Vals Im Bashir
Dir. Ari Folman | 90 min. | Israel – Alemania – Francia – EEUU
Intérpretes: Ron Ben-Yishai, Ronny Dayag, Ari Folman, Dror Harazi, Yehezkel Lazarov (Carmi Cna’an), Mickey Leon (Boaz Rein-Buskila), Ori Sivan, Zahava Solomon
Estreno en España: 20 de febrero de 2009
Ari Folman, cineasta israelí de 46 años, forma parte de ese grupo de intelectuales que se cuestionan los métodos de ocupación llevados a cabo, con victimizada mano de hierro, por los gobiernos más extremistas de su país. Unos dibujos que modelan los gestos y expresiones de personajes reales, filmados previamente. El realizador se auto-medica una terapia muy personal, y al mismo tiempo grupal. Fue miembro del ejercito israelí durante la guerra del Líbano de 1982. En la actualidad no recuerda nada sobre su papel en las terribles matanzas.
El cine como terapia
Ari Folman, cineasta israelí de 46 años, forma parte de ese grupo de intelectuales que se cuestionan los métodos de ocupación llevados a cabo, con victimizada mano de hierro, por los gobiernos más extremistas de su país. Al igual que muchos otros cineastas y artistas, (una larga lista protestó en 2006 junto a John Berger en un boicot cultural contra el Estado de Israel), a los que se va reconociendo su mensaje crítico en la tramoya cultural del poderoso Occidente. Eran Riklis sea quizás el más reciente con la emotiva e intenta Los limoneros, o Eran Kolirin con la prodigiosa La banda nos visita, coproducción israelí y francesa que apuesta por la convivencia árabe-israelí, así como el conocido y prolífico cineasta, Amos Gitai, quién ya causara revuelo acerca de la guerra del Líbano con una de sus producciones, el documental Yomán Sadé (Diario de campaña), rodado precisamente durante la contienda, causa por la que tuvo que instalarse, durante unos años, en París.
Folman también se sumerge y bucea en esa sucia guerra del verano de 1982 y lo hace de la misma forma con la que nos cautivó Marjane Satrapi el año anterior con Persépolis, la animación. Unos dibujos que modelan los gestos y expresiones de personajes reales, filmados previamente. Un cómic con un extraño realismo en su elaboración, (no pierdan los detalles alrededor de los personajes: cuadros, estancias, calles, bares, el mar….) que poseen tanta o más carga de profundidad que las imágenes reales.
Yo contaba 20 años, al igual que el director, cuando se produjeron las matanzas de Sabra y Chatila, con la salvedad que yo llevaba la vida jovial propia de mi edad en la Europa de los ochenta bajo ritmos electrónicos de Depeche Mode o Pet Shop Boys, la misma que encontraba Folman cuando volvía de permiso a su ciudad, y que tan bien expresa a través de una fascinante banda sonora (mérito de Max Richter) que se reparte entre melodías electrónicas, clásicas y minimalistas. Unos jóvenes, niños casi, hijos y nietos de las víctimas del Holocausto judío, desorientados moralmente, que disparaban sin detenerse a pensar, presas del miedo irracional, que se hundían en la depresión, o que buscaban salvarse como pudieran, y testigos enmudecidos de la barbarie practicada por convenientes aliados, (en este caso las milicias cristiano-falangistas libanesas sedientas de venganza por la muerte en atentado de su dirigente Bashir Gemayel). Desmemoriados de su propia historia, repitiendo holocaustos instigados ya sea por nazis, cristianos, o israelíes, en todo caso todos integristas de sus propias descomposiciones ideológicas.
El realizador se auto-medica una terapia muy personal, y al mismo tiempo grupal. Fue miembro del ejercito israelí durante la guerra del Líbano de 1982. En la actualidad no recuerda nada sobre su papel en las terribles matanzas. Es por ello que decide bucear en la memoria de sus compañeros, para encontrar la suya. Se traslada a otros países (como Ámsterdam), o rebusca en Israel aquellos jóvenes que con él fueron movilizados ese verano. De una forma que según palabras del director hubiera sigo imposible en una filmación normal, recurre a imágenes animadas con las que expresa la poética de sueños, inconscientes y surrealismos, y crea una fascinante, dura y áspera concienciación muy apropiada para la reflexión colectiva israelí y por ende, mundial, en este futuro imperfecto de los 60 años del Estado de Israel, donde los objetores de conciencia en el ejército va en aumento.
La cinta está construida a modo de entrevistas, hilvanadas con recuerdos y sueños del autor sobre el conflicto, los permisos de los soldados, o charlas con especialistas. Revestido de un extraño lirismo es el sueño recurrente de los cuerpos flotando en el mar que poco a poco van levantándose hacia la orilla, como una simulación de aquellos seres tan especiales, los Pre-Cogs, de Minority Report. En el recorrido final nos despierta Folman con duras imágenes reales que atenazan al espectador en todo su horror. No habría título más apropiado, el Vals del horror del hombre, retomando palabras literarias de Joseph Conrad.
Poético y desgarrador filme que llamó la atención en Cannes, ganándose a público y crítica, además de obtener un Globo de oro 2009 como película de habla no inglesa, convertida a su vez en una de los favoritos para los Oscar en la misma categoría.
No se pierdan este cine de conciencia social e histórica, donde la ONU no ve que nosotros veamos.
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