Chiyoko Fujiwara fue una reverenciada actriz, diva del cine japonés de entreguerra y postguerra. En el auge de su carrera, misteriosamente decide internarse en una apartada zona rural. Tres décadas después de su retiro, el documentalista Genya Tachibana decide entrevistarla para un filme en homenaje a su figura. Lo que empieza como una conversación amena termina en la rememoria de toda su vida como actriz y como mujer.
En un tono romántico, asimismo, desencantado, Millennium actress (segunda película de Satoshi Kon, esta vez más cauto y efectivo con sus piruetas) postula a la vida como un rodaje permanente, donde actuamos todos en la persecución de nuestros sueños, en diferentes medidas, utópicos, ficcionales. A vista de Kon, el amor y otros placeres son sólo pesquisas, que se hacen inaccesibles mientras transcurre nuestro ciclo de vida. Pese a la dura reflexión, el director nos lo manifiesta con una entrañable, además de audaz, película, que juega con los tiempos y contextos de distintas épocas, fundiéndolos en un solo relato de amor.
En un vaivén ágil, sin reveses que confundan ni marcadas transiciones aclaratorias, vamos, por medio de los papeles que otrora Chiyoko interpretó como actriz, del fascismo japonés de los ‘30, en la era Showa, hacia más atrás, en la Edad Media japonesa o era Sengoku, violentada por samuráis, retornando al siglo XXI para dispararse, al rato, hacia un futuro distante, astronáutico. Tan sólo bastan dinámicos empalmes para trasladar a la actriz milenaria a otra línea temporal sin desviar un ápice la acción dramática, pues es continua durante toda la película, pese a que varios contextos de distintas épocas se interponen entre sí.
La película navega por lo fantástico y lo anacrónico, mas nunca se aleja del drama romántico de Chiyoko, quien busca, por medio de los personajes de toda su filmografía, que representan sus distintos estados de ánimo e instancias en su vida, a su amante incógnito, esquivo desde su juventud. El drama es angular, sin embargo, está matizado con elementos de otros géneros, sin recurrir nunca a los lugares comunes como podría preverse del anime japonés. Si bien hay comedia y sci-fi, las escenas se coloran con tonos ocres, no sombríos pero sí pálidos, acordes al tempo melancólico del relato, llevado por la nostalgia de la protagonista.
Los personajes Tachibana y su camarógrafo proveen frescura a la película. Mientras filman la conversación con la actriz, se mimetizan en el escenario que ella les narra. Entonces, los recuerdos pasan de ser simples testimonios a recreaciones en el presente. Así, Kon refuerza su analogía vida : película, pues Chiyoko intensificó sus vivencias por medio del cine. Tiempo después, sus memorias afloran a propósito de una película sobre sí misma. Hasta el final, le resultó imposible estar al margen de la «ficción» que fue su vida.
Satoshi Kon se dedica al cine de animación porque reconoce sus ilimitados posibilidades, su factibilidad para la fantasía, para lo onírico; por otra parte, maneja sus convenciones (su imagen comercial e infantil, principalmente) para contrastarlas con sus profundas temáticas. Los resultados son piezas insoslayables del cine de animación de cualquier latitud.
Dir. Satoshi Kon | 87 min. | Japón
Voces: Miyoko Shôji (Chiyoko Fujiwara de 70 años), Mami Koyama (Chiyoko Fujiwara de 20 a 40 años), Fumiko Orikasa (Chiyoko Fujiwara de 10 a 20 años), Shôzô Îzuka (Genya Tachibana), Shouko Tsuda (Eiko Shimao)
Estreno en Japón: 14 de setiembre de 2002
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