Star Wars: Episode III – Revenge of the Sith
Con toda pompa y fanfarria como las que suenan en su ya clásica banda sonora, se ha estrenado el sexto y aparentemente final episodio de la saga cinematográfica con mayor legión de fans de los últimos tiempos, la serie de Star Wars a lo largo de sus 28 años de vida ha visto crecer su arraigo en la cultura popular como ninguna otra, pero eso es mas bien tema de un estudio más largo y extenso, lo que se puede decir acerca de Revenge of the Sith es a grandes rasgos que teniendo algunas elementos y ambiciones algo mayores a las de sus dos predecesoras en la nueva trilogía, no dice ni añade nada más que redondear la visión de la historia galáctica fabulada por George Lucas.
Supuestamente tal como lo soltaban cual bombardeo, se trata de un episodio que se pretende el más oscuro y complejo puesto que nos presenta la transformación del joven Anakin Skywalker en el temible Darth Vader, así como este ayuda a las fuerzas oscuras, representadas por los Sith, a destruir a los heroicos caballeros Jedi y con ellos a la republica. Mas allá de intrigas y generalidades políticas de bolsillo (que Lucas utiliza en esta nueva trilogía con insólito interés y provocando con su ingenuidad no poca vergüenza ajena) lo que sostiene a una cinta de este tipo es o debería ser, como en las mágicas imágenes de las originales, la acción, el sentido de la aventura, cosa que esta película por ser la enésima copia de un estilo ya asentado y que durante años a pasado por muchos cambios, se convierte en un ejercicio pobre y redundante. Siendo éste poco efectivo nos dirige la atención hacia la intriga y los personajes, pero ahí el panorama es peor: son personajes tremendamente esquemáticos y funcionales a su destino predeterminado, los actores poco pueden hacer con ellos dependiendo también de los recursos de cada uno de ellos, Anakin (Darth Vader, acaso el personajes central y más logrado de saga) con las facciones de Hayden Christensen, no pasa de ser un soso y monolítico personaje cuasi terminator al que Lucas trata de cruzar insólitamente con Hamlet a pesar de sus intentos de darle mayor densidad y complejidad, parece mas bien sacado de algún telefilm de teenagers, el canciller (Ian McDiarmid) es solo un compendio de impostación a lo british, Natalie Portman como Padmé es casi una figurante con tanto peso en el film como ese conde que interpreta Christopher Lee, Samuel L. Jackson y Ewan McGregor con más suerte solo se divierten blandiendo sus sables láser ya que sus personajes no les dejan otra, las parrafadas misticistas solo son creíbles en las facciones del infográfico Yoda.
A favor de la cinta solo podemos encontrar por ahí algún que otro momento tal vez como el enfrentamiento final, que tampoco es gran cosa, o algunas imágenes que preceden a la primera película que nos jalan mas bien el sentimiento, a quienes crecimos y vivimos la saga original y que si supo capturar en el momento preciso ese halo de irrealidad y hacérnosla tan vivida y tal vez esa sea la gran diferencia entre una y otra trilogía: la primera surge en un momento de explosión creativa, en la que se nos presenta un universo original (en su mixtura de varias referencias a la vez), casi experimental, en cambio esta nueva trilogía es solo la forzada continuación carente de la urgencia, vitalidad y frescura de un cineasta haciéndose un camino.
Jorge Esponda
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