En el artículo anterior adelantamos algunos elementos de valoración sobre la cintas de ficción hechas en Perú y presentadas en el 16 Festival de Lima. En esta segunda parte haremos una reseña comparativa:
Películas nacionales: mellizas y opuestas
Desde un punto de vista estilístico, las cuatro películas nacionales de ficción presentadas en el Festival se pueden dividir en dos pares muy marcados. Chicama y Casadentro pertenecen al grupo de cintas experimentales, mientras que Cuchillos en el cielo y Cielo oscuro, al de las convencionales. Y cada una es sorprendentemente parecida a la de su correspondiente par.
Estas dos últimas películas, dirigidas por Alberto Durant y Joel Calero, parten de una situación que aqueja a un personaje y luego van intensificando la progresión dramática, en el primer caso luchando contra un contexto externo adverso y, en el segundo, enfrentando un obstáculo interno del protagonista; las dos concluyen en forma similar. Diseño narrativo que también caracteriza, por ejemplo, a filmes como «La demora» o, hasta cierto punto, «El año del tigre». Y si las comparamos con estas cintas de parecido esquema dramático se evidencian sus debilidades.
No hay en las peruanas componentes audiovisuales que aporten una mirada más personal que amplifique la intensidad de los conflictos planteados, ni mayor trabajo de ambientación (por ejemplo, uso del paisaje con fines dramáticos) o que consigan –por estos u otros medios– el compromiso emocional que buscan y que no logran (al menos, no al mismo nivel que las películas citadas). Incluso una cinta anterior de Durant, El premio, resulta superior a ambas gracias a su ingeniosa y peculiar estructura dramática; y quizás, también, a no ser tan ambiciosa en sus pretensiones.
En comparación, el gran mérito de Chicama es haberse adaptado perfectamente a sus recursos artísticos (y, posiblemente, también a los económicos), y haberles sacado el jugo. El talento de Forero consiste en trabajar con actores novatos o no profesionales, y hacerlos interpretarse a sí mismos en su cotidianeidad; es decir, representar “la vida tal cual”, lo que no es nada sencillo. Pero, al mismo tiempo, tampoco les exige realizar grandes roles ni los enfrenta a libretos de resonancias shakesperianas. Trabaja con situaciones sencillas, apela al encanto natural de la niñez y a la frescura y espontaneidad de la juventud.
En consecuencia, «Chicama» tiene historias mínimas tratadas minimalistamente. Por ejemplo, el tema de las diferencias sociales entre Costa y Sierra está apenas sugerido en la inesperada (y nunca explicada) partida de la joven profesora de Huanchaco; y reforzada en la posterior visita del joven maestro a esa playa trujillana. Así como el contraste, ligero e irónico, entre la educación formal en el aula y la hibridación cultural presentada en el show de los niños; mediado por algunas insinuaciones de logros en el aprendizaje de los pequeños. Hay un continuo juego de sugerencias que rescata la ambigüedad que anida parsimoniosamente en la vida cotidiana, combinado con breves y descriptivos tiempos muertos que componen una sobria puesta en escena.
En esa misma línea trabaja Casadentro, pero con actrices fogueadas y con experiencia (más Giovanni Ciccia), quienes viven encerradas en una casona donde transcurre todo el filme. El personaje principal y en torno al cual gira toda la cinta es una anciana matriarca (con los primeros síntomas de la senilidad, interpretada por Élide Brero), acompañada por su igualmente veterana empleada doméstica (Delfina Paredes) y su joven asistenta (Stephanie Orúe); a los que debe añadirse el perro viringo, la engreída de la casa. Ellas son visitadas por la hija, nieta y (la bebe) bisnieta de la bisabuela, junto al esposo de la nieta. Y eso es todo.
Presenciamos la rutinaria vida doméstica con ligeros toques de ironía y una sutil aunque constante tendencia hacia el encierro. Es cierto que el filme está lastrado por un tratamiento teatral, pero cuya rigidez es funcional a la intención de la realizadora, que en varias ocasiones toma a sus personajes en encuadres recargados o los hace quejarse de que algunas alacenas estén cerradas con llave. La cámara está puesta en unas pocas posiciones durante casi todo el metraje, con escasos cambios de encuadre; asimismo, hay muy pocos primeros planos o planos cercanos, lo que garantiza la nula intensidad emocional.
En cierta forma, esta cinta es lo opuesto a la también opera prima argentina Abrir puertas y ventanas, donde tres hermanas buscan de todas formas salir física y emocionalmente de una casa; mientras que en «Casa dentro» más bien quisieran quedarse en el interior de la casona. Salvo por la queja de la nieta, que reclama por la tensión que siente a causa de lo que parece unir a estas mujeres: la presión social internalizada que implica la maternidad, expresada en el mutuo y excesivo cuidado materno. En cierta forma, la cinta nacional describe una situación previa que podría haber antecedido a la historia relatada en el filme argentino.
Volveremos brevemente sobre algunos de los aspectos temáticos de estas obras en la tercera parte de este balance de la Competencia de Ficción del 16 Festival de Lima.
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