No Country For Old Men – No es país para viejos
Dir. Joel & Ethan Coen | 122 min. | EEUU
Intérpretes: Tommy Lee Jones (Ed Tom Bell), Javier Bardem (Anton Chigurh), Josh Brolin (Llewelyn Moss), Woody Harrelson (Carson Wells), Kelly Macdonald (Carla Jean Moss), Garret Dillahunt (Wendell), Tess Harper (Loretta Bell)
Estreno en España: 8 de febrero de 2008
Llegamos a otra fiel adaptación de uno de los escritores norteamericanos de culto, Cormac McCarthy, que en parte alimenta esa idolatría manteniendo una muy limitada relación con los medios. La descarnada caza del hombre por el hombre, centro del mundo apocalíptico de McCarthy, ha hecho excelentes migas con la cinematografía de los Coen, cuyo estilo, por cierto, parecía haber caído en desgracia, desde aquella estupenda «El hombre que nunca estuvo allí». No es país para viejos es una cinta densa, carrasposa, sorprendente y anticonvencional en su retrato de dos mundos paralelos, que caminan cada uno hacia su extremo, uno el de la violencia y el otro el de la desesperanza y la fatalidad.
Sombría y tarada Norteamérica
Este parece el año en que los Oscar han enfocado adaptaciones literarias para conceder el principal premio. Llegamos a otra fiel adaptación de uno de los escritores norteamericanos de culto, Cormac McCarthy, que en parte alimenta esa idolatría manteniendo una muy limitada relación con los medios. Y es que, no sé si habrá influido la huelga de guionistas, pero McCarthy está en el punto de mira del mundo celuloide, con la puesta en marcha cinematográfica de otra de sus grandes obras The road, (atención, con tres lujos: Viggo Mortensen, Charlize Theron, y Guy Pearce), y la adaptación de su western apocalíptico, Meridiano de sangre, al que pondrá firma Ridley Scott. Podemos sentirnos golosamente esperanzados, al menos sabemos que la gran pantalla aún nos deparará buenos momentos futuros.
También resulta coincidente que el estreno de la cinta de Joel y Ethan Coen, No es país para viejos (No Country For Old Men) se de a la par que otra interesante adaptación del novelista Upton Sinclair, Pozos de ambición (There Will Be Blood), de Paul Thomas Anderson, dando, ambas, forma a una América que no está para tirar cohetes, y cuyo futuro pinta más que negro, sombrío, violento, hostil y amurallado. “El americano medio suele ser un hombre duro, estoico y, además, lleva un asesino en su interior”, esta frase del escritor D.H. Lawrence pincha de lleno en el corazón de estas dos grandes producciones. Pero son especialmente los personajes de las novelas de Cormac McCarthy los que dan auténtica fe de tal descripcióón.
La descarnada caza del hombre por el hombre, centro del mundo apocalíptico de McCarthy, ha hecho excelentes migas con la cinematografía de los Coen, cuyo estilo, por cierto, parecía haber caído en desgracia, desde aquella estupenda El hombre que nunca estuvo allí (2001). La cadencia lenta de ésta, junto a la esencia de Fargo o algunas tomas que nos recuerdan a El gran Lebowski aparecen levemente insinuadas en este trabajo de los hermanísimos, que hasta que empezó a cosechar premios, aquí y allá, no había conseguido levantar la ceja.
No es país para viejos es una cinta densa, carrasposa, sorprendente y anticonvencional en su retrato de dos mundos paralelos, que caminan cada uno hacia su extremo, uno el de la violencia y el otro el de la desesperanza y la fatalidad. Como el filo de un cuchillo, desfila ante nuestros ojos esta historia dura, envuelta en una exótica coreografía de sombras, con algunas luces, las del seco desierto fronterizo con México, y los destellos de la sangre que corre a borbotones. Esta historia oscura tan metafísica como real, tan gore como austera, más que a anteriores trabajos de los Coen me han situado mentalmente junto al más reciente David Cronenberg: la violencia gratuita y autista, sin sentido, junto a ese temido cruce entre el gran mal y la gente corriente. Y ¡hay de aquellos comunes que osan cruzar la línea!.
Mejor hubiera sido que el veterano soldado del Vietnam, Llewelyn Moss, (un Josh Brolin impresionante, que ya dejara buen sabor de boca con su aparición en American Gangster) hubiera huido como alma que lleva el diablo al cruzarse, de noche y en pleno desierto, con un montón de cadáveres fruto de una refriega mafiosa. Pero la ambición y el dinero (en concreto un maletín con dos millones de dólares) todo lo tuercen, y su apropiación indebida le hará ser el blanco de un auténtico terminator fronterizo, el chaval ya adulto de Meridiano de sangre, el Kurtz del oeste de Texas, Anton Chigurh (nuestro moldeable Javier Bardem). A partir de ahí Moss será perseguido no solo por el implacable Chigurh, también por bandas de «mejicanos» sin identidad concreta, y por un sheriff muy particular, ese cansado personaje de vuelta de todo, que ha visto demasiado podredumbre como para creer en una ingenua esperanza, un papel a la medida del humanitario Tommy Lee Jones.
No es, desde luego, un cine para soñar ni para irse de rositas escapando a nuestra aburrida realidad cotidiana como no sea para caer abrazados a ella con gusto después de visto lo visto. Este exceso visual, cuya acción transcurre con suma rapidez en un lento discurrir no deja escapar cierta sorna caricaturesca y surrealista. Porque ¿no me digan que los diálogos (especialmente los de Chigurh/Bardem) no encierran un cuadro abstracto de puro cubismo?
No me imagino mejor puesta en escena del tétrico mundo mccarthyano y su humor subversivo, sus carreteras secundarias, sus caravanas-vivienda, sus tristes moteles, sus 4×4 polvorientos, sus armas de cañón recortado, sus amplios y desolados paisajes, que la llevado a cabo por estos cineastas en familia. Quienes han trasladado tal cual esa atmósfera carrasposa del libro, y al igual que el escritor, los cineastas convierten al paisaje en un personaje más. Para mi gusto personal, lo mejor de todo es que han sido fieles a la filosofía del libro, alejándose de cualquier final hollywoodiense cosido a chinchetazos en el que los malos son atrapados finalmente por los buenos, y el espectador se libra de quedar descolocado. Pues no, esta vez las cosas son diferentes y todo queda al capricho del azar.
Con la ausencia de una banda sonora al uso, en No es país para viejos los Coen utilizan los efectos sonoros que la acción produce a su paso, creando una intensificación de realidad y un mayor impacto en el espectador. No en vano la película ha recibido dos nominaciones relacionadas con el sonido. La elección de actores secundarios como Woody Harrelson (a quién hacía tiempo que no veíamos) y Kelly Macdonald no confirma sino el buen ojo en la elección de actores de estos hermanos que trabajan tan al unísono.
“Este país tiene una historia bastante extraña y tremendamente sanguinaria además”, deja escapar ya hacia el final el sheriff Bell.
Una extraordinaria película que muestra la cara y la cruz de la sociedad, el bien y el mal que conviven y procuran, en lo posible, no cruzarse, como no sea por caprichos del azar, en un juego a cara o cruz.
Sin duda no es una cinta para todos los gustos. Y sin ninguna duda es otra impecable adaptación.
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