos) recién llegado de la trilogía Bourne, para nuestra sorpresa y la de los admiradores de los supremos, concisos y sugestivos diálogos llenos de contenido de este su primer largo. Se le perdona, teniendo en cuenta que los productos Bourne y Cía están alimentados de sujetos que se mueven entre un mínimo de palabras y un máximo de acción con el fin de complacer a toda la gama de descerebrados, desde el de Kuala Lumpur al de Berlín.
Confieso, sencilla y llanamente, que Michael Clayton me ha, literalmente, subyugado. Para empezar agradezco a su director y productores el jugar con la textura y el poder de las palabras, siendo tal la forma que no han pasado por el túrmix para bobos unos diálogos, una música sublime, una arquitectura cinematográfica atractiva, una fotografía plena de destellos (del maestro Robert Elswit), en definitiva, un trabajo fascinante en su conjunto. No podía, por añadidura, ser otro que el atractivo George Clooney quién aporta su potente mentón, su magnetismo, para apoyar estas producciones de nuevos directores. Ya nos demostró en Syriana, de Stephen Gaghan, que se le dan muy bien los personajes inteligentes provistos de una errata en su cerebro, esa ausencia de instinto para matar, descendientes de un linaje que hereda cierto honor personal alejándolos del simple y rotundo ganador.
Clooney/Clayton hace las veces, aquí, de un mensajero muy particular -él mismo puntualiza a un nervioso cliente que no hace milagros, simplemente resuelve problemas-. Es una rara avis que trabaja para una prestigiosa firma de abogados de Nueva York a punto de unirse con otra gran firma londinense. A pesar de sus quince años de servicio, Clayton no forma parte de la plantilla fija, ni es socio y no porque no tenga la suficiente preparación. Es un conserje que limpia y teledirige los problemas, un mensajero de ambigüedades morales. Algo así como el Nikolai de Vigo Mortenssen en Promesas del Este, pero dentro de un marco de corrupción más fino.
Le han rodeado de actores de arcilla, los mejores moldes: Un Tom Wilkinson que mastica a la perfección todo lo que le echen en su carrera, o una Tilda Swinton perfecta en su fría pero insegura personalidad, que no descarta cualquier método para suprimir todo obstáculo en su escalada al poder empresarial. Clooney vence y convence desde ese brillo oscuro de su astuta y madura mirada donde nunca ha tenido mejores líneas. Menos mal, porque después de las «Ocean’s» le creíamos desorientado.
Los actores son parte de los méritos de Michael Clayton, sin embargo este estupendo filme es, también, el resultado de un ensamblaje de buenos currelas, empezando por el mismo director, que ha tenido la diferencia de hacer un thriller pausado, al que le ha dotado con un buen guión con el que ha convencido, entre productores y actores, al mejor director de bandas sonoras, James Howard Newton, (6 nominaciones a los Oscar y 34 premios en su haber) que hace un asombroso trabajo de acoplamiento entre trama y música. Por no hablar de la brillante fotografía.
Queridos espectadores, esta cinta entra en el grupo de las magnéticas del año, no cabe duda. Es algo más que una cruzada antipolución química. Es una estructura cinematográfica sobresaliente. Como ya dijera con Zodiac: tremenda película, tremendo guión, con el que Gilroy asume que la gente que se mueve en diferentes mundos sabrá alterar su discurso sin perder su indiosincratico espíritu.
Sobria, recia y discreta belleza, como la de los caballos salvajes.
Deja una respuesta