Dir. Ridley Scott | 157 min. | EE.UU.
Intérpretes:
Denzel Washington (Frank Lucas), Russell Crowe (Det. Richie Roberts), Chiwetel Ejiofor (Huey Lucas), Josh Brolin (Detective Trupo), Lymari Nadal (Eva), Ted Levine (Det. Lou Toback), RZA (Moses Jones), Carla Gugino (Laurie Roberts)
Estreno en España: 28 de diciembre de 2007
Estreno en Perú: 24 de enero de 2008
El cine sensorial del británico Ridley Scott no deja indiferente ni al espectador más detractor de lo puramente comercial. Es uno de los pocos directores que posee una cartera repleta de éxitos. American Gangster es un contraste de colores, una frontera donde juegan peones blancos y negros, en la que esta vez el que deslumbra es el peón negro, pasando a la casilla del rey con rapidez pasmosa. La que da el negocio floreciente de compra-venta de estupefacientes en la Norteamérica de finales de los sesenta-principios de los setenta.
La magia azul de Denzel Washington
El cine sensorial del británico Ridley Scott no deja indiferente ni al espectador más detractor de lo puramente comercial. Es uno de los pocos directores que posee una cartera repleta de éxitos. Su “denominación de origen” viene avalada por estrellas como, Alien, el octavo pasajero (1979), Blade Runner (1982), -su final cut está actualmente en cartel-, La sombra del testigo (1987), Black Rain (1989), las dos mujeres protagonistas más queridas: Thelma & Louise (1991), o Gladiator (2000). También hay un pequeño espacio en su book para algunos fracasos, como todo genio en momentos bajos, ahí están La teniente O’Neill (1997), Hannibal (2001), o el último farragoso tramo de su carrera.
Mas ya ven, no hay duda de que su solo nombre es garantía de ventas en taquilla, y yo soy de las que me rindo a su paso.
Tres veces ha sido nominado a los Óscar, tres veces se ha quedado con las ganas. Será que le consideran ya un valor amortizado. Quizá este año, como ocurrió el pasado con Martin Scorsese, finalmente la Academia se rinda a su último trabajo: American Gangster, que ya almacena una candidatura como mejor director al Globo de Oro 2008.
Experto en la creación de ambientes, puestas de escena impresionantes y composición de personajes, todo en sintonía con la narrativa audiovisual, Ridley Scott proyecta, ya a través de los tráilers previos, un estilo propio reconocible, que yo calificaría de puro Scott. Y este estreno bombón es un claro ejemplo: cine comercial de calidad, un majors hollywoodense muy apetecible.
American Gangster es un contraste de colores, una frontera donde juegan peones blancos y negros, en la que esta vez el que deslumbra es el peón negro, pasando a la casilla del rey con rapidez pasmosa. La que da el negocio floreciente de compra-venta de estupefacientes en la Norteamérica de finales de los sesenta-principios de los setenta. Años en los que el asesino del Zodiaco mantenía a la población expectante ante los medios, Nixon peroraba sobre el creciente narcotráfico, los ring de boxeo con Muhammad Ali como estrella eran un altar político y social y la guerra del Vietnam era un proveedor integral de heroína, además de soldados muertos. Al igual que Fincher con Zodiac, Ridley Scott ha situado su trabajo en esas décadas convulsas, tomando como base el resurgimiento del black power en la esquina opuesta del mapa: Nueva York y la cercana New Jersey.
Scott ha sabido plasmar con su maestría habitual esta terrible época, tanto en casa como lejos, Bangkok, insertando descargas visuales a quema ropa (entre escenas costumbristas) dentro de las mismas calles del Bronx (paraíso de la droga encubierta en botes de leche infantil y cortada por esfinges negras desnudas), a plena luz del día. Con profusión de registros y abundando en el detalle ha hecho de este filme superflay la transformación del traficante en héroe al que todos admiran y quieren parecerse. El guión de American Gangster, adaptado por Steven Zaillian, está basado en el relato que Mark Jacobson realizó en el 2000 sobre Frank Lucas, de por sí acotado con muchas partes ficticias. Es decir, el cartel de “basado en un hecho real” que aparece al comienzo, es cierto sólo a grandes rasgos. Ello no le quita mérito a la película, en la que un arrebatador Denzel Washington deslumbra con tal fuerza que su oponente, un Russell Crowe un tanto fondón (aunque todavía como un queso), no es capaz de tapar.
Frank Lucas (Washington) es un sujeto muy particular, portador de un estilo muy aristocrático. Frío, calculador, elegante, carismático, es tal su corrección que cuando tiene que matar lo hace sin mancharse y cuando amenaza lo hace con ironía: “soy un hombre ocupado, no tengo tiempo de ir al funeral de nadie”. Tan especial es el matón que el comienzo del filme arranca fuerte en el detallismo informativo de Scott: Lucas ve algo que le molesta sobremanera en el funeral del que fue su jefe y protector, Bumpy Johnson. Cuando un insolente traficante osa colocar una bebida goteante encima de la laqueada mesa del salón, Lucas la recoge inmediatamente y limpia el cerco.
Sin caer nunca en la tentación de probar el producto que vende, Lucas consiguió algo muy peligroso, y no me refiero al mercado ilegal que le enriquecía, sino más bien, al shock comercial que provocó: romper el orden establecido creando un monopolio con un producto de calidad a un precio justo, sin intermediarios, consiguiendo un beneficio superlativo. La cadena de corruptos que arrastraba detrás era de tal magnitud que nadie osaba replicarle. De tal manera que hasta el poderoso hombre blanco (destacada actuación de Armand Assante), en su mismo área de negocios, llegó a trabajar para él. Algo nunca visto.
Al otro lado del muro, Richie Roberts (Crowe), otro Frank Serpico, hormiguita honesta y obsesivo policía de New Jersey mete horas de vigilancia en sus viejo cacharro junto a su nervioso compañero, un pobre diablo yonki, muy bien encarnado por John Ortiz. Consigue con perseverancia sacarse el título de abogado, al tiempo que su vida familiar es un desastre, en parte por mujeriego. Tanta es la corrupción policial que le rodea que se convertirá en el paria de turno por devolver un millón de dólares (sin marcar), encontrados en el maletero de un coche. El contraste con Lucas es evidente en cada encuadre: en su desordenada vida, el desprecio recibido por sus compañeros, sus dificultades técnicas a la hora de investigar, su pesadez de hombros que le hace mantener una postura inclinada, su poca gracia en el vestir.
El ritmo de la película es rápido, agitado, de mirada oblicua. Antes de la confrontación entre Frank y Richie, hacia el final, nada permanece en pantalla por mucho tiempo, ni las escenas en la calle, ni en los clubs, ni en las fiestas, ni siquiera la cámara permanece junto a Richie en su tiempo sexo. La banda sonora es un reflejo de la época, y curiosamente, cierra esa poderosa etapa de Frank Lucas, cuando éste por fin ve la luz, al salir de prisión, el ritmo del hip hop marca otros tiempos.
American Gangster está hecha con estilo y energía. Supone una vuelta de Ridley Scott a sus buenos orígenes. Me pregunto si la Academia de Hollywood resistirá otro Oscar seguido a un actor negro, y otra película de mafias ganadora (recordemos que también está Cronenberg). Lástima, pues Scott se merece un homenaje.
Deja una respuesta