Khane-ye doust kodjast?
Dir. Abbas Kiarostami | 83 min. | Irán
Intérpretes:
Babek Ahmed Poor (Ahmed), Ahmed Ahmed Poor (Mohamed Reda Nematzadeh), Kheda Barech Defai (Profesor), Iran Outari (Madre), Ait Ansari (Padre)
El cine hecho de realidad o convertido en poesía de la realidad. El iraní Abbas Kiarostami es uno de los personajes más talentosos e influyentes que han surgido en el panorama contemporáneo. Kiarostami nunca ha dejado de mencionar -en sus películas tanto como en sus entrevistas- la gran admiración y cariño que siente por el cine despojado que corre desde Rossellini a los enfants de la nouvelle vague. En esta película la historia nos sitúa en el pequeño pueblo de Koker, donde el pequeño Ahmed correrá toda una odisea que luce como una historia más de tantas que se desenvuelven a nuestro paso cotidiano, casi como un juego de niños. ¿Dónde está la casa de mi amigo? es una película brillante y sin lugar a dudas una de las más significativas de los años 80`s.
El cine hecho de realidad o convertido en poesía de la realidad. El iraní Abbas Kiarostami es uno de los personajes más talentosos e influyentes que hayan surgido en el panorama cinematográfico contemporáneo. Dentro de la aún restrictiva sociedad de su país y su particular política hacia la actividad audiovisual interna, ha sido capaz de realizar varios films notables apelando a los motivos y mecanismos que antaño fueron la base del estilo neorrealista italiano. El universo del tercer mundo visto con una complejidad y fascinación envidiables. Esta película sin duda marcó el destape de este apartada cinematografía teniendo como manto esta obra tan personal e intransferible, pero que a la vez se sirve de elementos propios de afanes más didácticos o denunciatorios. Pequeñas historias diseminadas por los más diversos paisajes y estratos sociales del Irán contemporáneo. Su mirada es culta y abierta tanto como reservada en varios aspectos. Lo cual no quiere decir que sea condescendiente con las injusticias que muchas veces se retratan en realidades como la suya. Todo lo contrario, es un observador maduro que sabe de los matices y demás complejidades que rodean su mundo.
Kiarostami nunca ha dejado de mencionar (en sus películas tanto como en sus entrevistas) la gran admiración y cariño que siente por el cine despojado que corre desde Rossellini a los enfants de la nouvelle vague. A ellos asume como sus más identificables modelos con los que se ha distinguido dentro de la voluminosa cantidad de realizaciones locales que transitan entre el documental y ficción. Así, balanceándose entre dos mares, sus películas navegan tomándo de los dos supragéneros (cada vez más de manera indistinguible) y también entre dos tipos de producción: por un lado el cine que podríamos llamar “educativo” promovido tanto por el estado como por las ONG (aunque el afán denunciatorio también sea carne de la segunda) y por otro el cine notoriamente abierto a las exploraciones de un autor brillante pero a la vez modesto. Kiarostami se convirtió en un nombre reconocible internacionalmente a partir de esta película de producción sencilla pero que se sitúa tras una amplia experiencia dentro de los afanes didácticos de las primeras producciones de su país y cuyos manejos ya los conocía al dedillo. ¿Dónde está la casa de mi amigo? es una salto significativo hacia un horizonte más amplio de ese panorama creativo “chato” a primera vista.
La historia nos sitúa en el pequeño pueblo de Koker. Una sola imagen aparece ante nosotros para configurar de arranque ese mundo de vida y aprendizaje que tanto caracteriza al grueso de producción de “buenas intenciones”: la puerta de un salón de clases agitando sus imperfecciones y desgaste acompañada de las risas, los ruidos de correteos y todo ese gozo de los niños ante la ausencia de la autoridad adulta (de aquellos que representan un sólo sentido del orden del mundo). Escenario por demás común que desde ese primer plano se encuentra revestido de una mirada inusual, menos entrometida o manipuladora. Kariostami sin duda conocedor de todos los artilugios dramáticos de esta vertiente, opta por reducir la presencia de un estilo evidente o de una interferencia más “llamativa” al transcurrir de su ficción. Así es como se va desenvolviendo la aventura alrededor de Ahmed, el pequeño protagonista que se descubre como tal sin aspavientos de ningún tipo, al darse cuenta llegando a casa de que se ha llevado el cuaderno de su amigo Mohamed, quien tiene una advertencia de expulsión a causa de incumplir con sus tareas. Comienza así para Ahmed toda una verdadera odisea que luce como una historia más de tantas que se desenvuelven a nuestro paso cotidiano, casi como un juego de niños según nuestra interpretación adulta.
El realizador filma con seguridad la anécdota como un suceso en el que por más que asome la intriga siempre priman los gestos más cotidianos. Se deja sentir esa fidelidad extrema por la crónica neorrealista. Por un lado asume las condiciones limitadas en las que filma y aplica la fórmula como buen discípulo (provecho de los paupérrimos espacios de provincia y el uso de los actores amateurs), pero siempre mantiene su exigencia sobre éstos hasta cierto nivel de la dramatización. Nunca sus escenarios ni su estructura son moldeados por truculencias audio y/o visuales, nunca sus actores lucen la marca del histrionismo (ni el más fallido). Lo notable del caso es que el minimalismo que practica se torna en un modo de expresión muy personal aunque los rasgos externos no lo distingan. El día de Ahmed luce como una sencilla historia de aprendizaje que a primera vista pasa como la descripción de la vida de un niño en el tercer mundo, familia y escuela incluidas como tiene que ser. Así entre idas y venidas hacia la distante Poshteh, donde vive su amigo, Ahmed se ve envuelto en pequeños episodios y con diversos personajes que conservan la línea más clásica de los relatos infantiles. La manera en que son presentados es lo que cambia. En el universo de Kiarostami no existen las muletillas dramáticas salvo en lo esencial. El recorrido del protagonista deja sentir su urgencia de manera casi interior, como gesto inadvertido por el mundo de arriba.
La ambigüedad de la mirada de Kiarostami a diferencia de la típica ñoñez o la rotunda crudeza en otros casos, que circunda por el categorizado “cine infantil” termina cerrando el círculo fuera del género al que se inserta. Como pocos, el iraní se acerca con inteligencia al universo de los niños. Ellos se deslumbran pero también se adiestran, adquieren conocimientos y calculan sus pasos, poseen el temor a lo desconocido pero como el propio Ahmed poseen una tenacidad que conmueve sin más gestos ni arrebatos, llegando a veces a lo silencioso (como el compañero de clase siempre adolorido de la espalda y que en un tramo es encontrado en la dura faena laboral con la familia). Detalles desperdigados alrededor del pequeño que van configurando la labor esencial de dar cuenta de una sociedad subdesarrollada pero sin ofrecer una opinión completa hacia una parte. Kiarostami describe el mundo musulmán, sus ritos e idiosincrasias a manera de observador comprometido con ellas aunque muchas sean cuestionables a los ojos occidentales. No es casual por ello que ese aspecto casi de suspensión del juicio se vea representada por la mirada infantil. Con todos los modelos que tiene en los niños de Rossellini o los más enfáticos de De Sica, la mirada de Kiarostami tiene una particularidad tan propia que tal vez hasta pueda entendérsele como su consecuente continuador o renovador. Dramatismos a lo Dickens son totalmente innecesarios para la imagen que presenta de su cultura (aunque muchos compañeros de generación si lo crean y practiquen).
El incansable Ahmed se pasea entre los recovecos más complicados de su pueblo y el vecino, entre adultos que no lo escuchan, personas que a su altura parecen no distinguir todas esas historias e ideas que pueden ser tan importantes como las suyas y la interacción entre ambos mundos es acaso el aspecto más rico de la propuesta del director. Nos coloca a la altura (temporal) de aquellas personas, nos despoja (aunque sea brevemente) de la incredulidad y de los apuros de esos “grandes” ocupados en los “grandes” temas y necesidades (muchos de ellos también juegos de niños). El milagro que encuentra esta película es que intenten reaparecer en nuestra memoria aquellos instantes en que los juegos cambiaron de reglas, en que se traspasó esa línea o se cambió de aire (como los vientos que estremecen al niño en la oscuridad tanto como los ladridos de los perros). El encuentro con el viejo fabricante de puertas es tal vez el punto culminante de esta reflexión, momento sumergido en la abstracción en el cual el narrador de la realidad y de aparente clasicismo, evoluciona también hacia otro estado que se exanpandirá en sus siguientes películas. El niño y el anciano se siguen definiendo por sus característicos contrastes pero a nuestra vista ya no lucen sólo como dos extraños. Ambos forman parte de un mundo que se está transformando, que se diluye o erosiona (puertas de madera cambiadas por otras de hierro). La búsqueda de Ahmed pareciera detenerse por acción misma de este desconcierto. El rumbo cambia con la premura y la (otra vez) apariencia de un mecanismo que desliza aún el suspenso por la resolución del “pequeño” plot.
La compleja mirada del cineasta se abre hacia los horizontes más diversos a despecho del límite físico o moral que denunciaría cualquier otra película de similar factura o argumento. Kiarostami es un autentico poeta y no sólo de lo ordinario. El paseo de Ahmed ya convertido en viaje es acompañado por la sombra de lo incierto y hasta de lo siniestro aunque nunca se delate ese más allá de las certezas (ante las carencias o lo que fuere). A su paso siempre están los elementos propicios para la crítica: la enfermedad, el abuso, la ignorancia o indiferencia (con esos espacios amplios y vacíos que recuerdan a los de Ladri di biciclette) y Kiarostami los presenta sin más eufemismos o exageraciones. Pero la lealtad y el aprecio siempre pueden sobrevivir hasta en los rincones más insospechados y de ello da cuenta con ese vuelo tan único, la parte final otra vez en el aula de clase donde los nuevos miembros de la sociedad conservadora pueden hacer concesiones a lo “correcto” y darse la mano. Una celebración de lo extraordinario o un momento de epifanía de esos como sólo este gran cineasta iraní puede conseguir. ¿Dónde está la casa de mi amigo? es una película brillante y sin lugar a dudas una de las más significativas de los años 80`s a pesar de ser para muchos una ilustre desconocida en el panorama cinematográfico, incluso en los espacios rodeados de premios por doquier.
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