«Nunca he visto muchas coincidencias, mucho menos eventos que quedan en su lugar tan claramente en la vida real. Cosas increíbles. Esto no fue Tokyo Godfathers, después de todo».
Satoshi Kon en su blog
Una paradoja: la vida como ciclos circulares, repetitivos. Acaso no importa nuestro estrato social, será nuestra condición humana la que nos induzca al limbo. Satoshi Kon es risueño de gesto, pero amargo de pensamiento. Sus filmes son divertidos y conmovedores, asimismo agrios en lo que postulan. Tokyo Godfathers pudo ser su testamento, pero el tiempo no lo quiso sino hasta la entrega de su obra definitiva.
Ésta, su tercera película está inspirada parcialmente en otra película: de 1948, 3 Godfathers, de John Ford, basado en la novela corta homónima de Perter Kyne, que es una especie de reconstrucción westerniana del mito de los Tres Reyes Magos. Pero Tokyo Godfathers no se ambienta en el lejano oeste sino en la Navidad de Tokio, marco idóneo para tratar Los Grandes Temas.
Narra los desvaríos de tres indigentes, de diferentes edades y procedencias, en el cuidado de un bebé que encuentran abandonado en un depósito. En la peregrinación por encontrar a los padres de la niña, sabremos que ellos son tan desdichados como la criatura abandonada. Es acaso una road movie recorrida a pie, que nos amplía el panorama sobre la poca suerte de sus personajes. La Navidad desde los sufridos suburbios de un Tokio inclemente.
Los protagonistas son Hana, un travesti otrora artista de un cabaret de mala muerte, Gin, un ludópata con ínfulas de ciclista profesional, y Miyuki, una adolescente rebelde que por discrepancias con su padre abandonó su hogar. Son tres infelices que se refugian en el olvido para sobrellevar sus días. Es la película más convencional de Kon, asimismo su más personal.
Algunos críticos la consideran inadecuada para el soporte animado porque no explota sus cualidades cartoonescas o surreales. Discrepamos. Satoshi Kon se dedica al cine de animación porque reconoce sus ilimitadas posibilidades: su factibilidad para la fantasía, para lo onírico, que logra acomodar hábilmente a sus profundas temáticas. Kon contrasta las convenciones infantiles y comerciales de la animación con sus perturbaciones existenciales. Algunas más disfrutables que otras, cierto, pero todas atendibles.
Tokyo Godfathers es una película que refleja las inquietudes de Kon con respecto a su vida, que para hacerlo más «de interés público» interna en el suburbio capitalino, mundo marginal, castigador del desvalido. ¿Qué piruetas narrativas podrían enriquecer la historia? Pues ninguna. Para la otakillada Satoshi Kon es un genio del thriller, el cual es un juicio sobrevalorado, pues Perfect Blue no es heredera ni de Bela Lugosi, ni de Alfred Hitchcock, ni de Darío Argento, arquetipos del psycho cinematográfico. La obra de Kon es un humanista al servicio de la retórica visual que muchas veces queda chic, pero no siempre eficiente.
Por lo que recalcamos, lo mejor de sus películas son sus aproximaciones a las pulsiones y a los diversos sentires humanos: Mima, de Perfect Blue, es una inquieta a la vez de temerosa damisela en peligro, antes de volverse inescrupulosa por el éxito; Chiyoko, de Millenium Actress, es nostálgica y memoriosa de vieja, empero de moza, bajo diferentes papales, encarnó su idilio con pasión e inocencia; en Tokyo Godfathers la exigencia sería máxima porque el protagónico lo conforma un tridente con perfiles muy diferenciados. El descubrimiento y desarrollo de esos tres personajes como personas castigadas del Mundo son la esencia de la obra y no el desenlace de alguna pesquisa –aunque el salvaguardado del bebé lo pareciera-. Los visos de comedia despistan los motivos avinagrados que profesa la película.
A todo esto, apunto que los efectos del suspense que hacen de culto a su ópera prima son triquiñuelas impresionantes para vistas ociosas y poco entendidas. Decir que Perfect Blue es una obra maestra es subestimar al anime, es acuñarle la limitación de sólo contar historias excitantes. Y es que exhibe los vicios más insoportables del cine de refritos como el efectismo del miedo latente (antagonista incógnito) y las vueltas de tuerca. No obstante, en esa su primera obra, Satoshi se luce en la composición de ambientes siniestros, donde un tono azul muy oscuro invade las escenas que más debieron perturbar.
¿Por qué me refiero a Perfect Blue cuando nos estamos en Tokyo Godfathers? Porque con esta tercera entrega prácticamente abolió sus piruetas visuales, las mismas que tanto sorprendieron en su debut, dejando insatisfechos a no pocos como también la sensación de que su estilo se había aburguesado. Más bien diríamos que había madurado.
Así Tokyo Godfathers se sitúe en los márgenes sociales de la capital japonesa el día que se celebra la vida -la Navidad como símbolo de armonía- no deja de referirse a toda la humanidad, sufriente igual de la misma incomprensión y soledad cuál fuere su nivel cultural o económico. Todos somos semejantes ante la vista de Satoshi Kon, para quien la vida se desarrolla en círculos repetitivos, que pueden inducirnos a la reivindicación o a lúgubres lugares comunes. Es graciosa esta película pese a su amarga reflexión.
Dir. Satoshi Kon | 92 min. | Japón
Voces: Toru Emori (Gin), Aya Okamoto (Miyuki), Yoshiaki Umegaki (Hana), Shôzô Îzuka (Oota)
Estreno en Venezuela: 6 febrero 2008 (Animax LA)
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