Takeshi Kitano posee un formidable talento para cruzar en un todo indivisible, los elementos, estilos, y tonos más contrastados, siendo sus favoritos los que cimientan géneros tan definidos como la comedia física y el policial. Zatoichi aun con su inesperado cambio de ubicación es ejemplar de todo esto.
La figura del solitario e impasible protagonista (como siempre el propio Kitano) inspira sentimientos de extrañeza y humor a partes iguales. Aquí lo vemos protagonizando una intriga que parece salida de algún film de Kurosawa (en especial de Yojimbo). El desconocido justiciero que nunca es descrito en si mismo como un samurai llega a un pueblo donde reina la ley del más fuerte, en este caso dos bandas que asolan a sus desesperanzados habitantes, tal como lo dicta la tradición. Hasta acá todo normal, pero Takeshi nos propone un espectáculo peculiar, muy fiel así mismo los momentos de tensión se entrecruzan con otros de humorada chaplinesca, a la seriedad y tragedia de los combates con los chorros de sangre que se esparcen por doquier le siguen momentos de episodios de lo mas absurdos. Todo esto lejos de provocar un caos es llevado por esa sensibilidad tan especial del director a crearnos toda esa idea de vida y definición del espectáculo que tiene. Su concepto del deber y la ética no se contradicen con cierta socarronería que Takeshi nunca develará en una carcajada.
Es un creador como Clint Eastwood que confía mas en sus medios y su experiencia que en cualquier ínfula de autor y si que es un autor, como pocos.
Zatoichi es disfrutable en todos esos niveles como cinta de acción (con coreografías impresionantes a la vez que sumamente rápidas y sencillas), como una comedia de rasgos absurdos, como un espectáculo casi musical a la vez que poco ostentoso y medido en si. En fin, un film estupendo, en si desconcertante pero no se trata de una simple cinta de samuráis, sino una cinta de samuráis al estilo Kitano.
Jorge Esponda
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