La Asociación Peruana de Prensa Cinematográfica (APRECI) acaba de lanzar un comunicado sobre CONACINE, el organismo público peruano encargado de la promoción y apoyo al cine nacional. Allí se pide mayor transparencia en la información sobre la concesión de apoyos a películas peruanas, y se anuncia la próxima realización de eventos para debatir estos temas.
En este post sostendremos que no es posible una mejora sustancial de la calidad de las películas nacionales mientras no haya una industria audiovisual en el país. Y que la gran limitación de este debate es la falta de una perspectiva estratégica sobre cómo avanzar hacia la formación de tal industria (lo que podríamos llamar «pensar en grande»). En cambio, la comunidad cinematográfica está entrampada en debates de corto alcance, coyunturales y sin perspectivas de largo plazo (lo que llamaremos «pensar en chico»), lo cual conduce al estancamiento –cuando no a retrocesos– en materia de institucionalidad del cine y el audiovisual.
Un debate sin norte
El debate se inició por un artículo de balance del cine en Perú, realizado por Claudio Cordero, al cual se le han criticado asuntos secundarios antes que los temas de fondo que plantea. En particular, sobre la calidad de películas como Tarata o Cu4tro; posiblemente porque hay un consenso sobre que no son buenas películas. Y difícilmente podría ser distinto, ya que en un país sin industria cinematográfica y sin mercado, ¿cómo se espera que pueda florecer la producción? Con unos pocos cineastas que logran hacer un largometraje cada siete, 10 o más años ¿cómo se puede esperar que avancen? Para que haya calidad, competitividad y desarrollo se requiere continuidad, regularidad y cantidad de producción.
Respeto a todos aquellos que critican acremente la calidad del «cine peruano» y a los que se autoflagelan y flagelan a otros por el mismo motivo, y, en algunos casos, hasta estoy de acuerdo con ellos. Pero, la verdad, no me parece muy original ese ejercicio, y, sobre todo, no lo veo muy productivo. No es necesario ser crítico de cine para darse cuenta de que, si el cine es una industria y en el Perú no la hay, fuera de éxitos aislados y excepcionales, tendremos un escenario para pocas y/o malas películas.
Con esto no quiero denigrar ni minimizar el profesionalismo de los cineastas nacionales. Al contrario, hay talentos suficientes en cada área de la producción y logros significativos que han generado cineastas exitosos. Sin embargo, ese talento muchas veces se desperdicia por falta de continuidad y de recursos, o está subutilizado en otras áreas del quehacer audiovisual igualmente limitadas por razones de mercado (televisión, publicidad).
En efecto, de un lado tenemos un cierto aumento de las universidades con facultades donde se enseña audiovisuales, de donde cada año salen jóvenes profesionales en esta área, así como en la de artes escénicas; los que vienen produciendo un creciente número de películas y cortos con calidad técnica profesional. Por tanto, hay cineastas, guionistas y actores de buen nivel; así como productores cada vez más conscientes de la necesidad de mayor profesionalización en el cine. Ya es un gran logro que se produzcan cada vez más películas impecables, desde un punto de vista técnico. Mientras que hay filmes que logran participar en los principales festivales internacionales y uno de ellos hasta ganó el Oso de Oro en la Berlinale. Al mismo tiempo, se producen películas con errores técnicos, pero que llenan salas (cine regional, pero no solo estas). Por si fuera poco, la tecnología se ha abaratado, facilitando mayor acceso a equipos y nuevas posibilidades de distribución y exhibición. Y pese a que hay limitaciones en varias de estas áreas, tenemos suficientes indicios que revelan un enorme potencial para el desarrollo de una industria audiovisual en el país.
No niego que sobre esta base se puedan lograr películas con mayor calidad; después de todo, siempre es posible mejorar. Sin embargo, hay un techo –y muy bajo– para este avance. Conozco cineastas que son perfectamente conscientes de sus yerros artísticos y que saben cómo superarlos, pero para ello tendrán que esperar cinco o más años, hasta tener la oportunidad de hacer otro largometraje, donde esa experiencia quizás ya no le será útil. Así como profesionales exitosos en el cine, pero que luego de alcanzar cierto «techo» deben ir a la televisión o la publicidad a subutilizar (o vender) su talento para llevar una vida decorosa. Y justamente ese «techo» de mercado y público es lo que impide que su talento se desarrolle más.
En consecuencia, si el problema es la falta de calidad de las películas producidas con apoyo (o no) del Estado, hay que ir a la razón de fondo, es decir, la falta de una política nacional para el desarrollo de la industria audiovisual y que ésta se aplique. Y tal política se enfocará, al comienzo, más en la cantidad que en la calidad de los productos. Ello porque sólo con continuidad y aumento constante en la producción se aprovecharán los recursos existentes y la calidad (y taquilla) irán aumentando paulatinamente. Es por ello que no veo muy productivo debatir sobre algo obvio: que sin producción industrial no puede haber más y mejores películas, incluso existiendo –como creo– el talento suficiente para ello.
La falta de información
Con esto no quiero minimizar la exigencia de un proceso de selección más transparente y riguroso por parte de CONACINE, pero sí señalar que, si se van a plantear consultas a esa entidad sobre los criterios para conceder ayudas a cineastas, ello debe hacerse con una perspectiva de largo plazo. Respeto a los colegas que, por iniciativa de Mario Castro, firmaron una carta con preguntas a CONACINE. No firmé dicha carta porque se trataba de preguntas retóricas, es decir, que presuponen una respuesta predeterminada, y porque no se presentaban formalmente a dicha entidad. En esas condiciones, dudo mucho que algún órgano del Estado responda tal cuestionario. Y yo sí estoy interesado en obtener respuestas, para lo cual, además, los pedidos debieron estar debidamente formulados.
Por la ley de transparencia y acceso a la información pública, todos los órganos del Estado están obligados a dar una respuesta a pedidos de información, y si no cumplen dentro del plazo de ley, se puede solicitar la intervención de la Defensoría del Pueblo; así que de todas maneras se tendrá una respuesta. Una versión oficial tiene como ventaja que es fidedigna, ya que hay un funcionario que se hace responsable por la misma; y, por tanto, tiene más posibilidades de ser auditada y convertirse en insumo para el debate. No es útil discutir sobre información oficiosa, trascendidos y menos sobre presunciones, cuando hay la posibilidad de solicitar y obtener información oficial con relativa facilidad. Interesaría conocer lo siguiente:
- Documentos de gestión de CONACINE: reglamento y manual de organización y funciones o sus equivalentes en la normatividad del Ministerio de Educación (MINEDU).
- Personal a cargo de CONACINE y su régimen laboral.
- Lista de proyectos cinematográficos aprobados para ayudas: procesos financiados, montos, productos realizados e incumplimientos.
- Procedimientos para seleccionar y composición de comités técnicos y jurados.
- Lista de personas integrantes convocados para esos comités y jurados durante la existencia de la entidad.
- Procedimientos para evaluar los proyectos: requisitos exigidos, criterios, puntajes y ponderaciones.
- Informes existentes de comités y jurados sobre los proyectos aprobados y los descartados, de acuerdo a los procedimientos anteriores.
Esta información –presentada de manera resumida y amigable para el usuario– debería estar en el sitio web de CONACINE. Hasta donde sabemos, ello no ocurre debido a la falta de interés del MINEDU por proveer de recursos básicos a esta dependencia. Un pedido formal de información sobre los temas arriba señalados, evidenciaría el incumplimiento de las normas sobre transparencia en la gestión pública por parte de este ministerio y constituiría una forma de presión legal para que se publique y divulgue.
El análisis de esta información revelaría con alto grado de precisión las tendencias reales (y no presuntas) de la promoción del cine en el Perú, con sus correspondientes sustentos técnicos. El debate sobre estas tendencias tendría como fin que los funcionarios encargados y los jurados tomen nota de las ideas, críticas y observaciones a decisiones sobre proyectos y las formas de tomarlas. Mientras que para los jóvenes cineastas que postulan por primera vez, será de gran ayuda entender las razones por las que se conceden tales ayudas. De alguna forma, esto ayudaría a elevar de manera concreta y específica la eficacia de los apoyos a la producción nacional.
Se han planteado cuestionamientos sobre la presidenta actual de CONACINE. Al respecto pienso que sería mezquino no reconocer el buen trabajo realizado por Rosa María Oliart al frente de esta entidad. Cierto que ha cometido errores, pero ello es inevitable cuando se toman decisiones y se obtienen logros. El asunto es no cometer errores que luego sean irreparables. En ese sentido, el error que no pueden cometer los funcionarios de CONACINE es trabajar para un grupo de cineastas y no para el conjunto de esa comunidad, porque ello significaría la destrucción de lo alcanzado hasta el momento en el plano institucional.
Pensar «en chico»
Esto nos conduce al tema de pensar «en chico», una mentalidad condicionada por el hecho de que los espacios y recursos para el desarrollo de la cultura en el país son muy pequeños, en relación con la oferta de talento existente. Esto lleva a enfrentamientos por los escasos fondos disponibles, lo que a su vez produce –cuando los hay– debates cerrados en sí mismos, estancamiento y hasta la desaparición de esfuerzos relevantes.
Revisando diversos enfrentamientos en la historia peruana, el historiador Antonio Zapata ha constatado que «[c]uando se revisa quiénes combaten hasta desfallecer se descubre que son hermanos; es decir, personas parecidas entre sí, con carreras semejantes y que en otros contextos colaborarían para sacar adelante instituciones. Pero, en el Perú, carecemos de suficientes entidades bien organizadas donde se desarrolle una sana competencia. Como no sabemos construir organizaciones civiles… de carácter permanente… la vida interna institucional se limita a la imposición de liderazgos personales. También carecemos de espacio suficiente para escalar, no hay sitio arriba. Todo es tan vertical y desigual que ascender es imposible a menos que uno derribe a quien está encima. Por eso el serrucho es clave y la envidia juega un papel tan destacado. Esta lucha entre hermanos es tan intensa que se pierde el sentido de las proporciones, poniendo en riesgo la continuidad de las iniciativas colectivas» (Fratricidio a la peruana, La República, 12 de setiembre de 2007).
En el mundo de la cultura hay todavía mucho de esa «lucha fratricida» –y en la crítica de cine, hasta hace poco, de «lucha parricida»–, de enfrentamientos entre «personas parecidas entre sí, con carreras semejantes y que en otros contextos colaborarían para sacar adelante instituciones». Esto genera un enfoque de poder basado en el atrincheramiento y la preservación de espacios minúsculos desde donde poder «escalar» o sobrevivir; y esta especie de lucha darwinista puede poner «en riesgo la continuidad de las iniciativas colectivas». Esta es la base del pensar «en chico», rodeados por un escenario de sequía intelectual y artística, centrados en el corto plazo y muchas veces sin perspectivas de futuro.
De lo que se trata, entonces, es de crear esos otros «contextos» en los cuales pueda darse la necesaria colaboración para «sacar adelante instituciones» (y por «instituciones» no entiendo solamente a las formales, como CONACINE, sino a las comunidades que integran el sector cultural, agremiados o no). Si el problema es el poco espacio para el desarrollo de la cultura –en este caso, cinematográfica–, hay que buscar ampliar tales espacios. Para ello hay que convencer a la opinión pública y, luego, a los agentes de poder de la necesidad de crear una industria audiovisual, señalando sus ventajas para el desarrollo del país. De otra forma, continuaremos atrapados en debates que tienden a repetirse, sobre presunciones y sin perspectivas de salir de ese mismo espacio limitado que los explica y condiciona.
Pensar «en grande»
Romper este círculo vicioso es el primer paso para pensar «en grande». Incluso ese simple pedido formal de información al CONACINE ya nos está remitiendo a una data con la que podría ir estableciéndose una línea de base; es decir, un punto de partida contra el cual contrastar el avance de la producción cinematográfica en el país. Así como insumos para ir estableciendo indicadores de calidad y sostenibilidad. En otras palabras, se requiere que el debate sobre las películas peruanas no se restrinja a la situación actual, sino también a qué visión del futuro tenemos para el desarrollo de esta industria.
Al hacer estas reflexiones no pretendemos minimizar la importancia de calidad a las producciones actuales, ni el debate sobre los proyectos para una ley del cine en el Congreso. Lo que nos preocupa es que la discusión se limite casi exclusivamente a estos tópicos y se considere las perspectivas como meros saludos a la bandera; cuando justamente de lo que se trata de es señalar hacia dónde apuntan estas discusiones.
En materia de cine «pensar en grande» significaría diseñar y aplicar una política cultural para el desarrollo de la industria cinematográfica y audiovisual en el país. Lo que supondría que el Estado financie la producción de unos 40 largometrajes por año, a fondo perdido, durante unos cinco o más años; y establezca la correspondiente cuota de pantalla que permita gradualmente la sostenibilidad de las empresas, la formación de un público y el desarrollo de un mercado. Lo que implica también planes con líneas de base, plazos, metas e indicadores de sostenibilidad y hasta de calidad; así como políticas de coproducción, distribución, exhibición y nuevas tecnologías. El beneficio para la población es la creación de imágenes y sentidos que expresen la identidad la población peruana y refuercen su integración, mostrando la diversidad cultural del país. Esquemas parecidos a éste han funcionado en países que hoy son presentados, en la ideología oficial, como modelos para el Perú, como, por ejemplo, Corea del Sur. Hay otras propuestas, como simplemente aumentar sustancialmente las ayudas disponibles, por ejemplo, al nivel de Chile o Argentina.
Soy conciente de que estas propuestas no son políticamente viables en la actualidad, pero justamente se trata de hacerlas políticamente viables. Ello obliga a recurrir y difundir ideas tales como el papel central de la educación y la cultura en el desarrollo, el creciente avance de la economía creativa, el diseño y aplicación de políticas públicas en estas áreas, la enseñanza de audiovisuales en la currícula escolar, entre otros temas. De esta forma, empezamos a mirar más allá de nuestra actividad cultural y dirigirnos a un público mayor, más amplio y con mayor posibilidad de generar opinión pública en torno a estos asuntos. Nadie va a hacer esto por nosotros, cinéfilos, cineastas, críticos y miembros de la prensa cinematográfica.
De allí la necesidad de que los eventos que promueva APRECI incluyan también la discusión sobre las perspectivas de desarrollo de una industria audiovisual en el país.
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