Star Wars, procedente de películas de caballerías y seriales de aventuras, mantiene la afinidad a un propósito legendario como el de los cómics y las películas de Flash Gordon, y le suma a ello, en la nueva entrega El Despertar de la Fuerza, un carácter apocalíptico (tenía que estar J.J. Abrams detrás de esto), donde “La Primera Orden” amenaza con extinguir toda vida terrena con el fin de gobernar la galaxia.
Es así que el director no doblega en mostrar aquella escena donde el capitán de los troopers, cual Hitler intergaláctico, organiza su batallón, dispuesto a destruir cuatro mundos al mando de un ejército de soldados que le hacen una señal, claras referencias a la Segunda Guerra Mundial. El mismo Abrams relata en una entrevista sobre el surgimiento de la idea de “La Primera Orden”:
Todo surgió en una conversación sobre qué hubiese pasado si los nazis hubiesen ido a Argentina, si hubieran trabajado juntos otra vez. ¿Qué podría salir de ahí? ¿Podría existir la Primera Orden como un grupo que admiraba al Imperio? ¿Podría verse el trabajo del Imperio como insuficiente? ¿Podría ser Darth Vader un mártir? ¿Podría existir una manera de ver a través de lo que no se llegó a hacer?
En esta nueva película, la amenaza se plantea similar a las primeras películas de la saga, los villanos siguen la existencia de poderes políticos totalitarios, de carácter imperialista; mientras que los “buenos” buscan esa tendencia estadounidense por el liberalismo y la proyección futura de fraternidad.
Mucho de ello se perdió con la última trilogía, que aunque tuvo grandes decorados de ciencia ficción y que dió como resultado momentos espectaculares, fueron menos satisfactorias que las originales.
Sin embargo, Star Wars: El Despertar de la Fuerza busca reconciliarse con los seguidores más acérrimos de la saga. Es por ello que no sólo fortalece esta lucha por el poder, sino que además se perfilan algunos entrañables personajes a medida que la película avanza y se retoma detalles de la saga original revelando algunos elementos escondidos, como aquel “juego de ajedrez” holográfico que se enciende dentro del Halcón Milenario, y que te remiten a la original y épica aventura heroica.
A todo ello se suma la increíble banda sonora de John Williams, compositor de las más famosas composiciones en la historia del cine como «E.T. El extraterrestre», «Jurassic Park» o «Tiburón»; la vertiginosa cinematografía de Daniel Mindel (Star Trek) que generan vértigo en los puntos de fuga de espacios profundos y cuyos planos generales en el desierto nos remiten a Tatooine con los más bellos amaneceres; además de la buena dirección de Abrams en las incesantes transiciones separadas por signos de alternancia narrativa como fundidos o cortinillas heredados del cine mudo de aventuras y que nos recuerda también esas difusiones en montaje de las primeras películas.
Atrás quedó la tecnología onerosa que dificultó, sobre todo en las primeras partes, una línea regular de producción. En Star Wars: El Despertar de la Fuerza las escenas de acción, las batallas con sable láser, los poderes que ejerce la mente más brutal son realmente excitantes y se sostienen en escenas de planos largos cargados de adrenalina y tensión. En este sentido el 3D cumple su función en esos vertiginosos viajes en los que acompañamos a La Resistencia, y en aquellas atmósferas dónde se acrecienta el vértigo por los espacios vacíos.
Sin embargo, no todo es perfecto en una película de estas dimensiones. “El Despertar de la Fuerza” es bastante predecible en muchos momentos, sobre todo porque plantea un universo muy similar al de la saga original y donde quizás lo único original se vea reducido a las caras y nombres nuevos: El nuevo imperio galáctico llamado ahora “La Primera Orden” ataca desde una base un poco más grande que la “Estrella de la Muerte”, con el mismo punto débil y expuesto para ser destruido con facilidad; además “La Rebelión” ha pasado a llamarse “La Resistencia”, y pues las relaciones de parentesco buscan sorprender tanto como las primeras películas. A esto se suma la similitud entre Darth Vader y el nuevo villano Kylo Rean, sólido personaje por cierto, y una despedida predecible e inmerecida a un gran personaje dentro de la saga.
A pesar de ello es interesante, desde un punto de vista social y cultural, que J.J. Abrams y el estudio Disney hayan logrado crear, para sorpresa de muchos, un verdadero culto rítmico y visual. Ha comenzado a expandirse una dinámica comercial masiva, a partir de la empatía que se genera con los nuevos personajes (basta ver la acogida del BB-8 fabricado por la compañía Sphero), aunque no del mismo modo que en aquel lejano 1977, cuando cambió la naturaleza misma de la industria cinematográfica a partir de las nuevas técnicas en efectos visuales.
Asimismo, este fenómeno cultural toma más relevancia aun cuando uno se detiene a observar a aquellos personajes a los cuales acompañamos en esta aventura. Nuestro héroe ha dejado de tener una mirada masculina, ha dejado de ser Luke Skywalker y se ha encarnado en la intrépida Daisy Ridley en el papel de Rey, una joven recolectora de chatarra, mientras que su acompañante, John Boyega en el papel de Finn, un Stormtrooper, ha causado cierta controversia en algunos países por su ascendencia afroamericana.
Como se puede ver, La guerra de las galaxias no solo encarna el concepto del taquillazo, sino también resalta la importancia del cine como movimiento cultural de masas y además como aquel reflejo de nuestras sociedades, en esa búsqueda constante por el poder, dónde sólo podemos vencer con el correcto uso de la fuerza, a pesar de que el lado oscuro siempre continúe tentando.
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