The Argentine
Dir. Steven Soderbergh| 122 min. | Francia – España – EEUU
Intérpretes: Benicio Del Toro (Ernesto ‘Che’ Guevara), Franka Potente (Tania), Santiago Cabrera (Camillo Cienfuegos), Demián Bichir (Fidel Castro), Rodrigo Santoro (Raul Castro), Elvira Mínguez (Celia Sánchez), Catalina Sandino Moreno (Aleida Guevara), Jorge Perugorría (Joaquin)
Estreno en España: 5 de setiembre de 2008
Acercarse a la figura del Che hoy día no es nada fácil, porque en cierta forma está muy fagocitada por el mundo publicitario, sin que el poseedor de algún objeto o poster con su cara-bandera símbolo de la revolución per sé, tenga un profundo conocimiento de la personalidad, el carácter que había detrás de tal aura arrebatadora. El tándem Steven Soderbergh/Benicio Del Toro, que tan bien funcionó en Traffic, y que les reportó sendos Oscar a cada uno, como director a Soderbergh y como actor secundario a Del Toro, vuelven a matrimoniarse para asentar un trabajo que toma pie en la franqueza, visión del símbolo alejada de pensamientos cautivos en la moderación y limpio de moralismos enfangados en intereses del tipo que sea.
El mito hecho hombre
Acercarse a la figura del Che hoy día no es nada fácil, porque en cierta forma está muy fagocitada por el mundo publicitario, sin que el poseedor de algún objeto o poster con su cara-bandera símbolo de la revolución per sé, tenga un profundo conocimiento de la personalidad, el carácter que había detrás de tal aura arrebatadora. Aparte del buen sabor de boca dejado por Diarios de motocicleta (2003, Walter Salles) sobre los años viajeros previos a su mitificación, los innumerables documentales de todo pelaje realizados sobre el mito, en muchos casos han confundido más que abordado la verdad histórica. El tándem Steven Soderbergh/Benicio del Toro, que tan bien funcionó en Traffic, y que les reportó sendos Oscar a cada uno, como director a Soderbergh y como actor secundario a Del Toro, vuelven a matrimoniarse para asentar un trabajo que toma pie en la franqueza, visión del símbolo alejada de pensamientos cautivos en la moderación y limpio de moralismos enfangados en intereses del tipo que sea. O quizá haya alguna pizca, pero la que suscribe no la ha captado. Eso sí, los titulares del estreno en diversos medios han sido una vez más un muestrario de los tiempos que vivimos de sutil utilización del lenguaje, en los que no pocas veces han tenido casi que justificarse los responsables de este fascinante proyecto.
Soderbergh iba a ser en un principio el productor del filme sobre el Che, proyecto iniciado hace cuatro años, con Terrence Malick como director. Pero las visiones de ambos cineastas sobre lo que plasmar en la gran pantalla parecían diferir en cosas importantes, como el idioma de la filmación, la duración, y los acontecimientos a plasmar. Mientras Malick mostraría sólo la campaña en Bolivia, en un metraje común, Soderbergh decidió hacerse con las riendas, rodó en castellano, alargó el argumento y con ello el metraje hasta cuatro horas y media. Como consecuencia, el estreno comercial se divide en dos películas, la primera de las cuales está ya en los cines con él título de Che, El argentino.
El pasado Festival de Cannes presentó el metraje al completo con enorme expectación de público, como asimismo está ocurriendo en el estreno de esta primera parte del proyecto, con las salas abarrotadas, lo que demuestra una vez más que la representación de este héroe casi mitológico sigue siendo poderosamente atractiva, tal vez porque no lo corrompió el tiempo, ni el culo aposentado en el poder. Al fin y al cabo parecía poseer un espíritu libre, alejado de las altas esferas. Un carácter muy determinado por la aplicación de la justicia en todas sus formas. Parecía ser un elegido del destino, la representación humana del concepto de utopía. Tenía que acabar como acabó, era inevitable. Esto es lo que el espectador puede leer en el proyecto de Soderberg, gracias no sólo a la cinematografía no lineal característica del cineasta, sino también al esfuerzo titánico del actor protagonista, Benicio del Toro, magnífico en su representación, pausado, observador, reflexivo, oyente casi más que parlante. Por cierto, el actor, co-productor de la cinta, removió cielo y tierra para llevarla a buen término, teniendo en cuenta que es producción norteamericana, y sigue fielmente los diarios del Che, intercalando en el argumento tanto el encuentro en México entre Fidel Castro y Ernesto Guevara para iniciar lo que parecía algo imposible de conseguir con los medios de que disponían: La revolución cubana, como la visita del Che a Naciones Unidas y su discurso en 1964, concluyendo con las luchas en Bolivia (La guerrilla, segunda película en la que se divide el proyecto) que le llevaron a una muerte anunciada.
No soy amante de todos los trabajos de Steven Soderbergh, pero sí me dejaron fascinada Traffic y Solaris en su momento. Con el tiempo aprecio aún más la segunda que la primera. Ese halo de pujanza poética que imprimió a Solaris, está insinuado en Che, El argentino, con la diferencia que esta vez hace uso casi absoluto de la luz natural, dando un resultado espectacular, y utilizando una cámara digital muy ligera, la RED. Es sorprendente como esta asociación entre actor/director carga las pilas en el espectador. Nunca Benicio Del Toro, (excepción hecha de 21 gramos), ha mostrado tal estado de gracia, tanto es así que se percibe una confusa línea entre la figura del Che y la de Benicio, que cruzamos y amalgamamos. ¿La razón? Quizá esté en que Soderbergh ha centrado su objetivo en la individualidad, que no era ni más ni menos de lo que pretendía hablar: la personalidad de Ernesto Guevara en tanto yo independiente de la épica colectiva en la que luchaba.
Entre dos etapas sitúa el argumento Soderbergh. Una en blanco y negro, con una cámara que se vuelve intimista, intercalando inglés y español, reviviendo la visita del Che a finales de 1964 a Nueva York para dar un discurso en la Sede de la ONU, donde también fue entrevistado por una Julia Ormond haciendo de periodista estrella, acudiendo a alguna fiesta, y sintiéndose más cómodo entre el servicio que entre personalidades y políticos. Estas imágenes se intercalan en la pantalla con las batallas de Sierra Maestra, la toma de las villas o la crucial de Santa Clara, mostrando la vida cotidiana de la guerrilla. Fogonazos de las palabras sonsacadas de los diarios del Che riegan la filmación, dándole un tono de realidad que cada cual interpretará a su manera. Yo me quedo con «un pueblo que no sabe leer ni escribir es un pueblo fácil de engañar», «el entusiasmo incansable que hace falta para llevar a cabo una revolución desde la nada», «lo que tiene que poseer un revolucionario auténtico es amor, un profundo amor a la justicia, la patria, los campesinos, el pueblo, el mundo…» o cuando habla del individuo dentro del devorador sistema capitalista y cómo tiene que luchar contra fuerzas de las que no son conscientes los self made man«.
En fin, se agradece a Soderbergh que no haya caído en un maniqueísmo de saldo con la utilización de la herencia escrita dejada por el Che, aunque haya tenido que colar algún cartel gigante de Coca Cola en medio de la batalla.
No puedo acabar sin mencionar la participación de actores españoles en la cinta, como el compatriota Unax Ugalde, además de Elvira Mínguez, Eduard Fernández, Óscar Jaenada, Carlos Bardem, o Jordi Mollá, y la estupenda réplica, que ha dado las dosis de humor al filme, de Camilo Cienfuegos por Santiago Cabrera. ¿Podrá la Academia de Hollywood sustraerse de su política y montar a Ernesto en sus nominaciones? Quizá sí. La gran potencia ya no teme nada, pues ya no quedan personas capaces de cambiar el mundo.
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