El lunes salté desde los Bosques de Palermo al subte directo al Hoyts, acompañando a Amanda (quien acaba de comenzar sus clases en una Maestría en la FUC) para la función de las 5 p.m. de Unidad 25. El documental dirigido por Alejo Hoijman, que compite en la Selección Oficial Argentina, escapa de los lugares comunes que se podrían esperar en un filme «carcelario». Aquí más bien conocemos cómo es la vida en esta inusual prisión, poblada por internos que profesan la religión evangélica.
A lo largo de la cinta seguimos de cerca a un nuevo integrante de esta singular iglesia, y su paulatina conversión al culto, no sin antes haber expulsado algunos demonios de su pasado más reciente. Estos testimonios son el punto fuerte del filme, relatos tan crudos y desgarradores que justificarían la búsqueda de redención por parte del joven reo, a través de los histriónicos ritos y alabanzas que muchos conocemos, en repetidas secuencias que bien podría ganar adeptos a su causa por puro cansancio.
Hora y media después, estaba de vuelta en las mesas de la zona de prensa, ahí donde las manzanitas encendidas de las MacBooks son una constante. Juan Daniel había conseguido dos tickets para la función sorpresa, que ya no era tan sorpresa. A estas alturas, y desde hace varios días, se sabía que Liverpool, la últimita de Lisandro Alonso, sería presentada en público por primera vez en el marco del BAFICI luego de haber recibido el visto bueno de Cannes. Sucede que para que una cinta pueda ser considerada en la selección del festival francés, no debe haberse presentado anteriormente de manera oficial. Salvado este impasse, el BAFICI se salió con el gusto de presentar el nuevo filme de su hijo predilecto, y Alonso llevará su película a la Quincena de Realizadores de Cannes, donde es caserito.
Antes de la presentación se realizó un «cóctel», unos vinos, cervezas y pepsis más tarde, estábamos listos para tan esperada función. Nos acompañaba Sabina, amiga de JD, estudiante eslovena de, sí adivinaron, la FUC. Liverpool es rojo, como la sangre que llama a la sangre, del hijo que regresa luego de dos décadas a la casa de la madre enferma. Al igual que en Los muertos, el viaje redentor parte desde el encierro: de una celda aquella vez, y ahora desde la diminuta y metálica habitación de un barco carguero, hacia la libertad de la selva de Corrientes, que ahora se transforma en la tundra del sur argentino en Ushuaia.
La escena donde se revela el origen del, al parecer, antojadizo título del filme concuerda con un comentario que me hizo Juan Daniel al final de la proyección: el protagonista Farrell inicia su viaje, no desde el encierro, sino más bien desde la libertad que le han dado sus viajes en ultramar. De puerto a puerto, un souvenir es lo único que el viajero puede dejar en casa, cuando ya nadie lo quiere de vuelta. «Es el filme menos autista de Lisandro», sentenció una señora sentada a mi lado. La sabiduría que dan los años.
A la salida de Liverpool nos ganó el hambre (a Juan Daniel el sueño ya lo había vencido hace rato), así que subimos al patio de comidas. Ahí nos encontramos con Claudio Cordero, quien está cubriendo el festival para la revista «Godard!». Conversamos brevemente -como suelen ser las charlas entre funciones-, cotejando algunas opiniones sobre las pelas vistas hasta ahora. La charla sirvió además para hacerme más llevadera la horrible BigMac que hizo las veces de cena.
Hablando de peruanos en el Abasto, por los pasillos del Hoyts se les puede ver a Fabrizio Aguilar, en su faceta de productor de Luna Llena Films. Además de Norma Rivera, coordinadora general de la Filmoteca PUCP, y Ana María Teruel, coordinadora de la sala de cine del CCPUCP, ellas probablemente estén en la búsqueda de títulos para la próxima edición del Festival de Lima.
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