Hay varios aspectos originales que hacen especial Rabia. La primera, y más importante, es que se trata de una obra bi-género; es decir, que funciona tanto como un thriller de suspenso como una historia de amor, cierto que un amor loco y descabellado. Los elementos perturbadores aparecen desde el comienzo, cuando el protagonista José María –un trabajador inmigrante colombiano en el País Vasco– empieza a evidenciar rasgos agresivos y luego posesivos sobre su inocente novia, Rosa, otra colombiana que labora como empleada doméstica en una mansión señorial, algo tétrica. Esta locación, en la que transcurre la casi totalidad de la cinta, está filmada de tal forma que por un momento pareciera ser una casa embrujada. Sin embargo, luego se convertirá en la principal herramienta para crear un entorno claustrofóbico, verdadera proyección del desquiciamiento del héroe.
Para ello, el director ecuatoriano Sebastián Cordero –bajo la influencia del productor mexicano Guillermo Del Toro–, aprovecha hasta el último resquicio del caserón y hasta su mobiliario para convertirlo en un laberinto donde se escenifican las amenazas contra Rosa y la protección, pero también la venganza, de José María. El ático, la cocina, el sótano, las habitaciones, escaleras y pasillos son utilizados espacialmente para crear el suspenso así como para mostrar los conflictos y vicios que corroen a los miembros de la familia. No faltan tampoco puntuales toques escatológicos y repugnantes (ratas, cucarachas), que ensombrecen el clima ya de por sí turbio del drama interno que vive José María y el externo, que gira en torno a una Rosa, ignorante en todo momento de esa rabia que –oculta– va creciendo y consumiendo a su amado. En ese sentido, resulta espléndido el largo y ominoso traveling conclusivo, culminación de un plano secuencia extraordinario que nos devuelve al frontis en contrapicado, casi terrorífico –tipo Amytiville–, de la mansión.
El segundo aspecto original es el uso del tema de la migración que, como en el caso de Norteado, elude los lugares comunes del tópico. Las presiones y prejuicios del medio sobre José María atizan una ira contenida e importada de su propio país de origen, empezando una espiral de violencia que ya no se detendrá. No se trata, pues, del migrante victimizado, sino de uno que se enfrenta y buscará vengar las afrentas reales o supuestas que encuentra en su nuevo entorno. Al mismo tiempo, la cadena de hechos que genera, en parte, por su condición de sudaca es lo que le permitirá estar cerca y –simultáneamente– lejos de su amada, en una situación en que la pureza de su amor se mantendrá más allá de cualquier obstáculo, hasta el final. Pureza que envuelve y protege a Rosa, pese a la violencia que la toca y pureza vengadora y trastornada de José María.
De otro lado, el siniestro caserón se convierte en un símbolo de la migración como una especie de cárcel donde los recientemente se encuentran en un escenario de subordinación y discriminación; sometidos a abusos y sobreviviendo (Rosa) o, excepcionalmente, asumiendo una actitud transgresora (hasta cierto punto, José María) que puede conducirlos al delito. Hay que señalar que el enfoque sobre estas características está bien distribuido entre personajes y situaciones de la película; es decir, que no s e trata de una visión esquemática ni maniquea. Asimismo, que este tema –siendo importante– es un elemento de contexto y no el aspecto central de la cinta, el cual es la doble condición de thriller e historia sentimental.
En suma, me encantó esta película, pero entiendo muy bien a aquellos que la detestan. Es posible que ello se deba, en parte, a la canción que acompaña los momentos románticos, una de las más huachafas y cantineras que haya escuchado nunca y que restaría verosimilitud a la historia de amor, añadiendo cierto rasgo paródico que reduce (o exagera hasta el ridículo, según se quiera ver) el efecto del desenlace. De igual forma, el refugio de José María también puede parecer algo inverosímil. No obstante, personalmente, me parece que estos, digamos, excesos, no llegan a opacar el logrado trabajo de cámara, la eficaz ambientación y las convincentes actuaciones que caracterizan a Rabia. No siendo una película para todos los gustos, tiene elementos inquietantes e irónicos que la hacen estilísticamente única, entretenida y original.
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