The Painted Veil
Dir. John Curran | 125 min. | EEUU / China
Intérpretes: Naomi Watts (Kitty Fane), Edward Norton (Walter Fane), Toby Jones (Mr. Waddington), Diana Rigg (Madre superiora), Liev Schreiber (Charlie Townsend), Anthony Wong (Coronel Yu)
Estreno en Perú: 20 de diciembre de 2007
The Painted Veil es la adaptación de una novela del estupendo W. Somerset Maugham. Una historia romántica revestida por los velos del prejuicio, la conveniencia pero también por el reconocimiento arduo y trabajoso de que estos valores aprendidos pueden ser revertidos solamente bajo circunstancias excepcionales como el aislamiento y la inquietud de saberse un ser extraño y señalado como si todos sus pecados hubiesen salido a la luz pública. Estamos pues ante el cóctel perfecto del melodrama: una vivencia sentimental envuelta en las más extraordinarias circunstancias históricas.
The Painted Veil es la adaptación de una novela del estupendo W. Somerset Maugham. Es de aquellas historias que de cuando en cuando llegan a la cartelera en temporada de premios. En 1934 se había realizado una versión para lucimiento perfecto de Greta Garbo. Ahora es Naomi Watts quien asume la identidad de Kitty, la protagonista de una historia apasionante al otro lado del mundo. Una historia romántica revestida por los velos del prejuicio, la conveniencia pero también por el reconocimiento arduo y trabajoso de que estos valores aprendidos pueden ser revertidos solamente bajo circunstancias excepcionales como el aislamiento y la inquietud de saberse un ser extraño y señalado como si todos sus pecados hubiesen salido a la luz pública. De ello da cuenta este film realizado para lucimiento de sus estrellas pero que más allá de los habituales terrenos pantanosos del “cine de prestigio”, posee un encanto nada desdeñable a la luz de tantos encargos similares.
La trama nos traslada hacia la Inglaterra a principios de los años 20 del siglo pasado, hacia la vida rutinaria y hastiada de Kitty. La engreída chica de buena familia quien se verá poco a poco acosada por los temores inculcados en pos de obtener a como dé lugar un buen matrimonio y prepararse para los deberes de la madurez en necesaria compañía de un gentleman. Ante tanto acoso Kitty termina aceptando sin miramientos al doctor Walter Fane (Edward Norton) y con él se traslada hasta China, a las cómodas calles de la occidentalizada Shangai. En verdad a Kitty la perturba su nueva condición, no sabe si asumirla como una victoria o una derrota, si por fin se dio el gusto de evadir las presiones de su familia o si en verdad solo fue un ratón que cayó fácilmente en la trampa que le tenían preparada. Todos esos sentimientos revueltos con sus propios caprichos la llevarán a tener un amorío con Charlie Townsend, un diplomático con mucha maña y deberes en plena efervescencia nacionalista.
Estamos pues ante el cóctel perfecto del melodrama: una vivencia sentimental envuelta en las más extraordinarias circunstancias históricas. Pero la riqueza de ese retrato en el tiempo se sustenta en la representación de todos los ritos y fantasías arribistas con mucho de hipócrita que terminarán arrastrando en el juego ingenuo de Kitty también a su sincero y ordenado marido. Punto de ebullición en el que se da el giro mayor de la historia. El viaje (nuevamente obligado) de Kitty acompañando a su desilusionado marido rumbo a lo más interior de aquel gigantesco país, en ese momento plagado de todas las carencias e infortunios coronados con una epidemia de cólera. Para la pareja será como una especie de expiación, de sacudimiento ante los aires y muchos humos de la vida urbana. Somerset se imagina esta aventura como una nueva cita o luna de miel atravesada por su imaginario sabio y experimentado. Un rito de purificación de los verdaderos males o taras instalados en la mente más que en el físico. La convivencia con la sombra de la epidemia no es tan fatídica ni resulta un factor paralizante sino todo lo contrario, provoca a los personajes agitarse, inquietarse, curiosear con lo que esta más allá de los rostros lastimados o rencorosos.
El director John Curran (quien debe haber sido recomendado por la propia Naomi tras su trabajo en We Don’t Live Here Anymore) desarrolla esa premisa con no poco criterio. Sabe que juega en un terreno difícil y a ella le dedica todo el placer de un narrador aficionado a las aventuras clásicas, a aquellos retratos de ensueño ahora mirados con desconfianza. No opta por alguna acrobacia de estilo, cosa que por lo demás no estaría en los planes de sus actores-productores. A ellos justamente está dedicada esta realización. Naomi Watts y Edward Norton componen interpretaciones a la medida de las circunstancias no sin dejar atrás a Toby Jones como Mr. Waddington y la veterana Diana Rigg como la madre superiora, presencias aún más extrañas que la pareja pero mucho más integradas a ese mundo que los observa con recelo y a cierta distancia mientras el verdadero romance y generosidad se va gestando en los protagonistas. Ese gusto a “buen cine” no deja de ser auténtico a lo largo de la presentación de los pasajes íntimos en los que el intercambio cultural literalmente los transforma o paradójicamente los desintoxica. Aunque se deja extrañar la intensidad de sus modelos mayores en el género.
Por lo demás es la medianía lo que predomina. El fuerte y a veces hostil contexto no llega a tener mayor preponderancia que lo establecido por la resolución de la trama, pero tampoco se queda cumpliendo la función de adorno, como podrían aparentarlo los armoniosos paisajes que recorren los protagonistas al ritmo sereno de la música de Satie o el score original del francés Desplat (muy bellos por cierto). Se trata de una cinta decididamente conservadora y académica, de fines claros y dentro de ellos cumple con casi todo lo que se propone. Incluso con todo ello se permite dejarnos algunos momentos grabados en la memoria, tales como la atmósfera sensual que cubre la noche al calor del opio y los sentimientos reencontrados o las melancólicas imágenes de despedida de Kitty de su tierra de dolorosa transición. Frente a un cine que atosiga nuestros sentidos con pirotecnias y modas pasajeras, probablemente un filme como Al otro lado del mundo termine arrancando un gesto de tedio casi instantáneo en el espectador promedio. Pero vale la pena darle un poco de atención a un film discreto como este y darse, tal vez como la propia Kitty, una pequeña y sutil satisfacción a los sentidos y afectos.
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