El espíritu de la pasión / Bin-jip
Dir. Kim Ki-duk | 88 min. | Corea del Sur – Japón
Interpretes:
Lee Seung-yeon (Sun-hwa), Jae Hee (Tae-suk), Kwon Hyuk-ho (Min-gyu, esposo), Joo Jin mo (Detective Cho), Choi Jeong-ho (Funcionario de prisiones), Lee Dah-hae (Ji-eun), Park Dong-jin (Detective), Moon Sung-hyuk (Sung-hyuk), Park Jee-ah (Jee-ah)
Al coreano Kim Ki Duk le gusta sumergirnos en universos apartados, desolados, aparentemente quietos como un bosque en los que se comienzan a sugerir las posibilidades de lo inquietante. La historia escueta que nos presenta a un joven repartidor de propaganda que aprovecha su actividad no sólo para pasearse de aquí para allá sobre su moto, disfrutando de cierta libertad que desde el comienzo se nos presenta irrenunciable para él, sino también para meterse de buenas a primeras en las casas y departamentos de distintas personas que se encuentran ausentes al momento. Tan extraña mirada nos advierte que su presencia responde a esos mismos motivos que hicieron huir a los otros personajes de Ki Duk hacia el bosque o el mar. El mismo mal de la cotidianidad o la rutina asesina y repetitiva que terminó estallando en determinado momento.
Al coreano Kim Ki Duk le gusta sumergirnos en universos apartados, desolados, aparentemente quietos como un bosque en los que se comienzan a sugerir las posibilidades de lo inquietante. Tal como vimos antes en Seom y en Primavera, verano, otoño, invierno y primavera, pero en Hierro 3 la idea cambia de escenario. Es la ciudad perdida y separada de alguna auténtica vivencia la que aparece como el campo de prueba de seres en constante fuga de las convenciones y que aparecen diseminadas en todo su cine. El ambiente urbano que apreciamos es el de una perfecta «burguesía» en la que el rebelde protagonista se irá colando como una fantasmal y traviesa presencia de la cual apenas se nota su paso entre sus propios afanes y conflictos. Idea que es tratada con ese esteticismo extremo, pero a la vez de apariencia tan sencilla como es característica del cineasta, sin duda uno de los nombres más interesantes del floreciente panorama fílmico de Corea del Sur.
La historia escuetamente como se observa nos presenta a un joven repartidor de propaganda que aprovecha su actividad no sólo para pasearse de aquí para allá sobre su moto, disfrutando de cierta libertad que desde el comienzo se nos presenta irrenunciable para él, sino también para meterse de buenas a primeras en las casas y departamentos de distintas personas que se encuentran ausentes al momento. El eje de la trama son estas «aventuras» que se le irán presentando en cada recorrido e intromisión dentro de esos espacios ausentes de gente, y casi preparados exclusivamente para su visita, donde no falta nada y es bien «autorecibido» hasta el punto de disfrutar tomándose alguna foto para el recuerdo. No lo motiva el deseo de robar, ni tampoco el de alguna otra maldad en realidad. Como en otras películas de Kim Ki Duk, el héroe de Hierro 3 parece sumergido en una extraña inocencia. Una inocencia que sabemos que no es tal, una que viene tal vez de las experiencias y decisiones más definitivas, tal vez sea una inocencia «por convicción». La incógnita y los detalles escuetos calzan a la perfección con esa ambigüedad que desde un inicio caracterizan ese vagabundeo del protagonista.
Tan extraña mirada nos advierte que su presencia responde a los mismos motivos que hicieron huir a los otros personajes de Ki Duk hacia el bosque o el mar. El mismo mal de la cotidianidad o la rutina asesina y repetitiva que terminó estallando en determinado momento. El protagonista de Hierro 3 parece haber llegado a la misma conclusión que ellos, aunque prefiera aún disfrutar su juventud dándose vueltas por el barrio y manifestando su rechazo a su muy particular forma. La virtud del film es no dejar que las palabras traduzcan ese discurso (como siempre, en sus films los diálogos son muy escuetos). Esa atmósfera de otro mundo impregna cada pasillo o habitación que visita el rebelde con o sin causa hasta haciéndolo rozar con el fantástico. Todo ese lirismo se encuentra expresado de manera notable en cada actitud del propio protagonista que parece siempre huir de la realidad hasta dentro de esos refugios a los que ingresa, convirtiendo inocentes juguetes en potenciales armas o haciendo que las balanzas den la «medida» exacta a sus ilusiones. Juego peligroso que se balancea también por la cuerda floja de la locura, demasiado tenue como para lanzarse solo. Es en ese periplo que rápidamente habremos de verlo al lado de una posible compañera, la única que nota su presencia (o que tal vez la pidió a gritos desde su infelicidad).
Kim Ki Duk hace del viaje de ambos una pequeña travesura compartida o una suerte de luna de miel que se desenvuelve con la tranquilidad de estar viviendo la perfecta utopía. Y de eso se trata esta aventura, de ver hasta que punto puede sostenerse el verdadero goce de la vida en las sociedades actuales. Sociedades que brindan protección y comodidades, pero exigen compromiso total con sus mecanismos (a veces atroces) de subsistencia. Rostros insatisfechos o en conflicto constante son los que observamos alrededor de la alunada pareja: matrimonios cansinos que vuelve de sus vacaciones peor de cómo salieron a ellas, maridos incomprensivos que someten y torturan como una manera de satisfacción ante las presiones de la dura realidad, hijos separados de sus padres por la barrera de las obligaciones hasta el punto de no saber de la posible agonía de uno o de otro. El único santuario que encuentran les será perfecto a los protagonistas para dar rienda suelta a sus sentimientos desbordados por el milagro de vivir el escape del tradicional programa vital de todos los días. La religiosidad en el cine de Kim Ki Duk no se encuentra reñida con las pasiones desatadas como lo demuestra esta secuencia hermosa, como en mucho de la tradición oriental el alcance de la sabiduría se convierte en el complemento perfecto del amor o el cariño vivido con una serenidad de la que suelen carecer las relaciones entre las personas, de alguna manera siempre en constante conflicto.
Si todas esas ideas, por ejemplo se volvían académicas en una película como Primavera, verano, otoño, invierno y primavera; en Hierro 3 consigue huir de ese corset en una narración lineal pero huidiza como el mismo héroe y sus ocurrencias apenas insinuada a los dueños de casa en algún que otro «nuevo» detalle dejado en el lugar. Pero como la utopía no puede extenderse más allá de su espacio abstracto, el camino se le irá reduciendo a los compañeros de viaje. Su reunión fue sublime, pero la manera como la alcanzaron (interesante la referencia visual del juego con las pelotas de golf y el modelo de palo que da nombre al film) irá tomando la medida de cada nuevo paso que dan, castigo que concluye con el encierro y la advertencia de lo que puede significar la osadía de querer escapar a los designios ya establecidos en el tiempo. Lo que le resta entonces al héroe en transformación es asumir completamente ese aura de espectro tan abstracto como las posibilidades de convivir con sus propias ideas en el mundo que le ha tocado, que no lo entiende, que lo mira como una sombra. Asumida la posición final ya nada podrá detenerlo, aunque nadie lo note. Los dos personajes pueden terminar conviviendo finalmente con su utopía, aún a costa de mantenerla en ese rincón, en ese espacio de realidad casi al límite donde por un momento podrán al menos en su intimidad hacerlos verdad como sus más secretos anhelos. Al Ki Duk de este film no le falta esa sabiduría y comprensión a la hora de encarar ese universo de posibilidades en esta película que debe ser una de las más interesantes que se hayan producido en el cine asiático contemporáneo.
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