La La Land, del director y guionista Damien Chazelle (quien debutó con la impecable Whiplash) es uno de los mejores musicales que he visto. Ciertamente, es el mejor musical de los últimos 20 años estrenado en nuestros cines. Enérgica, emotiva y profundamente sentimental, «La La Land» es una carta de amor al jazz, el cine, los musicales de los años 50, y las historias de romance. Se siente como una película a la antigua, pero contiene suficientes elementos contemporáneos como para desarrollar su propia identidad. No es requisito indispensable tener algún tipo de conexión emocional con los musicales de Fred Astaire o Gene Kelly para disfrutar de «La La Land», pero tenerlos ciertamente ayuda.
Al comenzar la película, Mia (Emma Stone) y Sebastian (Ryan Gosling) se encuentran en medio de un atolladero de autos en las autopistas de Los Ángeles. Chazelle nos deleita con un magnífico número musical de apertura en el que la mayoría de conductores se desfogan a través del baile y el canto. Pero nuestros protagonistas no son partícipes de este festín; ellos están ensimismados en sus propios problemas, pensando en sus sueños. Mia quiere ser actriz, y Sebastian, un talentoso pianista, quiere dedicarse al jazz. Ella tiene que contentarse con trabajar como barista, y él no tiene más remedio que tocar canciones de Navidad en el restaurante del malhumorado Bill (J.K. Simmons).
Las cosas cambian cuando eventualmente se conocen, y como es de esperar, se enamoran. Ambos deciden perseguir sus sueños con mayor entusiasmo, lo cual inicialmente funciona, pero eventualmente se dan cuenta que todo sueño tiene un costo. Mientras transcurren las estaciones (invierno, primavera, verano, otoño, y finalmente invierno otra vez), su relación va pasando por altibajos, lo cual resulta en un desenlace intensamente nostálgico y emotivo. Por momentos, «La La Land» se asemeja a un cuento de hadas, optimista y enérgico, pero afortunadamente no se contenta con el típico “y vivieron felices para siempre”.
Cualquiera que haya disfrutado de los grandes musicales hollywoodenses de los años 50, encontrará mucho que admirar en «La La Land». Todos los aspectos técnicos y visuales, desde la dirección de fotografía, la paleta de colores, los suaves movimientos de cámara (y planos largos) y hasta el vestuario algo anacrónico de los protagonistas, hace referencia a este tipo de cine. «La La Land» no se contenta con recurrir a la nostalgia o “copiarse” de algunos triunfos del pasado; el filme se desarrolla en el presente logrando desarrollar un estilo propio, una suerte de mezcla entre lo antiguo y lo moderno, lo clásico y lo contemporáneo.
De hecho, ese es el tema principal de «La La Land». Sebastian, al igual que el propio Damien Chazelle, ama el jazz, y en determinado momento expresa su frustración por la supuesta ‘muerte’ de este clásico género musical, una ‘muerte’ de la que se viene hablando hace años. Por otra parte, su amigo Keith (John Legend), quien lo invita a formar parte de una nueva banda, quiere mantener vivo el jazz a través de música más moderna, para así llegar al público joven. La película no se inclina hacia ninguna de esas propuestas —ambas son válidas, pero claramente Sebastian no puede durar mucho en un grupo como el de Keith. El apego hacia lo antiguo es una parte muy importante de su vida, tanto personal como musical, y quiere seguir transmitiéndolo, pero sin llegar a los extremos de Keith.
La transformación de lo antiguo a lo moderno, y la muerte de costumbres clásicas es observada en otros momentos del filme. Durante el primer acto, Mia y Sebastian tienen una mágica cita en un viejo cine que está proyectando Rebelde sin causa, con James Dean. Varias escenas después, Mia pasa cerca del cine con su carro, y se ve que ha sido clausurado. Y otro momento la vemos cenando con un novio, donde podemos escuchar a sus amigos quejarse de los multicines actuales, señalando que son lugares sucios, ruidosos, en los que la gente siempre enciende sus celulares, por lo que prefieren reemplazar dicha experiencia con sistemas más modernos de cine casero.
¿Deberíamos tratar de salvar estas viejas costumbres o ese tipo de música al que la gente joven ya no le presta mayor atención? ¿O simplemente deberíamos seguir adelante? «La La Land» propone, tanto a nivel temático como a través de su estética, tanto tradicional como moderna, que no está del todo mal ceñirse a algo creado hace años. Pero también es necesario que uno haga algo propio, homenajeando a los grandes de antaño sin resultar siendo solo una copia más.
Como es de esperarse, los números musicales en «La La Land» son espectaculares. Ryan Gosling y Emma Stone no son grandes cantantes pero pueden defenderse. Y a la hora de bailar, se desempeñan muy bien —desde el tap hasta movimientos más elegantes y suaves, ambos artistas demuestran que son perfectos para esta película. En ningún momento sentimos que están usando dobles, gracias a la decisión de Chazelle de optar por los planos largos y los extensos movimientos de cámara sin cortes.
Considerando que se trata de una historia de amor y desamor, la química entre ambos protagonistas era absolutamente necesaria, y en ese aspecto ni Stone ni Gosling decepcionan, por muy superficiales que puedan parecer sus sueños inicialmente. Son artistas, personas románticas y soñadoras, privilegiados hasta cierto punto pero dispuestos a sacrificar todo —desde el tiempo hasta el amor— para cumplir su cometido. «La La Land» es LA historia de Mia y Sebastian; ningún otro personaje les roba el protagonismo (aunque la breve aparición de J.K. Simmons, quien sí se robó buena parte de «Whisplash», es divertida).
«La La Land» es una película optimista y enérgica, pero jamás llega a agobiar. No se trata de una clásica película cursi, el anticlimático desenlace cargado de un tono agridulce debería ser prueba de ello. La historia no es nada del otro mundo pero funciona gracias a sus personajes irresistiblemente carismáticos, y una selección de canciones originales, pegajosas y divertidas. «La La Land» no tiene el mejor soundtrack que haya escuchado en un musical, pero al menos sus dos temas principales —“Audition” para Mia y “City of Stars” para Sebastian, resultan realmente memorables.
«La La Land» merece todos los premios y las alabanzas que ha recibido hasta ahora, y más. Es una oda al jazz, el cine, el teatro, los musicales clásicos y el amor. ¿Qué más podría desear uno de una película como esta?
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