Dir: Augusto González Polo | 119 min. | Argentina
Intérpretes: Alfonso Tort (Sergio Astier), Laura Agorreca (Claudia), María Abadi (Verónica), Diego Gatto (Juan), Mora Recalde (Mara), Gabriel Urbani (Vincent), Esteban Prol (Julián), Manuel Vicente (tío), Antonio Caride (Oscar), Martín Campero (Lorenzo), Marcelo Márquez (Maqueta), Guillermo González (Wep), Pablo Benitez (Rubén), Valeria Kotz (chica).
Premio «Descubrimiento de la crítica” en el 19º Festival Encuentros de Cines de América Latina (Toulouse, 2007)
Estreno en Perú: 8 de marzo de 2008
En cierta forma, esta es una película de las transiciones entre secuencias (varias de ellas marcadas por desenfoques de la cámara), pero también de desenfoques al interior de cada secuencia. El director apela a un interesante trabajo de cámara, recurriendo a encuadres aberrantes (es decir, tomas inclinadas, mostrando al protagonista cuesta abajo o cuesta arriba), uso del picado (incluso unos apropiados cenitales) y contrapicado, iluminación a veces contrastada, todo lo cual colabora a mostrar la inestabilidad emocional del protagonista y, en general, de la situación que vive.
Esta es la típica película que le gustará a Felipe Degregori, quien ya ha trabajado el tema juvenil y que además es una historia liminal-sentimental con música muy apropiada para el asunto. Es interesante también porque bajo el ropaje de los avatares amorosos del protagonista, se contrapone (y visibiliza) a la remota provincia de Misiones contra la capital. Como buen filme independiente (o indepen-digente, como se autocalifican), el director Augusto González hace un uso creativo con los escasos recursos de los que dispone para ofrecernos una travesía romántica que va de Misiones a la ciudad de Buenos Aires; la primera, el lugar de origen y sanación emocional y, la segunda, el espacio de la traición amorosa. Ambos escenarios tienen, por tanto, su propia ambientación y tratamiento.
Misiones, fuerte predominio de los exteriores, presencia de espacios rurales y panorámicas de un cielo azul que acoge a Sergio, el sufrido protagonista de esta historia, que empieza justamente aquí y nos lleva a un flashback de su estadía en Buenos Aires, donde se realizará la primera parte (desafortunada) de esta historia de amor. Aquí, como en la segunda parte del filme, la capital argentina inicialmente es mostrada casi siempre en espacios opresivos y nocturnos: departamentos, azoteas, discotecas. Sólo hacia la segunda parte empezamos a disfrutar de las calles porteñas, pero para mostrar –por ejemplo, durante el traslado del protagonista en un ómnibus– diversas escenas urbanas que describen (o en las que proyecta) su estado de ánimo y situación emocional. Ambos muy, pero muy depresivos, a causa de un desengaño amoroso.
Para transmitir esta situación, el director apela a un interesante trabajo de cámara, recurriendo a encuadres aberrantes (es decir, tomas inclinadas, mostrando al protagonista cuesta abajo o cuesta arriba), uso del picado (incluso unos apropiados cenitales) y contrapicado, iluminación a veces contrastada, todo lo cual colabora a mostrar la inestabilidad emocional del protagonista y, en general, de la situación que vive. A ello abona también los vivaces diálogos de la collera de simpáticos manganzoides que rodean al héroe; así como algunas situaciones relativamente insólitas, como por ejemplo las protagonizadas por la pareja de alocadas vecinas. Pero lo más importante es el trabajo con el foco de la cámara.
En cierta forma, esta es una película de las transiciones entre secuencias (varias de ellas marcadas por desenfoques de la cámara), pero también de desenfoques al interior de cada secuencia. Esto produce la sensación liminal propia de la juventud, de estar en tránsito hacia la adultez pero todavía no suficientemente asentado; sobre todo en lo emocional, aunque también en lo laboral (recordemos los dispares oficios y curiosas condiciones de trabajo que finalmente debe adoptar el grupo de pares). A este procedimiento –que nos ayuda a sentir lo que sufre el héroe– debe añadirse la banda sonora llena de canciones que van marcando las desventuras e incertidumbre de Sergio a lo largo del filme.
Por otra parte, debemos decir que no es una película perfecta, pero tampoco pretende serlo. A pesar del aparato formal empleado por el director, la película mantiene un aire de espontaneidad y una suficiente dosis de tiempos muertos (en realidad, casi videoclips, dado el acompañamiento musical) que nos ofrecen una imagen muy vívida de esta etapa de la vida. Una edad en donde el ajuste emocional aún no está totalmente regulado y vemos cortes abruptos en relaciones, a los que luego siguen arrepentimientos; productos del paso del tiempo, el que a su vez transforma muy rápidamente a los jóvenes (“ya no eres la misma”, le dice en su último encuentro Sergio a su ex).
Asimismo, muestra la fragilidad y vulnerabilidad de los sentimientos, la que debe ser contrarrestada por justamente por esas decisiones abruptas, en las que se construyen relaciones y se asumen compromisos. Y entre esos dos polos, los recuerdos, incertidumbres, resistencias, temores; en suma, la inestabilidad e inseguridad. Capital explora estos estados de ánimo, sobre todo en Sergio (aunque no sólo en él) y nos los va mostrando como esas transiciones a las que nos referíamos más arriba.
Finalmente, resulta simpático ver la contraposición entre la vida en Misiones y en Buenos Aires. Uno está habituado a identificar Argentina con su capital; pero películas como ésta (o El camino de San Diego, de Sorín) nos permiten descubrir los ámbitos rurales del norte de ese país y percibir ese resentimiento hacia la vida urbana rioplatense que se destila en el filme que comentamos. Disfrutable película.
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