Broken Flowers
Dir. Jim Jarmusch | 106 min. | EE.UU. – Francia
Intérpretes:
Bill Murray (Don Johnston), Jeffrey Wright (Winston), Julie Delpy (Sherry), Sharon Stone (Laura), Jessica Lange (Carmen), Chloë Sevigny (Asistente de Carmen), Tilda Swinton (Penny), Frances Conroy (Dora)
Estreno en Perú: 20 de julio de 2006
Un exitoso empresario de computadoras que ha llegado a la cincuentena recibe una carta anónima en papel rosa, presuntamente de una antigua amante, avisándole que cuando se separaron ella estaba embarazada y ahora su hijo de 19 años ha partido a buscarlo. El mecanismo principal de este relato de búsqueda de sí mismo es la ambigüedad. Mientras Don es un personaje realista, Winston y las sucesivas amantes de Don tendrán en mayor o menor grado elementos fantásticos aunque firmemente asentados en un contexto de marginalidad profesional o sentimental. A lo largo del recorrido apreciamos un sin fin de sugerencias, detalles e insinuaciones, en los cuales es más importante lo que se deja de decir que lo que se dice; todo lo cual define la ambigüedad que caracteriza el relato.
Un exitoso empresario de computadoras que ha llegado a la cincuentena recibe una carta anónima en papel rosa, presuntamente de una antigua amante, avisándole que cuando se separaron ella estaba embarazada y ahora su hijo de 19 años ha partido a buscarlo. Con este planteamiento el director Jim Jarmusch ha construido una hermosa y fascinante parábola sobre el sentido de la vida, que es justamente que no existe tal sentido; así como sobre el vacío, la soledad y la muerte.
El mecanismo principal de este relato de búsqueda de sí mismo es la ambigüedad. A ello de debe sumarse en partes iguales dosis de realismo y fantasía. Desde el inicio nos topamos con dos caracteres opuestos: Don Johnston (Bill Murray), el solitario y maduro donjuán abandonado por su más reciente conquista, Sherry (Julie Delpy) y Winston (Jeffrey Wright) su vecino anti donjuán, padre de cuatro hijos pequeños, escritor de historias detectivescas, con tres empleos (uno de ellos en una fabrica). Jarmusch se mantendrá fiel a esta contraposición de personalidades a lo largo de todo el filme. Mientras Don es un personaje realista, Winston y las sucesivas amantes de Don tendrán en mayor o menor grado elementos fantásticos aunque firmemente asentados en un contexto de marginalidad profesional o sentimental.
Para empezar, todo el relato transcurre aparentemente en los suburbios o en aldeas relativamente remotas; lo que enfatiza la marginalidad de los personajes. Luego viene el asunto de las profesiones y locaciones que nuestro héroe conocerá y recorrerá en este viaje por carretera y avión hacia el reencuentro con las mujeres de su pasado; y donde no se escatiman escenas de soledad y vacío durante el periplo, siempre salpicadas de la observación de detalles sutiles. Don tiene un oficio convencional y vive en una residencia en cuyos interiores lo vemos siempre en penumbra, al igual que los sucesivos moteles donde se alojará durante el trayecto; esto enfatiza su soledad y vacío vital. El resto tienen ocupaciones bastante curiosas y hasta pintorescas. Winston es un detective aficionado y su casa es la del negro americano de clase media que debe sostener una familia numerosa y creciente; nunca sabemos exactamente cuáles son sus oficios y es una especie de alter ego de Don, al que le ordena la vida y le organiza el viaje. Laura (Sharon Stone) se dedica al ordenamiento de estanterías y vive con su preciosa hija exhibicionista (Lolita); es viuda de un corredor de autos y tiene el mejor recuerdo de nuestro héroe. Carmen (Jessica Lange) es comunicadora de animales (profesión que sólo tiene sentido en sociedades económicamente satisfechas, como la estadounidense), antes fue abogada y mantiene una sugerida relación lésbica con su secretaria. Este es el episodio más irónico, a la vez que ambiguo y hasta misterioso.
El caso de Dora (Frances Conroy), la patética corredora de inmuebles casada, insinúa el componente de culpa en el pasado de Don, que luego le estallará en la cara al visitar a Penny (Tilda Swinton), su última visita. A la pareja inmobiliaria la encontramos ubicada en la sala de una elegante casa prefabricada siempre en los suburbios, adornada con un cuadro que reproduce la misma casa; lo que recuerda esos escenarios recurrentes en las películas de Tim Burton, símbolos del confort homogenizante de la sociedad norteamericana. Mientras que el final del recorrido es en una remota aldea de esos brutales motociclistas de carretera (personajes apropiados para una road movie, como ésta) en un ambiente típicamente rural. Salvo esta última, el resto de amantes de Don son –como él mismo– personajes “exitosos” en sus oficios y profesiones.
Vemos, pues, elementos mágicos (Lange), sexuales (Lolita y su madre), y hasta fantásticos, tanto explícitos (comunicación con los animales) como implícitos (la anónima carta rosa, el apoyo y guía de Winston y, en el encuentro final, con los violentos “duendes” de la carretera). A lo largo del recorrido apreciamos un sin fin de sugerencias, detalles e insinuaciones, en los cuales es más importante lo que se deja de decir que lo que se dice; todo lo cual define la ambigüedad que caracteriza el relato. Otro componente irónico lo constituye la seudo trama detectivesca, en la que Winston insiste en el ramo de flores “siempre rosadas” y en la búsqueda de “indicios rosas” (la máquina de escribir); que efectivamente van apareciendo en distintos momentos de filme, pero que –a diferencia de muchas películas comerciales (en los que la casualidad sirve a los fines del castigo al malo o del happy end)– aquí no nos conduce a ningún lado. Este aspecto, como otros en el filme, constituye una burla soterrada a los lugares comunes del cine comercial y una reafirmación del credo independiente de Jarmusch.
Por otra parte, el orden de visitas preparado por Winston obedece también a una muy inteligentemente sugerida evolución en la vida del héroe: desde lo más placentero (Laura) a lo romántico (Dora), siguiendo con lo intelectual (Carmen) y la separación violenta (Penny); para terminar con la visita al cementerio, donde reposa la amante fallecida. Este es el único momento en que Don enuncia sus reales sentimientos hacia alguna de sus amantes y ello ocurre frente a la muerte. Todo esto nos prepara y devuelve a la situación inicial.
El final no es otra cosa más que una evaluación vital de final abierto e incierto, en el cual la búsqueda del hijo, que nuestro protagonista intuye aquí y allá, viene a ser sólo un pretexto para ratificar el vacío existencial de Don y del resto de los personajes; quienes ya no se plantean retos en la vida y, en lo sentimental y profesional, sobreviven sin mayores perspectivas ni futuro.
Hay, sin embargo, una diferencia fundamental entre Don y los demás, y es que nuestro héroe es consciente de este sinsentido existencial y asume la soledad como una alternativa; no obstante lo cual siente también la necesidad (impuesta socialmente) de tener una familia o, al menos, una compañía. De allí que acepte –hasta cierto punto inconsecuentemente–, realizar el periplo propuesto por Winston. El enigmático diálogo final tiene un elemento de autorreferencia (el joven le pregunta a Don qué podría decirle en términos filosóficos “a quien realiza un viaje por carretera”) a lo que el protagonista contesta “¿tú me lo preguntas?”. En todo caso, Don le responde con uno de los lemas de las road movies: vivir el presente. Lo que visto en el contexto de esta secuencia final completa, parece sugerir también un diálogo de Don consigo mismo; lo cual se refuerza con ese notable travelling circular que lo envuelve en ese vacío cruce de calles. Esta vuelta sobre sí mismo representa también, como en tantas obras literarias, a la muerte.
Este final da luz también a otro aspecto de la película. Por ejemplo, podría pensarse que Winston, como contrapartida de Don, representa el ideal de una familia norteamericana feliz; como se lo señala Sherry al comienzo. Esto se soporta en la música de jazz que le obsequia Winston al viajero. De un lado, se identifica culturalmente con este personaje y, de otro, con lo que Don quisiera obtener: una vida hogareña, disfrutable, “sentar cabeza”, en fin, llevar la vida social normal que sintetizamos bajo el enunciado “asumir responsabilidades”.
Sin embargo, Winston resulta ser un personaje más complejo de lo pensado. De un lado, es alguien que está a la espera de su quinto hijo y que debe tener hasta tres trabajos simultáneos para mantenerlos. Esto sugiere más bien un personaje que quiere escapar del vacío existencial asumiendo excesivas responsabilidades y actividades. De otro lado, podemos asumir que sus esfuerzos por resolver un misterio que quizás no exista, son –al fin del periplo de Don– una burla a las expectativas del héroe (recordemos que él insiste en seguir indagando más sobre una nueva carta rosa, de Sherry). Es decir, que más que un apoyo, Winston más bien estaría socavando las últimas esperanzas del protagonista por dar algún sentido a su vida mediante distracciones inútiles que terminan regresándolo a su punto de partida. Por otra parte, esta insistencia en lo “rosado” ¿no es acaso la más devastadora ironía sobre un don Juan retirado y en decadencia? Es este sentido, Winston resulta ser también –en cierta medida– un personaje autorreferencial: cierra y reproduce el círculo vicioso de de las ilusiones perdidas de Don (¿el rutinario cuento de hadas que nos contamos todos los días para hacer nuestras vidas más tolerables?), de todas sus ilusiones: las del pasado (que ha visitado) y las del presente. Esta podría ser la historia de un hombre totalmente solo que sueña o recuerda su pasado e inventa personajes para hacer más llevadero su recuerdo. No en vano el misterioso joven con el que dialoga nuestro héroe al final, le pregunta si él no es budista, lo cual es rechazado inmediatamente por Don; posiblemente porque una de las tesis de esta religión es la inexistencia del yo. Una nueva y sutil ironía sobre el aquí y el ahora del protagonista.
Finalmente, pero no en último lugar, debemos mencionar la gran actuación de Bill Murray, con su rostro aparentemente inexpresivo, que describe el hastío y aburrimiento del protagonista; o también, su escaso asombro ante las extravagancias y los pequeños y grandes dramas de su pasado. Sobre todo, destacan los momentos de soledad, los tiempos muertos que Jarmusch enfatiza mediante la observación de detalles pretendidamente espontáneos en aviones o carreteras.
En suma, Flores rotas es una importante película que nos recuerda otros filmes que trabajan la soledad en personas maduras cuando lo profesional ha concluido o cesado como mecanismo para escapar del vacío sentimental o existencial en el contexto de una sociedad satisfecha. Es el caso, por ejemplo, de Perdidos en Tokio (de Sofía Coppola, donde Murray también hace un papel memorable), About Schmidt (de Alexander Payne) y la injustamente subvalorada El Hombre del Tiempo (de Gore Verbinski). Sin embargo, la gran diferencia con las anteriores es que la obra de Jarmusch corre un cierto traslado al espectador; es decir, lo invita a que «llene» los vacíos de la película a partir de su propia experiencia de identificación con su héroe. Por ello, contra lo que podrían pensar algunos, en esta reseña no exagero ni estoy viendo otra película; ya que en este caso, hippocryte bloggeur, de eso se trata. En tal sentido, la mesa está servida.
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