Hay varias razones por las cuales usted puede ver esta película.
La primera de ellas es por error. Me ocurrió a mí. Iba a ver otra película y habían cambiado su horario sin previo aviso. Así que tuve que resignarme a ver cualquier otra, por lo que me animé por este musical tan comentado, sobre todo entre los miembros de la Academia hollywoodense.
Advertí tardíamente que la exhibían en la sala más cara pero donde uno podía comprar tragos, piqueos y reclinar la butaca apretando un botón y haciendo que las sandalias vuelen por los aires al levantarse abruptamente la parte inferior del asiento, lo cual desde ya fue un anticipo involuntario de lo que veríamos en la película. Me arrellané con una gaseosa light y tequeños en la oscuridad de la sala. O sea, si sucede en la vida, sucede en el cine y viceversa.
Otro motivo podría ser que usted esté convaleciente de alguna operación y su médico le permite ir al cine por primera vez luego de días de aburrido reposo absoluto. Además, tiene la oportunidad de aprovechar del aire acondicionado para escapar del feroz calor que azota Lima en estas semanas. Es decir, usted dispone de tiempo y no tiene ninguna otra cosa que hacer, salvo sudar.
También puede ser que a usted le gusten los musicales, antiguos o modernos, y se sienta nostálgico. Aquí encontrará retazos de diversas obras de este género cinematográfico que se resiste a desaparecer. En cuyo caso es posible que efectivamente pueda apreciar alguno de los últimos ejemplos –esperemos que no el último– de este añejo género, en caso se sigan produciendo piezas similares.
Y es que la idea no es mala. Siempre es un reto revivir un presunto muerto. Y es sorprendente comprobar cómo siguen funcionando las viejas fórmulas cuando hay talento y dinero para ponerlas en pantalla.
Juntar trozos musicales de aquí y de allá, independientes del tiempo en que fueron originalmente producidos y adaptarlos a un relato contemporáneo que transcurre en Los Ángeles podría ser un buen punto de partida para un experimento posmoderno. La expresión artística a través de una obra cinematográfica puede manifestarse mediante fragmentos diversos (discurso superpuestos) en tiempo y espacio, y finalmente resultar algo auténtico o incluso trascendente.
El único problema es que «La La Land» es solo un conjunto de canciones y coreografías, técnicamente impecables y con un millonario despliegue de producción pero que solo hacia la mitad comienza a articular un relato sobre resiliencia y separación producida por el éxito profesional. Un relato limitado que hace parecer varias escenas musicales casi como relleno.
Recordemos que anteriormente el director-guionista Damien Chazelle amplió un cortometraje suyo y lo convirtió en Whiplash, una notable cinta sobre un baterista de jazz que es ejercitado hasta el borde de la tortura por un sádico profesor de música. De igual forma, La La Land podría haber sido, inicial (y narrativamente), un cortometraje extendido con canciones y coreografías de diversa clase.
De otro lado, mientras «Whiplash» es un filme súper intenso que gira obsesivamente en torno a esa relación, «La La Land», en cambio, es una película más bien suave y lánguida, en la que la relación de la pareja protagonista no se cierra sino que se abre, se expande y finalmente se diluye en un lento diminuendo. Pareciera que después de la vorágine y salvajismo de «Whisplash», Chazelle quisiera relajarse en un dilatado musical suavemente nostálgico con sus gotitas de melancolía al final. Chazelle busca el reposo y lo consigue. Ahora bien, en ambas películas, la culpa de todo la tiene el arte.
De otro lado, cabe la interpretación opuesta, es decir, que la parte narrativa de La La Land sea un subproducto o un epifenómeno de la banda musical, que el eje de la cinta sean las canciones y las coreografías, y no tanto la historia sentimental. Así, la persistencia sería la de los números musicales y la exploración de sensaciones incubadas en las pantallas, formas del espectáculo del pasado o incluso de un pasado imaginario, fugacidad, superficialidad, ligereza, paso del tiempo… Cosas que uno piensa mientras Chazelle nos hace soñar.
En todo caso, no se puede negar que hay momentos muy logrados, como por ejemplo, la escena en el planetario. Siempre es bonito ver las estrellas pese a un par de siluetas que aparecen por la esquina de la escena. Se pone uno romántico, intenta vislumbrar algún OVNI o recuerda aquella vez en que, abriendo el garaje de su casa, recibió un golpe en la cabeza con la reja y, tambaleándose, veía estrellitas girando alrededor.
También es posible que se nos estén escapando algunos subtextos u otras lecturas que podrían hacen suponer que estamos ante una obra experimental y de connotaciones políticas muy coyunturales. Así, por ejemplo, hay unas dos o tres tomas –levemente enigmáticas– donde se aprecia el pavimento de algunas calles de Los Ángeles y advertimos que son muy parecidas a las de ciertos barrios de Lima, pero sin huecos; detalle realista que rompe un poco con el mundo fantasioso y autoreferencial del filme.
Además, la copia que visioné en el cine tenía los carteles en castellano (por cierto, la película está dividida en cuatro partes, rotuladas: primavera, verano, otoño e invierno –nuevamente, el paso del tiempo–) e incluso Sebastian (Ryan Gosling), uno de los protagonistas, repite en algunas ocasiones la expresión “pichi-caca” ¡y también en castellano! Esto sugeriría el compromiso de la industria hollywoodense con la población hispana en los Estados Unidos y una protesta contra la construcción de un muro en su extensa frontera con México, impulsada por su nuevo presidente, Donald Trump.
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Abona a esta lectura político-experimental el hecho de que, ya avanzada la proyección, algunas personas se levantaron de sus butacas y abandonaron la sala, mientras que de vez en cuando podía escucharse algún nostálgico bostezo acompasado por las variadas melodías que componen esta obra. Este tipo de fugaces episodios –de connotaciones somníferas– solo ocurren durante la proyección de filmes de Sokurov, Bela Tarr, Lisandro Alonso o cualquier otro exponente de las corrientes de cine ansiolítico.
Si tal fuera el caso, conviene ir pronto a verla, ya que podría ser retirada intempestivamente de la cartelera limeña; como acostumbran hacer nuestros exhibidores locales en salvaguarda de la rentabilidad de su negocio.
Como vemos, lo que parece ser un simple musical sin especiales pretensiones, con gran éxito de taquilla y numerosas postulaciones al Oscar de 2017, puede resultar –si uno se empeña– en una obra más compleja e inocua de lo que parece.
En tal sentido, y sin intentar haber agotado las múltiples interpretaciones de esta obra, cabe mencionar lo que premonitoriamente concluí a propósito de otra cinta –El Artista–, hace ya 6 años: “…es posible que yo esté totalmente equivocado y que el futuro del arte cinematográfico se dirija hacia la producción de reciclados del pasado que nos sirvan para ocupar nuestro tiempo libre con esmerados ejercicios audiovisuales que se difuminen rápidamente de nuestras ocupadas mentes. Pero eso no lo podremos saber ya que entonces ejercitaríamos una sola función espiritual en esta materia, la del olvido”.
Estamos, pues, ante la persistencia del olvido.
Aquí los retazos de musicales, y otros filmes clásicos, del pasado reciente y antiguo que esta película homenajea:
La La Land
Estados Unidos, 2016, 128 min.
Director: Damien Chazelle
Interpretación: Ryan Gosling (Sebastian Wilder), Emma Stone (Mia Dolan).
Guion: Damien Chazelle.
Música: Justin Hurwitz.
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