The Curious Case of Benjamin Button
Dir. David Fincher | 160 min. | EE.UU.
Intérpretes: Brad Pitt (Benjamin Button), Cate Blanchett (Daisy), Tilda Swinton (Elisabeth Abbott), Taraji P Henson (Queenie Barker), Julia Ormond (Caroline), Elias Koteas (Monsieur Gateau), Jason Flemyng (Thomas Button), Jared Harris (Captain Mike).
Estreno en Perú: 22 de enero de 2009
A freak tale. Cuando Benjamin Barker nos anuncia que su nacimiento estuvo marcado por una circunstancia “especial”, sabemos que el universo temático del cine de David Fincher no se alterará de lo que previamente se le conoce. El protagonista de esta historia, encarnado por Brad Pitt (quien ha crecido notablemente como actor), nace viejo, y extraña e inexplicablemente crece rejuveneciendo, con su ciclo vital totalmente invertido. Su cuerpo, en ese sentido, sufre todos los cambios que un humano normal tiene, pero al revés. No obstante, jamás se explica por qué nació así ni cuál es la condición que la aqueja, ni mucho menos, el buen Button se interesa ni se cuestiona su incomprensible naturaleza. Este curioso caso es simplemente un relato de la vida completa de Benjamin en tres actos: su nacimiento/vejez, su edad madura, y su infancia/muerte.
El film está basado en un relato corto del mismo nombre de F. Scott Fitzgerald, el cual es extendido en la pantalla hasta casi llegar a las 3 horas de metraje. La obra del escritor norteamericano (que la puedes leer tranquilamente en media tarde) se centra básicamente en el impacto que tiene en la familia Button el nacimiento del Benjamin; mientras que Fincher se da la libertad de elucubrar toda una historia a partir de este hecho para mostrarnos su vida, pasión y muerte. Sin embargo, a medida que el film se decanta, se aleja de lo que hemos visto previamente de este realizador, lo cual puede ser hasta chocante para quienes son sus acérrimos. Las comparaciones que está recogiendo esta película, son una muestra: que tiene de «Forrest Gump» (duh, Eric Roth), que pudo ser una historia Tim Burtonesca, y así… Quizá la mayor crítica a la película no sea el timing del relato, pausado y exhaustivo, sino el ambiente del mismo, en algunos momentos carente de aquella oscuridad que Fincher dotó a sus anteriores esfuerzos. Esta aproximación tan “PG-13” deber ser lo que le granjea detractores. Fincher sabe contar historias, pero me temo que en esta oportunidad no supo llegar entero hasta el obvio final. No es «El hombre elefante», a pesar de lo que muchos al parecer estaban esperando.
Durante la primera hora del relato, es que esta historia de freaks resulta tremendamente atractiva. Resulta evocativa, no solo por la fórmula empleada para el relato, sino también al entregar su recreación de filmes y personajes clásicos del cine en todo su montaje. De otro lado, también se encuentra presente la metáfora del tiempo, su propio curso de forma invertida no solo en el personaje sino en la misma narración, y por ese motivo Fincher se apoya en los flashbacks, dado que una narración lineal no concordaría con el simbolismo aludido. Ese viaje al pasado desde la actualidad moderna. Ahí están «Sunset Boulevard» o un Brad Pitt parafraseando a Marlon Brando encuerado en una motocicleta, pasando por el cine silente de Buster Keaton, y el relato en racconto de la abuela a su nieta en El joven manos de tijera.
El cine de Fincher está plagado de personajes freaks. Alien, Seven, Fight Club, Zodiac. Y ya no solo es lo freak como tal, sino como distinción, clase, garbo, estilo. Son desadaptados gráciles, bendecidos, y empáticos. A su manera, cada uno de los personajes que van conociendo Benjamin en esta historia era una especie de «rareza»: Queenie, su madre negra adoptiva, quien acepta y cría a Benjamin, pues lo considera un regalo de Dios; su pareja también de color, Tizzy, cocinero culto que recita Shakespeare pues aprendió a leer a los 5 años (Enrique IV, la más yuca de todas); el galante pigmeo Ngunda Oti que llega al asilo, en buena cuenta el primer buen amigo que hace Benjamin en su vida; el capitán Mike, del barco “Chelsea”, quien incluso lo inicia sexualmente; y sus eventuales parejas, quienes lo amaron y abandonaron por igual, no por su condición (que era su atractivo), sino por satisfacer sus pasiones personales. Entonces, sí llega a pasar: el friki se rodea de más frikis, mucho más frikis que él mismo. Todos y cada uno poseen una cuota friki y llegan a la vida del extraño Benjamin (quien no nace sabiendo, ni con experiencias acumuladas), con una enseñanza que la enriquece. El más entrañable de todos es el inolvidable anciano que de tanto en cuando le recordaba a Pitt Button las veces en que un rayo casi lo mata. Y es tal vez ésa la enseñanza más poderosa: agradecer cada minuto de vida que se tiene.
Este mural de “anormales” es una delicia que a medida que avanza la película, a medida que todo fluye naturalmente y todos se encuentran en el punto medio, justo cuando Daysi Blanchett afianza su relación con Benjamin, es que se “normaliza”, se “ordena”, y por ende, pierde un poco el interés, aunque sin llegar a convertirse en una historia plana, afortunadamente Fincher nunca se rebaja a ese extremo. Es en la última parte del filme que la historia de amor alcanza el punto álgido, pero pierde el encanto que lograba durante los primeros minutos, puesto que es ahí, a partir del primer encuentro entre Daisy y el niño-viejo Benjamin, que vemos esa extraña interacción, una atracción que viene y es correspondida de ambos lados, entre la niña y el anciano, la bella y el freak (otra alusión a una historia muchas veces llevada a la gran pantalla), que no es cuestionada por los involucrados.
Técnicamente, la película de Fincher no deja espacio a cuestionamientos, sobre todo durante la primera hora, en donde la exposición del niño viejo Benjamin es más notoria. Pitt es creíble no solo en sus ademanes, sino también en sus facciones, y quizás Cate Blanchett jamás lució tan joven, (circa «The Talented Mr. Ripley»). El trabajo de cinematografía e iluminación es pulidito, perfección que a muchos tal vez les provoque repulsión (culpa de Claudio Miranda, ya habitual en su equipo de realización), y la musicalización de Alexandre Desplat sabe ser conmovedora (aunque me sigo quedando con los niveles superlativos alcanzados en Lust, Caution).
Los mensajes que se desprenden de esta peculiar historia son varios: Vivir la vida, tratando de sacarle el máximo. Disfrutarla a pesar de que parezca que no las tienes todas contigo. De salir de casa y ver el mundo. De regresar para evaluar lo aprendido. De que no todo dura para siempre, pero algunas cosas sí. Oh, el amor. Lo sé, demasiado optimista para un director de su calaña. Pero hay un tema que me pareció más atrayente, y que quizá para algunos pase inadvertido: vivir rodeado de la muerte. Benjamin Button, en carne y hueso, es una contradicción. La vejez, sin importar vivirla en el cuerpo de un veinteañero, te consume de la misma forma. El planteamiento, cuyo desarrollo en el ecran es hasta cierto punto fallido, es que tu vida será lo que quieras mientras tengas la conciencia (y el resto físico) en las condiciones óptimas para hacerlo. Pero la vejez te inutiliza, acéptalo. Somos humanos, y como tales, imperfectos. Por eso morimos. Grande, Santo Tomás de Aquino.
Finalmente, me permito extenderme en algo que mencioné. No veo por dónde, más allá de la coincidencia del guionista, pueda empatarse este film con Forrest Gump. Sobre todo en un aspecto principal: la concordancia histórica. Aquí los hechos se suceden cuales viñetas anecdóticamente, mientras que la Historia era un valor adherente significativo en la película de Zemeckis. Era un personaje más, dependiendo de la trama. Su evocación, ya sea con un humor de primaria, o con una nostalgia distante para el que no es gringo, era vital para hacer de Gump el personaje decisivo e influyente en el devenir de la sociedad norteamericana. Era como ver cómo un estúpido puede convertirse en el líder de una nación. Then again, Bush Jr. fue presidente. ¿No es asombroso cómo muchas veces la realidad le gana a la ficción?
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