No voy a profundizar más en lo que han señalado tanto Gabriel Quispe como los colegas y amigos de Cinencuentro en sendos posts sobre sus impresiones del estreno comercial de El último guerrero Chanka. Me parece que todas tienen una racionalidad bastante clara y señalan derroteros claros sobre nuestra filosofía, sobre lo que esperamos y queremos cuando vemos una película.
Lo que yo plantearía, más bien, son impresiones sobre el hecho de que alguien como Víctor Zarabia, andahuaylino y –claro que sí– cinéfilo (en el término más amplio y correcto del término), se haya tomado el tiempo y las pelotas para hacer una película tan extraña, bizarra, fallida, entretenida, mala pero al mismo tiempo entrañable.
Lo fascinante de El último guerrero Chanka radica en las opiniones que genera. El día del estreno, en el Cine Star de Metro de Alfonso Ugarte (en Lima, no en Apurímac), recogí varias. Por ejemplo, la del chiquillo que ha visto Transformers 3 cuatro veces y al que el Chanka le pareció la película más mala de la historia (yo podría decir lo mismo de la cinta de Michael Bay). O la de la señora de origen andino que se la pasó riendo toda la proyección (y además disfrutando del show de una folclorista que animó los momentos previos del evento). Entre la gente que dijo «puajjj» y entre los que mostraban su sincero agrado por haberse divertido.
Evidentemente, El Chanka no son sólo estos extremos. Precisamente, al desligarnos de emociones y sensibilidades particulares, vemos la película en su exacta dimensión: como un ejercicio audaz y astuto de mezclar géneros y plantear un camino aún poco explorado en el cine nacional, pero desafortunado en su ejecución y resolución. Zarabia muestra aptitudes e insensateces como quien ejecuta artes marciales. Se divierte mostrando lo mucho que sabe patear traseros (y se olvida por ahí que la risa de sus personajes se repite al límite de lo humanamente permitido).
Al trabajo de Zarabia le sobran minutos y le falta pudor. También la falta malicia (esa malicia hollywoodense que le pudiera permitir más calateo y escenas calientes), pero le sobra actitud para filmar escenas de acción y para pretender armar todo un collage histórico de los mitos y costumbres de su pueblo. No se anima a desnudar a sus protagonistas, pero nos muestra los primeros planos más elegantes y distinguidos que se haya hecho de una protagonista femenina.
Zarabia está fascinado con el cine B (están claros sus referentes que beben de Tarantino, el cine kung fu y las sagas épicas) e intenta replicarlo, pero aún se nota que le queda grande la historia (por su complejidad, pero también por muy serios errores en el guión y en las actuaciones). Con todo, nadie puede decirle que no es osado, que se ha atrevido a más de lo que muchos cineastas (con premios y cierta fama) son capaces. Falla y sucumbe, con roche, pero la gente se ríe y aplaude (no de Zarabia, ojo, sino con él, aunque a veces el humor que se encuentra en el Chanka sea involuntario).
Para mí, El último guerrero Chanka plantea un hito: el inicio de un cine que se exporta de las provincias (o se puede hacer desde los canales alternativos limeños) y se consume con agrado (al margen aún de calidades). Ese cine que con el tiempo, con la circulación y con la réplica va a ir tocando justamente las fibras sensibles de la gente común, esa que ahora llena las salas, pero no para consumir cine hecho en el Perú (por las razones que se quiera esgrimir).
He aquí quizás el germen de los temas que debemos debatir: encontrar maneras de conciliar al público promedio con la producción comercial nacional. Evidentemente, la calidad debe ser absolutamente mejorada, porque si no tendremos el problema inverso que con las cintas ganadoras de premios: muy bien trabajadas, técnicamente impecables, pero aburridas a más no poder y autistas en su capacidad para conectar con las audiencias. Es hora de encontrar el equilibrio y dejar que cada sector encuentre su camino y su producto preferido (y que haya canales y sectores abiertos a estas opciones).
El último guerrero Chanka es surrealista, en el mejor y peor sentido del término. Pero nadie de los que la han podido ver podrá negar que le generó sensaciones e ideas (para rajar, pensar o reír). Ahí lo más resaltante que yo saco de este inusitado estreno andahuaylino en Lima.
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