El silencio de Lorna (2008)


El silencio de LornaLe silence de Lorna

Dirección y guión: Jean-Pierre Dardenne y Luc Dardenne / Bélgica, Francia e Italia / 2008 / 105 min.
Intérpretes: Arta Dobroshi (Lorna), Jérémie Renier (Claudy), Fabrizio Rongione (Fabio), Alban Ukaj (Sokol), Morgan Marinne (Spirou), Olivier Gourmet, Anton Yakovlev (Andreï), Grigori Manoukov (Kostia), Mireille Bailly (Monique).

Estreno en Perú: 12 de noviembre de 2009.

Se ha dicho que esta película y sus personajes son sórdidos. Es cierto, pero el tratamiento objetivo y distanciado hace tolerable y reduce el impacto de los hechos más crudos. El punto de partida argumental es la emigrada albanesa Lorna, quien enfrenta un grave dilema ético cuando se ve atrapada inesperadamente entre sus sentimientos de amor y justicia, y la presión de la mafia que la trajo a Bélgica para que ignore sus manejos criminales.

El silencio de Lorna

Notable película que destaca por su tratamiento estético objetivo y distanciado para un drama que se alimenta de dos de los principales problemas sociales europeos: la drogadicción y la inmigración ilegal y sus mafias. Ambos problemas son muy visibles en estos países, ya que los drogadictos están fichados y controlados por la policía; y, al igual que los migrantes (legales o no), se reúnen en lugares públicos conocidos, los que –sobre todo en el primer caso– son atentamente vigilados por la policía. Lo menciono porque la película no se ocupa de mostrar o tratar estos aspectos sociales y geográficos, pero que sí están muy presentes en la mente del espectador europeo. De ahí que a los directores les baste con señalarlos para conseguir de inmediato la toma de posición de ese público, buena parte del cual está prejuiciado contra los protagonistas de ambos fenómenos sociales.

Y este es el segundo gran logro del filme: exhibir personajes y situaciones que raramente se muestran en el cine comercial bajo una óptica realista, sobre todo en el del primer mundo. De esta manera, comprobamos cómo en sociedades ricas y satisfechas existe un mundo de marginación social e informalidad, en el que se viven situaciones de violencia y sufrimiento; las que resultan incómodas para el gran público, sobre todo en momentos de crisis económica profunda, como los actuales. No obstante, y este es el tercer gran punto a favor de la cinta, es en este contexto que la película ofrece acciones y sentidos de demuestran cómo es posible construir y tomar decisiones éticas en un mundo carente de valores morales.

Se ha dicho que esta película y sus personajes son sórdidos. Es cierto, pero el tratamiento objetivo y distanciado hace tolerable y reduce el impacto de los hechos más crudos. El punto de partida argumental es la emigrada albanesa Lorna, quien enfrenta un grave dilema ético cuando se ve atrapada inesperadamente entre, de un lado, sus sentimientos de amor y justicia, y del otro, la presión de la mafia que la trajo a Bélgica para que ignore sus manejos criminales y seguir obteniendo permisos de residencia permanente para migrantes ilegales mediante matrimonios por conveniencia.

Para desarrollar esta historia, los directores utilizan cámara en mano, evitan todo subrayado formal o emocional, y obvian la descripción del mundo urbano, limitado a unas locaciones estrechas y convencionales. Esto también restringe un poco el efecto de la estructura dramática, cuyos giros inesperados y hábilmente elaborados –especialmente hacia el final–, no llegan a la espectacularidad ni funcionan bajo los mecanismos de tensión propios de otras cintas. Pese a ello, hay que señalar que sí hay un manejo dramático ortodoxo y tradicional, donde los personajes explican sus motivaciones y expresan su voluntad mediante la acción, en torno a conflictos nítidamente definidos. Por otra parte, si bien la película transcurre en un tempo un poco lento, nunca llega a hacerse cansada ni aburrida; sino que mantiene un sobrio término medio, objetivo y emocionalmente distanciado.

En esta línea, los Dardenne apuestan por un trabajo de actuación, muy logrado en el caso de la protagonista (interpretada, significativamente, por la actriz kosovar Arta Dobroshi); quien, de manera equilibrada, sobria y contendida sabe manejar tanto sus conflictos externos como los internos, los que la empujan hacia una situación límite. El proceso de entrega emocional y la manifestación de aspiraciones a una vida mejor y libre de la violencia están sutilmente graduados por los directores e interpretados de manera convincente por Dobroshi. El resto del reparto también cumple con solvencia sus papeles, todos girando en torno al personaje de Lorna.

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Estos componentes nos indican que hay un concepto estético de veracidad en esta película. Los directores apelan a un realismo cuyo objetivo es reconstruir el entorno vital de la protagonista de la manera menos intrusiva posible, pero luego modifican este enfoque al introducir un elemento de intencionalidad; la de buscar la pureza y el bien en medio de un mundo de inseguridad, precariedad material y maldad evidentes. En ese sentido, antes que titularse El silencio de Lorna, quizás la película debiera haberse llamado La decisión de Lorna; porque frente al dilema ético que se le plantea, la protagonista toma una decisión inesperada y la va implementando de manera cada vez más sorprendente. Mediante este despliegue de acciones contra quienes la rodean con intenciones cada vez más amenazantes, los directores plantean el hecho de que incluso en las peores condiciones de marginalidad y vulnerabilidad, el ser humano puede tomar una posición ética. Más aun, debe hacerlo, ya que es la propia heroína quien lleva la situación al límite y lo hace de manera imperativa e irrevocable; de tal forma que, una vez tomada la decisión, ya no hay vuelta atrás. Es ella la que diseña toda la situación y, prácticamente de la nada, inventa una circunstancia personal que le permita sentirse éticamente satisfecha.

Hay aquí también una cierta ambigüedad, ya que la actitud de Lorna puede interpretarse como un desquiciamiento mental inducido emocionalmente por el mencionado dilema ético que enfrenta. Pero también como una decisión consciente, la cual es consistente con el planteamiento dramático y no es un recurso meramente “metafórico”. Esto es una provocación política, ya que los Dardenne plantean que una decisión de este tipo puede ser tomada incluso en el mundo de absoluta ilegalidad por una mujer perteneciente a un grupo social marginal; lo que quizás no harían muchos ciudadanos de una sociedad formal y legal, ante circunstancias similares. De hecho, es posible que algunos lo tomen como una idealización de la migración ilegal.

La cinta tiene un final abierto, pero creo que no cometo ningún spoiler si digo que, al final, las perspectivas de Lorna no son muy felices; y es que ella misma se asume como perdedora y lleva esta lógica hasta el extremo. La intención de los directores en este punto no es –sin embargo– del todo pesimista; ya que, otras personas y en otras circunstancias, podrían hacer viable opciones como la de nuestra heroína. Y esa es justamente la apelación que la película hace al espectador. Esta intencionalidad eleva el filme a un plano de trascendencia, no religiosa ni estética, pero sí moral.

Estamos, pues, ante una película relevante gracias a su acabado impecable y a la coherencia de su planteamiento dramático y estético; aunque, en lo personal, no sentí que ocurriera tal “elevación” emocional postulada por la cinta. Es posible que ello se deba a que esa misma objetividad y distanciamiento del que hacen gala los directores impide que lleguemos a conectarnos emocionalmente con la protagonista y su mundo. No obstante, otros espectadores sí han hecho clic con el filme. Por lo que recomendamos su visionado, ya que al menos disfrutaremos de sus interesantes valores audiovisuales, aquí descritos.

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Una respuesta

  1. […] número de fin de año trae el acostumbrado ranking de las películas estrenadas, de las que El silencio de Lorna, de los Dardenne, Enemigos públicos, de Michael Mann y Gran Torino, de Clint Eastwood, se situaron […]

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