Angels & Demons
Dir. Ron Howard | 138 min | EEUU
Intérpretes: Tom Hanks (Robert Langdon), Ewan McGregor (Camerlengo Patrick McKenna), Ayelet Zurer (Vittoria Vetra), Stellan Skarsgård (Comandante Richter), Pierfrancesco Favino (Inspector Olivetti), Nikolaj Lie Kaas (Asesino), Armin Mueller-Stahl (Cardenal Strauss), Thure Lindhardt (Chartrand), David Pasquesi (Claudio Vincenzi), Cosimo Fusco (Padre Simeon)
Estreno en Perú: 14 de mayo de 2009
En comparación con su antecesora, El código Da Vinci, Ángeles y demonios resulta un thriller más eficaz, sin dejar de ser un mero producto de entretenimiento, aunque siempre un tanto pretensioso (con referencias cuasi esotéricas a Rafael Sanzio o Bernini y diversas joyas arquitectónicas romanas). En Ángeles y demonios también hay un permanente juego de adivinanzas a ser resueltos por el doctor Langdon, pero de planteados más brevemente y resueltos también muy rápidamente; en suma, mucho más acotados.
En comparación con su antecesora, El código Da Vinci, Ángeles y demonios resulta un thriller más eficaz, sin dejar de ser un mero producto de entretenimiento, aunque siempre un tanto pretensioso (con referencias cuasi esotéricas a Rafael Sanzio o Bernini y diversas joyas arquitectónicas romanas). El avance principal tiene que ver con sobre todo la parte formal, mientras que desde el punto de vista ideológico la película representa un viraje de 180 grados con respecto a su posición sobre el Vaticano y la Iglesia Católica.
Tanto el guión como la realización se benefician de un mejor armado. Es evidente que los productores se percataron que el exceso de información que alargaban los acertijos de El código Da Vinci –sin bien atraían a los millones de fans del libro– hacían que esa cinta perdiera impacto y agilidad, sobre todo en sus 15 o 20 minutos finales. En Ángeles y demonios también hay un permanente juego de adivinanzas a ser resueltos por el doctor Langdon, pero de planteados más brevemente y resueltos también muy rápidamente; en suma, mucho más acotados. Mientras que las secuencias expositivas y los discursos ideológicos son más cortos que en el filme anterior; y sus diálogos se suceden apoyándose en un casi continuo movimiento de la cámara y/o con eficaz trabajo de edición. Todo ello condicionado por un guión “de plazo fijo”; es decir, con desenlaces parciales y total que abarcan 10 o 12 horas, tras lo cual una hecatombe nuclear arrasaría con San Pedro y buena parte de Roma. Todos estos factores hacen que la película tenga un ritmo trepidante, con continuas sorpresas para el espectador, destinadas a engancharle con un argumento un tanto rocambolesco.
En efecto, la acción gira en torno al enfrentamiento entre la ciencia y la fe, y ambas partes recurren a sus más estrambóticos excesos. Por el lado científico, la “antimateria” capaz de causar una debacle terrible; de otro, los Illuminati, secta presuntamente pro ciencia que busca venganza de pasadas persecuciones del papado (la misma idea utilizada en la anterior El código Da Vinci). Este armatoste se desarrolla con algunos momentos francamente inverosímiles, pero que debemos saltárnoslos si queremos tener un rato de entretenimiento. Los dos más importantes son las ocasiones en que los héroes pudieron ser simplemente eliminados sin mayor miramiento y el segundo (que pretende justificar en parte lo anterior) que al final la parte de la secta, base de los numerosos acertijos, se desmorona sin más.
El segundo factor interesante en esta película es el ideológico. Anteriormente, a propósito de Frost/Nixon habíamos explicado el “arte” de Howard para la manipulación ideológica, a fin de convertir los hechos históricos en su contrario; presentando al periodista Frost como “ganador” en una entrevista en la que Nixon –según testimonios serios– salió vencedor. Situación similar a la Apolo XIII, en donde se convierte el peor desastre espacial estadounidense en su contrario: una epopeya heroica de salvación “en el último momento” (lo que luego de la increíble sucesión de fallas técnicas del vuelo, que la propia cinta muestra, sólo se puede atribuir a la buena suerte). Naturalmente, el arte no tiene que ser fiel a la verdad histórica, pero hay un límite para estas manipulaciones. La primera es que se trate realmente de una obra artística y la segunda que tal manipulación conduzca a algún tipo de verdad estética; lo que no se cumple para nada en este tipo de productos, cuyo único fin pareciera ser la mera manipulación política o ideológica.
En el caso de Ángeles y demonios, Howard y Brown no se quedan cortos. Al igual que en su antecesora fílmica, la cinta que comentamos también ofrece, en su mayor parte, una crítica a la religión –y, en particular, al Vaticano–, en nombre de la ciencia. Pero, al final, por obra de esos inesperados giros dramáticos, se llega a un resultado opuesto, y la película termina poniéndose de lado de la jerarquía vaticana. De allí que los propios voceros de esta hayan dicho que la película es muy “astuta” y no hayan lanzado ninguna crítica directa al filme. Más aún, los diarios católicos italianos la colocan, sibilinamente, como una película que ofrece lecciones sobre cómo realizar acciones de “comunicación”.
En suma, esto marca una diferencia con la película anterior, cuyo público principal era el ya captado a través de El código Da Vinci; en cambio, esta película está dirigida a un público mucho más amplio; para lo cual sigue mejor los patrones del género y eso le garantizará, probablemente, una mayor taquilla. Factores adicionales son la presencia de grandes estrellas, como Tom Hanks, pero también de Stellan Skarsgård y Armin Mueller-Stahl, estos últimos en papeles poco exigentes; así como un buen aprovechamientos de locaciones romanas, así sea nocturna y fugazmente.
Deja una respuesta