El canadiense David Cronenberg ha creado uno de los imaginarios más peculiares y oscuros del cine contemporáneo, desde sus primeras filiaciones dentro del cine de horror siempre demuestra una originalidad y un espíritu provocador que desemboca en una especial filosofía, una visión total del mundo, el arte que se inspira de el y la manera monstruosa a veces en la que se manifiesta.
Scanners es acaso su primer filme realmente logrado en el se luce ya un estilo e intereses definidos. Los seres a los que alude el título son producto de un experimento (que como siempre resulta fallido en la obra de Cronenberg) son parias hasta inocentes del estigma que cargan. Solo uno de ellos, con extraordinarios poderes mentales (Michael Ironside) se rebela a su manera provocando el horror apenas disimulado por las autoridades que intentan controlarlos, su creador entre ellos. La contraparte de esta historia será uno de los scanners (Stephen Lack) quien desconoce su origen y solo deambula quien será adiestrado por sus siniestros padres para repeler la amenaza.
Aquí Cronenberg se ciñe a un concepto de thriller clásico y sin fisuras, como Shivers, o algunas otras de sus cintas anteriores trabaja bajo las reglas del cine de género, pero en una versión más acabada. Pero el talento del director ya nos deja en claro una personalidad que lo diferencia de otros cultores del terror. Sus filmes son alegorías sobre la monstruosidad del ser humano, su ambición de control por sobre las manifestaciones más sencillas y complejas de la existencia, contemporáneo como pocos, nos presenta aquí como en varias otras, ficciones alrededor de la manipulación del comportamiento del organismo, vuelve a presentarnos la historia del doctor Frankenstein, su pretensión de suplantar a Dios, y el castigo que recibirá por la osadía mayor (aunque poco a poco se este perfeccionando en este afán). El precio que hay que pagar por ello son la esquizofrenia moderna, el cáncer, el sida. No hay algo que fascine mas en Cronenberg que esa observación alrededor de sus criaturas, el desarrollo de la convivencia con lo insólito, con aquello que para bien o mal se ha instalado en la vida diaria del hombre. El sexo, la alimentación, o la deposición, son tan fundamentales en su observación como los modales, las ideas y los sentimientos o acaso actúan sobre ellos como elementos reguladores.
Pero a pesar de esa frialdad que supone observar cual entomólogo, el canadiense no deja de arrastrarnos en ese sentimiento de gran tragedia que se derrama de la cabeza a los pies de sus personajes, para ellos no hay vuelta atrás, culpables o no deberán cargar y ser testigos a la vez de cómo ese terrible e inasible castigo se apodera de ellos, aun así hay lugar para la esperanza, la inquietante posibilidad de que todo tan solo sea un cambio, el desarrollo de algo nuevo por venir, acaso lo que le hacía falta a la vida. No exactamente la alegoría de la oruga que se transforma en mariposa, pero siempre el futuro será una gran interrogante.
Jorge Esponda
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