En un contexto de discusión sobre el racismo en el Perú, se estrenó recientemente en la cartelera local Un sueño posible. Es la oportunidad de conocer un valioso caso real de solidaridad y superación personal, pero también de constatar que los personajes ejemplares y las tramas edificantes, en manos poco talentosas, suelen ser un lastre cinematográfico.
El director John Lee Hancock, que ha tenido meritorios trabajos de guión en dos cintas de Clint Eastwood, Un mundo perfecto y Medianoche en el jardín del bien y el mal, esta vez narra la historia de Michael Oher, un joven afronorteamericano con carencias materiales y personales que es prácticamente adoptado por los Tuohy, una familia acomodada que impulsa su desarrollo académico, deportivo y vital.
Hancock no ha podido liberarse de los hechos verídicos, que están muy frescos e incluso vigentes, filtrados además por la mirada del escritor Michael Lewis, en el libro The Blind Side: Evolution of a Game. Los aborda con demasiado respeto, subrayando sus buenas intenciones, y terminan convirtiéndose en un estorbo, en buena parte por el afán de destacar el rol de Sandra Bullock y encaminarla hacia el Oscar, objetivo que finalmente logró.
El realizador maneja la obvia contraposición de caracteres entre el voluntarismo y la dinámica de la menuda Leigh Anne y el ensimismamiento y la parálisis de Oher (Quinton Aaron), cuyo apodo «Big Mike» responde a su notable corpulencia pero resulta una penosa ironía por su incapacidad de valerse por sí mismo. Al medio se ubican el esposo y los hijos, y existe un periodo de acercamiento y adaptación entre el clan y el nuevo integrante, que en teoría va dibujando el interior de los personajes, en particular de Oher. Pero las acciones nunca se desarrollan con la fuerza dramática suficiente y caen en un pesado didactismo que, rápidamente, hace decrecer el interés.
Un sueño posible casi no tiene verdaderos conflictos, más allá de las apariciones fantasmales de la madre de Michael, sus borrosos orígenes y el espacio viciado del cual emigró. Es bastante impostado el modo en que Hancock pasea a Bullock por todas las instancias, incluso las del hampa, para consagrar su compromiso de maternidad adquirida y civismo heroico. Cómoda, predecible, siempre con la idea y la actitud correctas. Tan forzado como el repentino cuestionamiento ético de los esfuerzos por hacer de Michael un destacado jugador de soccer en el entorno social de los Tuohy. No es casual que recién al final se sienta algo de veracidad, en el epílogo fotográfico con los verdaderos Leigh Anne y Michael y allegados.
Salvando las distancias, es un caso similar al de Alto impacto, terrible cinta de Paul Haggis, otro guionista destacado de Eastwood (Million Dollar Baby, La conquista del honor, Cartas de Iwo Jima) que ganó el Oscar discutidamente en su segundo largometraje y primero ambicioso. Ahí, en medio del amplio reparto, también estuvo Bullock, en una rentable pero penosa marca de este tipo de cine tan embustero y fallido. Y mayor mérito para el gran Clint.
Dirección y guión: John Lee Hancock | 129 min. | EE.UU.
Intérpretes: Sandra Bullock (Leigh Anne Tuohy), Tim McGraw (Sean Tuohy), Quinton Aaron (Michael Oher), Jae Head (S.J. Tuohy), Lily Collins (Collins Tuohy), Ray McKinnon (Burt Cotton), Kathy Bates (Miss Sue), Kim Dickens (Mrs. Boswell), Adriane Lenox (Denise Oher).
Estreno en el Perú: 25 de marzo de 2010.
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