Hasta el último hombre representa el regreso del controvertido Mel Gibson a la pantalla grande, no como actor, si no más bien como director. El último filme que estrenó bajo dicho cargo fue Apocalypto hace diez años, y antes de eso nos había traído la sangrienta e intensa «La Pasión de Cristo», la galardonada «Corazón Valiente», y «El hombre sin rostro», un drama que muy poca gente vio.
«Hasta el último hombre» vuelve sobre varios de los intereses de Gibson —el sacrificio, las fuertes creencias religiosas, la abnegación— a través de una historia basada en la vida real. Se trata, pues, de una película de guerra con duras escenas de combate bélico, protagonizada por un personaje, que irónicamente, no cree en la violencia. Gibson lo santifica un poco, pero para la tranquilidad de aquellos que no compartan sus creencias —ni las de Gibson, ni las del soldado interpretado por Andrew Garfield— estos momentos son infrecuentes, y no llegan a malograr la cinta.
Pero me estoy adelantando. «Hasta el último hombre» comienza presentándonos a dos hermanos muy competitivos, Desmond y Howard Doss. Su padre, Tom (Hugo Weaving) peleó en la Primera Guerra Mundial, y se dedica ahora a ahogar sus penas con el alcohol, lamentando la muerte de todos sus amigos, y comportándose violentamente. Después de Pearl Harbor, Desmond (interpretado de adulto por Garfield) decide enrolarse al ejército estadounidense, lo cual lo termina por alejar de su padre. Sin embargo, su objetivo no es el típico, quiere servir a su patria como médico en la guerra, pero sin cargar un rifle ni disparar una sola bala. Y justo antes de ir al campo de batalla, conoce a la enfermera Dorothy Schutte (Teresa Palmer), de quien se enamora, y con quien promete se casará apenas tenga un primer descanso.
«Hasta el último hombre» está claramente dividida en dos partes —la primera nos cuenta un poco de la historia de trasfondo de Doss, introduciendo a su familia, su novia, y sus creencias. Uno llega a entender por qué Doss no cree en la violencia —su padre tiene mucho qué ver con esto— pero a la vez, por qué quiere servir a su patria e ir a la guerra. Su relación con Dorothy es emotiva, pero no llegamos a sentir que esta se va a convertir en la columna vertebral de la narrativa; sirve, más bien, para darle una motivación a Doss para regresar a casa, para humanizarlo.
Adicionalmente, esta primera mitad de metraje también nos muestra a Doss en su entrenamiento militar. Es aquí donde se convierte en una suerte de Full Metal Jacket “light”, con instructor sádico (Vince Vaughn) y todo. Esta sección sirve para desarrollar un poco las relaciones entre soldados, y establecer la presencia de los compañeros de Doss —lo que piensan de su decisión, y la controversia que se desata cuando se niega a portar armas, desafiando a sus superiores, llegando a ser llamado cobarde.
Esta primera parte funciona, pero no es nada del otro mundo. Más bien, cuando el batallón de Doss entra por fin al campo de guerra, es cuando «Hasta el último hombre» cobra mucha más energía. Gibson nunca ha sido alguien que le tenga miedo a la violencia en pantalla, y aunque la película esta jamás se siente gratuita , sí contiene algunas de las imágenes de guerras más viscerales y explícitas que haya visto en mucho tiempo. Gibson presenta la guerra tal y como es —cruda, asquerosa, violenta, llena de ratas comiéndose los cadáveres de soldados caídos, bombas que destrozan cuerpos por doquier, y enfrentamientos en donde cada uno tiene que pelear por su vida desesperadamente.
De hecho, la película me recordó por momentos a Rescatando al Soldado Ryan de Steven Spielberg —su visión de la guerra es parecida, brutal y realista. Gibson, sin embargo, abusa mucho menos de las cámaras en mano, y se centra más bien en las acciones de su solo hombre que, rodeado de violencia y muerte, decide rescatar gente en vez de asesinarla, salvar vidas en vez de quitarlas.
Todo elemento artístico del filme, desde el diseño de vestuario hasta las escenografías, los efectos visuales, el maquillaje y la dirección de fotografía, es impecable. Mencioné líneas arriba que la primera parte del filme sirve más que nada para establecer personajes y situaciones —es por ello que, por ejemplo, la familia de Doss y Dorothy ya no aparecen durante la segunda mitad del filme. Una vez que Gibson nos lleva a la guerra, no pretende soltarnos ni por un minuto.
La interpretación de Andrew Garfield como Desmond Doss podría resultar muy ingenua para algunos, pero su trabajo le otorga suficiente humanidad como para que no se transforme en un santo carente de imperfecciones (por mucho que algunas de las secuencias hayan sido dirigidas con dicha intención por Gibson, especialmente una donde lo vemos descender de la cima Hacksaw). La escena en donde muestra frustración en el interior de una prisión es especialmente efectiva.
Teresa Palmer es encantadora como Dorothy; para sorpresa de muchos, el usualmente ineficiente Sam Worthington da una buena actuación (¡al igual que Luke Bracey!); Vince Vaughn está muy bien como el Sargent Howell (un rol serio, para variar), y Hugo Weaving se roba la película, interpretando a Tom, un hombre traumado, incomprendido y amoroso con su hijo, a pesar de sus actitudes violentas.
«Hasta el último hombre» es una de las películas de guerra más tensas que he visto —Gibson es un maestro para desarrollar suspenso, alargando momentos con planos en cámara lenta o subjetivas de su protagonista. Su visión de la guerra es sanguinaria y realista, sí, pero uno sale esperanzado de ver Hasta el último hombre —ver bondad y valentía, sacrificio propio y desinterés en un contexto tan brutal resulta refrescante, independientemente de las creencias de Gibson y el verdadero Desmond Doss. Mel Gibson será un personaje cuestionable en la vida real, pero no cabe duda que es uno de los directores más talentosos trabajando en el Hollywood contemporáneo.
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