Tropa de Elite de José Padilha
Los europeos a veces se la dan de progresistas. Y también coquetean descaradamente con el rollo de la buena conciencia colectiva respecto de los problemas que nos afectan a los latinoamericanos. Tropa de Elite, un película brasilera que se ha balanceado en torno a la polémica y el escándalo (con gran olfato publicitario, por cierto), logró cautivar a un puñado de buenos ciudadanos polítically correct del Festival de Cine de Berlín (donde ganó el Oso de Oro, ni más ni menos) y se convirtió en la niña mimada de las carteleras donde se ha estrenado. No creemos que aquí en el Perú vaya a ser diferente. Pero, ya sabemos, una cosa es venderle a los extranjeros cuentos que difícilmente van a poder ambientar en sus realidades y otra, totalmente distinta, es jugársela por una cinta que, alejada del ruido y las nueces, no es la gran esperanza blanca del nuevo cine de estos fastos que algunos tiburones del merchandising nos han querido vender.
Tropa de Elite tiene el deslumbramiento de una película que ya hemos visto (Ciudad de Dios) y el genio de algunas de las más encumbradas cintas de Stallone. Por ratos, incluso pensaba estar frente a la versión latina y machista de G.I. Jane (sin Demi Moore, obviamente), a la cual habría que mezclar algunas escenas de La Ciudad y los perros. Todo con la consabida estética video-clip y los efectos de “gran factura” MTV. Eso sí, bien filmada, mejor editada e impecablemente montada. Pero aún así, un vehículo para el contrabando más desembozado. En otras palabras, refulgente, pero mentirosilla.
José Padilha, director de Tropa de Elite, sabe por dónde van los tiros en cuanto a la pulsión básica del espectador promedio. Su mega taquillera cinta triunfa en la emoción y es derrotada sin atenuante por la gran superficialidad de sus ideas, de su guión y de su mensaje. No crean que estamos frente a una película facha, como le he escuchado a algunos izquierdistas preocupados. Solo es un montón de policías disparando contra los malos, que siempre son más malos aún que los más malos policías. En medio de ello, la miseria como paisaje. Y un policía novato que se va convirtiendo casi robóticamente en una máquina de matar. No hay matices, no hay ironía, no existe puntos medios que le den sentido a la historia. Tan solo manipulación instantánea, donde todo el mundo es inmoral y donde la Armada Invencible (encarnada en el escuadrón especial BOPE) inevitablemente debe ser corrupta, debe ser torturadora, debe ser asesina y, por ende, contaminarse de maldad para poder vencer a los traficantes y los escuadrones de pistoleros que manejan las favelas de Río de Janeiro. “Lecciones” que ya las he aprendido desde chibolo en películas más disparatadas, estilo serie B hollywoodense, pero al menos honestas en sus pretensiones y en su mensaje (o anti-mensaje).
Tropa de Elite es entretenida, obviamente, pero no es mejor película que Ciudad de Dios (si acaso ese es un buen referente). Sí es una calculada muestra de que los cineastas de estos territorios hemos aprendido a seguir las fórmulas exitosas para llenar salas. No necesariamente para hacer mejores filmes. En todo caso, el gran triunfo de esta cinta aparatosa es haber demostrado que directores como Padilha tienen los huevos y la astucia para copiar gringadas, ponerles sabor regional y empaquetarlos de modo tan llamativo que hasta los pretendidos señorones de la crítica, tan serios, tan juiciosos, tan objetivos (una ruma de incautos buena onda, al fin y al cabo) caigan en la trampa y la encuentren “subyugante, fascinante, imprescindible”.
Solo por eso Padilha merece ganarse un premio. Porque al menos nos ha permitido darnos cuenta quién es quién en este interminable jueguito de espejos.
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